En los últimos diez años, El mató a un policía motorizado acumuló un encadenado de victorias que la transformó en la banda más trascendente y representativa de la generación millennial: una parábola en ascenso capaz de reformular la independencia en plena likecracia, y redefinir un nuevo modo de hacer rock, cargado de simpleza, corazón, amistad y optimismo, convirtiendo el “más o menos bien” en slogan luminoso en tiempos de inestabilidad e incertidumbre crónica.

Con un largo itinerario de shows por Argentina, Sudamérica, Norteamérica y Europa, con su Gira Rápida y Violenta, en 2016 la banda platense tuvo también algunos nuevos hitos internos. En abril, a pocos meses de publicar Violencia, su último EP, que sugiere el fin de una etapa y la proyección del grupo post La dinastía Escorpio, dieron sus primeros tres shows en Teatro Vorterix y los agotaron, y en diciembre anotaron el cuarto, también a sala llena. Y en julio repitieron la serie con cuatro Niceto Club, ostentando la dimensión de su convocatoria y la cristalización de sus shows como clásicos generacionales cargados con la misma épica emotiva que sus canciones. Su primer Luna Park parece sólo depender de una decisión interna.

Otra tapa del NO y la primera en el suplemento cultural Radar de este diario, el acceso a la portada de Rolling Stone como la primera banda joven e independiente en alcanzar ese espacio de la edición local, los festejos por los diez años del clásico EP Un millón de euros (que tuvo versión homenaje, Chicas ruteras, organizado por #FAN, el programa, de Radio Colmena) o el excelente show sobre el escenario principal del BUE minutos antes de un nuevo y tronador desembarco de Iggy Pop, fueron algunos sucesos de la temporada que ponen en perspectiva el peso de El Mató en el mapa de las músicas argentinas actuales y que extienden la hazaña de estos embajadores de una generación de grandes talentos infiltrados en el acotado perímetro de un mainstream local cada vez más vetusto y carente de ideas.