Un consentimiento antes de la medianoche permite que la coronilla de la alborada presienta la apoteosis de una sesión con Eusapia Palladino, la mujer que podía hablar con los muertos. En conversación difunta los objetos se movían solos, había chispas, electrodos vaporosos y nadie veía los hilos ni a Mary Poppins cerca cuando una mesa de cuatro patas se despegaba del suelo y ganaba altura. Había dos bandos, claro, uno detractor que develaba el enigma de sus “poderes espiritistas” diciendo que eran trucos de magia que le había enseñado su primer marido, un hombre de circo, y otro panegirista, formado por un círculo de intelectuales y científicos que desoían las voces de los escépticos y que asistían fascinados al espectáculo de dones de la italiana de Bari.

Hija de una familia campesina recibió “una educación muy elemental, si es que recibió alguna”, se mudó a Nápoles en orfandad temprana y se casó muy joven, tan joven que era difícil diferenciarla de aquella nena de Minervino Murge que se escondía entre los olivos. Una pertinencia que, tan rápido como había llegado la vida adulta, se hacía visible desde el presente y le mostraba con puntual suspiro un futuro atado al pasado. De la madriguera a la fama. Razones de caminata y vida que explican mejor y en aimara las voces del Titicaca cuando hablan de los tiempos del tiempo.

En 1892 la Milano intelectual la recibió organizando veladas espiritistas; en la ciudad lombarda Eusapia desplegó poderes y alientos, ahí estaba la vida después de la muerte a través de las caras de los difuntos recuperadas en barro húmedo, esculturas fugaces como arte de aparición y prueba. Después llegó el turno de Varsovia (dicen que su trama invisible fue la que inspiró a Boloeslaw Prus para escribir su novela histórica sobre Ramsés XIII y Herhor), Cambridge (su nombre al lado de “tramposa” ya aparecía con más frecuencia en las notas de la prensa), Viena y Munich. En París la esperaba el matrimonio de Marie y Pierre Curie que entre inspiraciones cuánticas vivía las sesiones de Eusapia como verdaderas experiencias científicas. Él más que ella. Unos días antes de morir atropellado por un coche de caballos, Pierre le dijo a un amigo por carta que no tenía una teoría para poder explicar aquellos estados físicos nuevos en el espacio: “Ha sido muy interesante, y realmente los fenómenos que vimos parecían inexplicables (...) manos que te pellizcan o te acarician, apariciones luminosas. Todo sin un posible cómplice. El único truco posible es aquello que podría resultar de una extraordinaria facilidad de la médium como ilusionista, pero ¿cómo explicar los fenómenos cuando estamos a escasos metros y la luz es suficiente para que podamos ver todo lo que sucede?”.

Nápoles la puso a prueba y un grupo de notables en investigación psíquica dijeron estar convencidos de sus habilidades, por lo menos por un tiempo. Ya llegaría el poder de los detractores a pesar del aval del mago Howard Thurston para denunciar la simulación. Su tiempo final fue un tiempo de escarnio, abandonó sus presentaciones y murió unos meses después. La ilusionista bribona, la médium más famosa entre las famosas, fue inspiración y presencia en las instalaciones sobre “mujeres peligrosas que vivieron libremente y contra las convenciones” de Chiara Fumai, la artista médium del feminismo que se suicidó en Bari en agosto de 2017, y en Against the Day, la novela de Pynchon. Dos manifestaciones bastan como prueba de vida. Sabrá Eusapia por qué las eligió para aparecer dándose el gusto de ser optimista  en la síntesis común que salta -pasa por alto- el día achicharrado y la nocturna herida eterna.