La adhesión popular a la globalización neoliberal alcanzó su cenit en la década del noventa. El desencanto creció de la mano del progresivo deterioro del cuadro económico-social. Los sondeos periódicos de Latinobarómetro fueron dando muestras del cambio de humor social. En América latina, el respaldo a las privatizaciones se redujo de 46 a 22 por ciento, entre 1998 y 2003. En Argentina, el apoyo cayó de 32 a 18 por ciento.  

Como se sabe, la crisis neoliberal provocó la salida anticipada de distintos gobiernos (Argentina, Ecuador, Bolivia) y el ascenso al poder de líderes de centroizquierda. Así se sucedieron los triunfos electorales de Hugo Chávez (Venezuela, 1998), Lula da Silva (Brasil, 2002), Néstor Kirchner (Argentina, 2003), Tabaré Vázquez (Uruguay, 2005), Evo Morales (Bolivia, 2005), Rafael Correa (Ecuador, 2006) y Fernando Lugo (Paraguay, 2008). Todas ellas fueron experiencias de distinto tipo y disímil nivel de radicalidad política. Sin perjuicio de eso, el intelectual brasileño Emir Sader precisa que “estos gobiernos, en grados diferentes, fueron electos como reacción a los gobiernos ortodoxos neoliberales, y con la fuerza de sus promesas de reinstalar derechos sociales, reducir el poder de mercado y restaurar el rol del Estado”. 

Uno de los resultados tangibles de esa etapa fue que 94 millones de latinoamericanos salieron de la pobreza, según datos de la Cepal. La mejora en las condiciones de vida materiales fueron insuficientes para conservar el apoyo ciudadano en la fase declinante del ciclo económico. 

En ese marco, las acciones desestabilizadoras se multiplicaron, con suerte diversa, a fines de la década pasada: Bolivia (2008), Honduras (2009), Ecuador (2010), Paraguay (2012). “A partir de 2014, esas fuerzas antes dispersas aprovecharon el giro del ciclo económico para operar una restauración conservadora beneficiándose del apoyo internacional, de financiamientos externos”, sostiene el ex presidente ecuatoriano Rafael Correa en el artículo “Desafíos de la izquierda en América latina”, publicado en El Diplo (edición 224).

El avance de la derecha continental demostró que los gobiernos populares no pudieron construir un bloque social que defendiera la continuidad de políticas redistributivas. Correa dice que “el problema es complejo si se tiene en cuenta los esfuerzos de la derecha que apuntan a forjar una cultura hegemónica –en el sentido gramsciano–, de manera que los deseos de la mayoría sirvan a los intereses de la elite. Un ejemplo dramático: el rechazo de la ley sobre las sucesiones que tratamos de instaurar en Ecuador. Mientras que únicamente tres ecuatorianos de cada mil reciben una herencia, y el nuevo impuesto sólo recaía sobre los montos más importantes (alrededor del 0,004 por ciento de las sucesiones, o 172 personas por año, sobre una población de 16 millones), numerosos pobres y una gran parte de la clase media, manipulados por los medios, se manifestaron contra un dispositivo que los hubiera beneficiado”. Nada muy distinto a lo que sucedió en Argentina con el debate de la Resolución 125.

Una victoria electoral de Lula en Brasil, si sortea la amenaza de la proscripción judicial, abriría otro escenario en América latina. En ese caso, las lecciones del pasado serán un insumo imprescindible para consolidar un nuevo cambio de ciclo político

[email protected]

@diegorubinzal