“Qué injusticia que no se valore eficacia y responsabilidad” escribió Pity Alvarez cuando compuso Homero, uno de los mayores hits de Viejas Locas y también una de las piezas más deliberadamente hímnicas del rock alguna vez apellidado chabón. Veinte años después, este sábado a la noche, el que una vez fue el grupo más intrépido del rocanrol local tenía un nuevo regreso, en Tucumán, pero Pity no llegó a tiempo. Tampoco había llegado al menos cinco horas después de la pautada para el show. Mandó un video avisando de un problema y de que ya salía en avión privado desde Buenos Aires.

De madrugada, desmontaron el escenario, el cantante se encerró en el camarín y se alzó una pueblada. El público subió al tablado, rompió, robó y prendió fuego. Hay grabaciones de Pity un ratito antes del amanecer, tratando de explicar entre un coro de puteadas y un riego de basura, con un plano de las llamaradas. Las entradas para el show en el Club Argentinos del Norte, de San Miguel de Tucumán, costaron alrededor de 800 pesos. La confirmación “formal” sobre la suspensión tardó más de seis horas. Y el domingo, la vendedora Norte Ticket comunicó que reintegrará el dinero.

“Estamos enfermos, perdonennós, sí” es otra cosa que escribió Pity, en 2005, para Fuego, la canción crossover de Intoxicados, que en los primeros dos discos fue un terrible bandón. El autodenominado Dr. Álvarez está indudablemente inmerso en una gran afectación. Está enfermo. Y quemado. Pity no es un pibe que consume: atraviesa hace más de una década los avatares reales de la adicción hostil, que han decolorado su gracia. ¿Eso lo vuelve un desperdicio? ¿Un boludo? ¿Un genio maldito? ¿Hay que tenerle paciencia? ¿Lástima? ¿Miedo? ¿Hay que hacerle justicia? ¿Un expediente? ¿Hay que reivindicarlo? ¿Que internarlo? ¿Qué?

La arrolladora mayoría no tenemos idea de cómo tratar con estos asuntos, ni los que la viven (sea una temporada, sea toda una vida) ni los que la conviven (compañeros, amigos, familiares, ¿fans?). Sin embargo, es careta exponer la culpa del viciado cuando nos preguntan qué salió mal. En estos videos resulta grotesco cómo Pity es puesto a merced de una real exhibición de atrocidades, desde el saludo que mandó hasta esa escena que parece un poco el escarnio a Cersei en Game of Thrones. ¿Quién controla al descontrolado? ¿Quién asesora al desaforado? ¿Debió haber aparecido un representante de otra instancia a informar a tiempo de la suspensión? ¿Se demoró y se mandó a Pity porque la gente lo quiere y no la iba a pudrir con él?

Pity estuvo ahí sólo con algunos guardaespaldas porque ése es el modo paranoico con el que opera la industria alrededor de estos temas. Expone al protagonista pero lo blinda; parece incapaz de tutelarlo (tampoco le corresponde), entonces se limita a montar el castillo de naipes alrededor. Muchos de los intermediarios de prensa sugieren no preguntar a los músicos/deportistas (¿y pronto a los influencers?) por adicciones, tratamientos, episodios y padecimientos. Muchas de las regulaciones no permiten tampoco consultarles por sus mambos y flashes. Y muchos productores prefieren declarar que “A está mejor que nunca” o que “es hermoso ver cómo B recuperó esa chispa” o “que C sarasa”.

Reclamamos en demanda social que nuestros adictos populares “se curen” pero no sabemos cómo participar de las procesiones en casa, ni siquiera cómo ser espectadores de ellas y del esfuerzo que requieren, porque no tenemos referencias: no hay testimoniales, no aparece como contenido en las escuelas, no es una política de estado. No la bancamos, colectivamente, y así entregamos al negacionismo o el prohibicionismo o el hipocresismo el discurso oficial. Y en cambio --sin saber sobre lidiar con la abstinencia, el desapego y el grisado de la vida-- les exigimos que estén bien, o que saquen discos, que den recitales. “Dale que tenés que ponerte bien”, “vamos que la gente te está esperando”. Así en el fútbol, en el rock y en las casas. “Sólo les pido que se vuelvan a juntar.”