En la noche del viernes, la entente de Estados Unidos, Reino Unido y Francia realizaron una serie de bombardeos en Siria con el objetivo de diezmar las capacidades del régimen de Bashar al Assad de continuar la producción de armas químicas. El ataque, con características quirúrgicas, buscaba, por su precisión, enviar un mensaje de contundencia y profesionalidad. Pero era un mensaje de varios frentes, buscando interpelar a distintos actores y revalidar credenciales. 

Con el polvo ya asentado, podemos determinar que el ataque no escapa a la dinámica que cautiva al conflicto: avances mitigados, medidos y cautelosos. Como si fuera un primer round en donde los boxeadores estudian al rival, lanzando jabs que propongan una distancia con el contendiente sin nunca buscar la piña del nocaut. El problema es que quien recibe todos los golpes es el pueblo sirio, ya agotado esperando por la campana salvadora que nunca llega.   

Ellos no son la única víctima. La opinión pública también está presa de los bombardeos en una verdadera batalla narrativa. Ejemplo de ello fue uno de los causales de este ataque, el caso del envenenamiento del doble agente Skripal. La primera ministra Teresa May no solo acorraló a Rusia, sino también a los receptores de su mensaje al establecer que era “altamente probable la autoría rusa”. A ello se le sumó más tarde el “ciertamente parece que” de Trump. Pero la trampa semántica se completó cuando May invirtió la carga de la prueba e invitó a los rusos a demostrar que no eran culpables sin aportar prueba alguna. Y el ataque del viernes, motivado por el supuesto ataque químico en Duma, no deja de ser un nuevo capítulo de un enfrentamiento que cada vez tiene más aristas. Habiendo dicho ésto, Al Assad no puede escapar a la mirada inquisidora. Es digno de tamaña acusación.

Los bombardeos esclarecieron mucho, principalmente las motivaciones. Quedó claro que no se buscó asestar un golpe definitivo al régimen que debilitara a Al Assad. Ningún objetivo estratégico que mermara sus reales capacidades. Además, las partes fueron notificadas. Ya desde el jueves había señales satelitales de movimientos rusos en la base de Tartus abandonando sus posiciones. 

Fue también un ataque para adentro. Para los electorados en pugna. Por eso tenemos las diatribas de Trump enfrentadas a la mesura del Secretario de Defensa Mattis: fuegos artificiales vs “one shot”, un único impacto. Trump ha asestado más y mejores golpes a los rusos que su antecesor Obama. Sin ninguna duda. Pero también desnuda la falsa preocupación de su administración por el ataque químico, ya que sólo ha recibido a 11  refugiados frente a los casi tres millones que recibió Turquía.    

¿Cómo responderán Rusia y sus aliados? Turquía apoya el desplazamiento de Al Assad. Juega su propio juego, muy peligroso, sacándole jugo a su institucionalidad (OTAN) y sus facultades geopolíticas. Por eso no interviene en defensa del régimen pero toma distancia de Estados Unidos por dos motivos: busca debilitar a los kurdos y por la negativa estadounidense de extraditar a Fethullah Gulen, supuesto patrocinador del intento de golpe en julio de 2016.

Rusia, horas antes del ataque, anunció un conjunto de contra-sanciones hacia Estados Unidos bastante significativas, incluyendo al sector aeroespacial. Un punto crítico en la relación que había quedado inmune y tiene un sentido simbólico muy fuerte. Es un límite que se alcanzó más rápido de lo deseado. Pero es de esperarse una respuesta más política que militar. Rusia no tiene la capacidad de sortear un enfrentamiento directo y hacer daño real a la entente. El peligro reside en el último actor, Irán.  

Con la renovación del diagrama de seguridad de Trump (Pompeo y Bolton), Irán es con seguridad el próximo objetivo. Parte de ese juego lo empezó Israel con el último bombardeo a una base siria bajo control iraní. Hay que ver si Arabia Saudita no aporta lo suyo en la inmediatez. Es clave para la zona que Rusia dome a Irán bajo el renovado ímpetu a que se desate. 

* Licenciado en Relaciones Internacionales (USAL). Co-Director del Observatorio de Política Exterior Rusa, Federatsia.