Desde San Salvador de Jujuy

Milagro Sala escribió su alegato, las últimas palabras, durante cada uno de los días infinitos de este juicio. Sobre un cuaderno, sentada detrás de sus abogados. Ayer miró a los jueces cara a cara, como el primer día. Volvió a interpelarlos como coya, mujer y militante. Les dijo: “Dignificar a los que menos tienen nos significó estar sentada en este sillón”. “Pero como les dije el primer día, señores jueces, no se dejen apretar por el poder político. Dicten lo justo”. Todavía no había llegado la sentencia. Ella estaba compacta. Con esa voz que se libera cuando va tomando carrera afuera de cárcel. Habló sólo cuatro minutos y medio. Enumeró el legado de sus padres, un homenaje la familia que la crió, habló de los legados construidos con sus compañeros entre los excluidos de los excluidos. De las viviendas, de su invención de las piletas. “Ese fue nuestro pecado. Y no lo siento tanto como pecado –aclaró– simplemente lo que queríamos es la igualdad en un país donde hay mucha plata. Y donde ahora volvieron a llevársela los que siempre se la llevaron, las grandes empresas, las grandes corporaciones, los oligarcas”.  

Cuando terminó habían pasado 25 minutos desde las cuatro de la tarde. Era el comienzo del último día de este primer juicio oral contra la líder de la Tupac Amaru por la tirada de huevos a entonces senador Gerardo Morales. Luego, los jueces pasaron a un cuarto intermedio de dos horas para discutir la sentencia. Pero la espera, en esta sala, fue todavía más larga. Desde la mañana comenzaron a llegar a San Salvador integrantes de organismos de derechos humanos, diputados, dirigentes gremiales y sociales de todo el país. A la una de la tarde, cuando se abrieron las puertas del juzgado federal, también estaban ahí las tupaqueras que llegan cada día a hacer el aguante. Y había una impresionante presencia de uniformados: la policía de Jujuy valló las dos cuadras de acceso al edificio del juzgado federal. No hubo represión esta vez, pero los agentes pidieron y anotaron documentos. La Federal quedó adentro del edificio. Además de los escuadrones especiales de cuatro hombres desplegados como barreras de orugas humanas entre acusados y la sala con muñequeras de goma, ingresó una avanzada de Infantería con escudos trasparentes para pararse al lado de los jueces. El tubo de gas que asomó en el bolsillo de uno de ellos no requirió explicación. Hubo despliegue de la Gendarmería Nacional y del Servicio Penitenciario Federal, todo dentro de la sala de audiencias.

Cuando Milagro entró no habían llegado los jueces. La sala parecía un espacio tomado. El abogado Eduardo Tavani atravesó el cerco policial agarrado del brazo de Lita Boitano, de Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas, para lograr abrazar a Milagro Sala. Guillermo Moreno se acercó a los saltos. Logró ponerse al lado y hasta alentar el vamos a volver que atronó toda la sala. Entraron Horacio Pietragalla y Juan Cabandié. Horacio Verbitsky, presidente del Cels, hasta ese momento no dejó la primera silla donde permaneció durante cada día de audiencia. Milagro Sala había saludado con la V, una vez que las guardias le sacaron los grilletes. No cantó. Se estuvo quieta. De plomo. Levantó el brazo derecho en puño. Miró y buscó a cada uno con su cara. Su trenza única cada vez más larga. Su cara cada vez más dura, cada vez más convencida de lo que días atrás decía Verbitsky: este juicio empezó con una condena lo que sucedió a lo largo de los días es que les costó cada vez más sostenerla. En el fondo, durante unos pocos minutos se escuchó: ¡Para Milagro la libertad! ¡Para Morales el repudio popular!

¿Va a hacer uso de la palabra?     – preguntó Mario Juaréz Almaraz, presidente del TOF, ahora edulcorado. Ella se paró y caminó hasta una silla. Se les sentó enfrente. Y los miró. Las cámaras, ese enjambre uniformado de primerísimos primeros planos, que llegaron a contarse en un número de 14, la atravesaron. 

“Buenas tardes”, les dijo Milagro a los jueces. “Simplemente voy a decir algo de lo que me enseñaron mis padres. De lo que significa educarse, que es lo que hice e hicieron los compañeros de las organizaciones sociales que pudieron estudiar, ser alguien en la vida. Mis padres me enseñaron que no hay que mentir. Me enseñaron que había que progresar en la vida, que había que trabajar y es lo que enseñé y enseñaron muchos compañeros”. Milagro no nombró a nadie allí, pero detrás de lo que llamaba mentiras estaba su propia réplica al testigo empleado de Morales, René “Cochinillo” Arellano. 

“Para nosotros era muy importante volver a instalar la cultura del trabajo después de la década del 90, después del 2001. Nos habían intentado conformar con un plan trabajar y nos daban un bolsón de mercadería porque nos decían que en vez de trabajar había que recibir, pero nosotros volvimos a instalar la cultura del trabajo”. 

La sala muda. Milagro se concentró en uno de los puntos importantes, convencida de que la persecución no va a parar porque intenta criminalizar sus formas de hacer política. “Cientos, muchos son los que no entienden la justicia que estamos viviendo porque no hemos robado nada, hemos trabajado. A miles y miles de compañeros hicimos estudiar, hicimos piletas para que puedan tener una pileta de natación como cualquier hijo de rico. Ese fue nuestro pecado. Y no lo siento tan como pecado, simplemente lo que queríamos es la igualdad en un país donde hay mucha plata”.   

“Nunca me he escondido detrás de los compañeros o abajo de la cama. Quiero que les quede claro señores jueces, hemos trabajado, hemos dignificado y recuperado la cultura del trabajo y recuperamos miles y miles de jóvenes de la droga, de la prostitución, del robo y que hoy lamentablemente han vuelto a todo de nuevo. Es como si nuestro país estuviese retrocediendo”. Agradeció y se levantó.

Allí estaban las respuestas que no alcanzaron. Les dijo a los jueces de nuevo que no organizó esa protesta de los huevos. Que si lo hubiese hecho, habría estado al frente. Y no abajo de la cama, como el gobernador Gerardo Morales, que ni siquiera en este día de gloria apareció.