Voy a escribir una obviedad: el abuso sexual de chicos menores de edad es un delito. Decir lo contrario es como sostener que bueno, tal vez no sea para tanto. Que desde que el mundo es mundo esas cosas pasan, y en fin, a qué tanto escándalo ahora. Negar que la explotación sexual de la prostitución ajena, la captación de personas aprovechándose de su vulnerabilidad, el traslado de esas personas para que pueda consumarse un hecho tipificado en el Código Penal también son delitos, es ser parte del problema. Sostener todas esas cosas en televisión, en un programa con más o menos audiencia; defender esas afirmaciones a capa y espada los primeros minutos al aire y, luego, hacer lo propio en redes sociales, roza peligrosamente el consentimiento con esos delitos. Es como ser parte del problema, pero amplificado. 

Y sin embargo.

“La ley dice que si el chico no se siente abusado, no hubo abuso”, dijo ayer por la mañana Pablo Duggan en el programa televisivo en el que panelea. Es abogado, de modo que sustentaba su afirmación en ese saber presuntamente adquirido. Una compañera de programa, Debora Plager, le explicó que decía “una barbaridad”. “Tenés psicólogos, juristas, todos convinieron y llegamos a un acuerdo como sociedad de que cuando hay un menor, no hay consentimiento posible. Es un menor”, detalló. Duggan persistió. “Depende de la edad. No es lo mismo 11 años que 17”, dijo. A la declaración siguió durante horas, hasta el anochecer, la tozudez de sostenerla en redes sociales. Sólo entonces la terquedad fue cediendo y llegó una disculpa, menos bravucona que la inicial, en la que el panelista admitió haber cometido un error de expresión pero casi forzado, presionado, no por criterio propio: “Mi responsabilidad como comunicador es que se entienda lo que quise decir, apurado por los tiempos televisivos lo dije mal”.

Voy a escribir una obviedad: no es lo mismo decir una burrada en la sobremesa del asado con amigos que en la tele. Quienes llevan años viviendo en y de los medios, presuntamente, deberían saberlo. (Y un abogado, ¿no debería saber explicar la ley?). Si no lo saben, si lo ignoran, si sobreactúan desfachatez para dar aire de frescura, si tiran barbaridades al aire porque total el viento se las lleva y quién se va a acordar, alguien (con responsabilidad por su presencia) debería preguntarse qué hacen allí esas personas. Es más: debería muy especialmente preguntárselo a esas personas en cuestión. Porque no se trata solamente de este panelista en cuestión: la tormenta que desató la denuncia por abusos en Independiente levantó, también, un viento que empieza a dejar en evidencia en muchas voces estos tonos a medio camino entre la complicidad y el ninguneo del problema.

La tele no es el mundo; los medios no llenan la cabeza de nadie, no obligan a pensar de determinada manera; lo que diga un famoso, un mediático no cambia las vidas de las personas. 

Y sin embargo.