Los Estados Unidos han decidido imponer aranceles del 25 por ciento a importaciones de acero y del 10 por ciento a las de aluminio. El presidente Donald Trump acompañó el anuncio con una frase agresiva: “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”.

Las elites enancadas en el enfoque “políticamente correcto” de la mundialización armoniosa y feliz han calificado esta medida como una nueva “originalidad”, poco seria, de Trump para “limitar las importaciones provenientes de China o de la Unión Europea”. Esto es solo el árbol que oculta el bosque. Los conservadores norteamericanos se regocijan, ya que Trump en poco más de un año de gobierno, después de liquidar las costosas normas ambientales en los Estados Unidos que disminuyen los beneficios de los sectores de la economía extractivista, ha quitado el tratado internacional de lucha contra el cambio climático COP21 (Tratado de Paris). 

Después de la reforma fiscal que disminuyó el impuesto a las ganancias de las empresas que pasaron de 35 al 21 por ciento, ahora los nuevos aranceles permitirán un incremento de los precios internos del acero y el aluminio.

No obstante, en la medida en que los países industriales son extremadamente proteccionistas, este tipo de medidas aisladas no tienen ni tendrán un impacto significativo en la evolución de sus economías.  En Europa, las reacciones han sido las que las circunstancias imponían: modestas y circunspectas. Pierre Moscovici, Comisario de la Unión Europea para los asuntos económicos financieros y fiscales, comentó la situación con un lapsus prodigioso: “Lamentamos que estas medidas que parecen orientarse a proteger la industria nacional norteamericana no hayan sido justificadas por razones ligadas a la seguridad nacional”(sic). 

En efecto, está claro que si fuera el caso, esto hubiera permitido sugerir que la medida era aceptable. M. Junker, el Presidente de la Comisión Europea sostuvo, en Alemania, principal exportador europeo a los Estados Unidos, que se aplicarían represalias con un aumento de los aranceles a las motos Harley-Davidson, al bourbon y a los jeans Levi’s”, y que, quizás, “dejaremos de comprarles soja”. 

El análisis de la medida muestra que, en sí, esta no tiene mayor importancia para los las grandes potencias comerciales del mundo. Mucho ruido y pocas nueces: la guerra comercial no estallará por aranceles sobre el acero y el aluminio. 

Los Estados Unidos son autosuficientes en la producción de aluminio y exportan un volumen casi equivalente a sus importaciones. En cuanto al acero, ya no es un sector estratégico en los países industriales. Existe un exceso de capacidad instalada en el mundo habida cuenta la demanda actual, y los Estados Unidos, que tienen una capacidad ociosa superior a sus importaciones, solo importan de Europa y Rusia aceros muy especiales. 

Mediático

El anuncio y la agitación mediática parecen tener como principal destinatario la opinión pública y las medidas deben interpretarse como parte del debate político interno en los Estados Unidos. Trump puede ufanarse de cumplir con una parte de su programa de la campaña electoral, aunque conviene recordar que este punto de los aranceles había sido también enarbolado por Bernie Sanders el adversario de Hillary Clinton en las elecciones primarias del Partido Demócrata. 

Esta medida favorece a los amigos de Trump, accionistas de las empresas productoras de aluminio y de acero, porque se incrementarán los precios internos así como la producción y las empresas obtendrán de esta forma dividendos superiores. Si bien un incremento de los precios de estos insumos producirá un aumento de los costos en otras industrias, su impacto será muy limitado en una economía sin inflación. A la vez esta medida, cuyas modalidades de aplicación no son aun conocidas, interviene en el contexto de la renegociación del NAFTA y fortalecerá aun más la posición de Trump frente a México y Canadá. 

Que la decisión de aumentar los aranceles no implique perdidas o no tenga mayores implicancias para los países industriales, no significa que en los países periféricos esto no tenga repercusiones importantes. Entre los países más afectados se encuentran Turquía, Brasil, India, México y Corea del Sur. Los análisis cuantitativos globales indican que las importaciones norteamericanas de acero y aluminio deberían disminuir y que la baja de las mismas para cada uno de los países exportadores estará ligada a sus estructuras de costos. Será difícil a las empresas, incluso a las subvencionadas, absorber una baja de precios del 25 por ciento. El caso de Brasil es preocupante ya que es el segundo proveedor detrás de Canadá, con 4,5 millones de toneladas. Los expertos brasileños estiman en 30 por ciento la baja de las exportaciones. La consecuencia será que los volúmenes no exportados a Norteamérica se coloquen en terceros países a precio vil. 

Las consecuencias indirectas para la Argentina de la nueva situación creada serán muy importantes. La presión exportadora de Brasil sobre el país se acentuará y ello es muy significativo porque el déficit comercial con el principal socio del Mercosur es apabullante. La industria argentina, ya tambaleante por el flujo de importaciones de todo el mundo, podrá difícilmente enfrentar esta competencia comercial, como se ha observado ya en el rubro automotor.

* Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de París. Autor de El peronismo de Perón a Kirchner, Ed. de L’Harmattan, París, 2014. Editado en castellano por Ed. de la Universidad de Lanús, 2015.