En un mes, el 13 de junio próximo, se sabrá si David pudo con Goliath. La FIFA votará si le otorga la sede del Mundial 2026 a la candidatura conjunta de Estados Unidos, México y Canadá o acepta la solitaria postulación de Marruecos. El resultado parece cantado de antemano. Pero no hay que confundirse ni precipitarse. En el universo fútbol, EE.UU. ya perdió la organización de la Copa 2022 a manos de Qatar y nadie puede descartar que la historia se repita. Si pasara, la nueva derrota diplomática de los norteamericanos dejaría en ridículo al presidente Donald Trump, quien a fines de abril les pidió a los países africanos y al resto del mundo que respaldaran las aspiraciones de su gobierno. “Estaremos mirando muy de cerca y cualquier ayuda que nos den será apreciada”, amenazó. Este partido será como una final anticipada de la geopolítica del fútbol, donde lo que está en juego es un negocio descomunal que la principal potencia del mundo no quiere ver que se le escurra nuevamente de las manos.

Surge con nitidez que de la propuesta de los tres países de América del Norte el gran beneficiario sería Estados Unidos. En un Mundial de 48 selecciones como el que está previsto, 60 de los 80 partidos se disputarían en estadios de EE.UU. Además, esa cantidad incluiría a todos los encuentros a partir de los cuartos de final. Hasta el último que definiría al campeón. A México y Canadá les quedaría el rezago. El primero podría recibir como consuelo al partido inaugural. 

Marruecos ha decidido desafiar a la triple alianza del fútbol mundial. Al que podría llamarse el torneo del Tratado de Libre Comercio. O la Copa que quizás consiga derrumbar simbólicamente al muro que está levantando Trump en la frontera con México. El ministro marroquí de Industria, Inversión, Comercio y Economía, Moulay Hafid Elalamy, en nombre del Rey Mohamed VI, presentó por quinta vez en la historia la candidatura de su país ante la FIFA. Perdió en 1994, 1998, 2006 y 2010. Y ahora, paradójicamente, es cuando parece tener una chance un poco mayor basada en un dato que no debería soslayarse. La sede de la Copa Mundial 2026 la elegirán los 211 presidentes de las federaciones que integran la organización que conduce el suizo Gianni Infantino. Ya no los veinte miembros del Comité Ejecutivo, como sucedía hasta ahora. La situación es más ingobernable. 

Elalamy declaró hace un tiempo en el diario español Marca: “Somos un país más seguro que Estados Unidos”. Es probable que no le falte razón, habida cuenta de que en Marruecos no existe el Club del Rifle ni hay desquiciados que ingresen con fusiles automáticos a matar alumnos en escuelas y universidades. Es muy probable que en esos centros educativos muchos no sepan que el país del Magreb africano fue el primero en reconocer la independencia de EE.UU.  

En tiempos de George Washington nadie se atrevía a desafiar al imperio británico, del que las colonias de Nueva Inglaterra se liberaron en el siglo XVIII. Pero Marruecos sí; lo hizo en 1777. Una nación de mayoría musulmana, pequeña, que intentó asociarse con España y Portugal para hacer la Copa del 2026, pero no prosperó en su iniciativa porque estos dos últimos países tienen vedado participar como candidatos ya que Rusia, en representación de Europa, organiza el Mundial que se nos viene encima. 

Marruecos contaría con el apoyo de los 54 representantes africanos que integran la FIFA, de varias naciones árabes, algunas de Europa como Francia y España –la primera ya lo hizo explícito– y otras más que rechazan la política migratoria de Trump y sus bravuconadas en política exterior. Estados Unidos es respaldado por la mayoría de los países de América. También tiene una carta brava en el suizo Infantino, quien en buena medida está donde está gracias al escándalo de las coimas en la federación internacional que estalló cuando el FBI se metió a investigar sus cuentas. Otro suizo, el desplazado ex presidente de la FIFA, Joseph Blatter, se pronunció a favor de Marruecos, del que escribió en Twitter: “es el anfitrión lógico. Es hora de volver a África”. También recordó que desde el Mundial 2002 que organizaron Corea del Sur y Japón, la organización se había mostrado reactiva a aceptar candidaturas colectivas. Esa política quedó desechada ahora con la postulación que convalidó las de EE.UU., México y Canadá.

Lo que está en juego no es un botín menor. Estados Unidos no digirió que Qatar le arrebatará con sus petrodólares y su alto perfil en el mundo de la pelota una candidatura que creía ganada para el 2022. La preocupación de Trump por el desenlace de la votación en la FIFA del 13 de junio quedó reflejada en otro de sus tantos tuits: “Sería una pena que los países a los que siempre apoyamos fueran en contra de la propuesta de los Estados Unidos. ¿Por qué deberíamos apoyar a estos países cuando no nos apoyan, incluso en las Naciones Unidas?”, se preguntó dando a entender que este partido se juega hoy en las canchas del fútbol y la diplomacia. No eligió cualquier momento para hacerlo. Acababa de recibir en la Casa Blanca al presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari.

El 19 de marzo pasado, el diario El País de España citó a una fuente de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) –representante de un pueblo sojuzgado por Marruecos hace décadas– que declaró su apoyo al gobierno de Rabat para la Copa del 2026 “siempre y cuando respete nuestras fronteras”. Aunque la RASD no está afiliada a la FIFA, también juega en este conflicto de intereses. 

Hacen falta algo más de cien votos para ganar la postulación a organizar un torneo que recién se jugará en ocho años. Así como Marruecos confía en la suya, Estados Unidos aspira a que no se repita la historia con Qatar. El hispano Carlos Cordeiro, el nuevo presidente de la federación de EE.UU. comentó: “Esto no es geopolítica, es fútbol. No hemos tenido reacciones negativas a nuestra candidatura”. El dirigente tal vez no perciba que el principal lastre para que la sede del Mundial retorne a América del Norte es la política del propio Trump. 

El magnate presidente impuso en su momento restricciones para viajar a su país a ciudadanos de Irak, Siria, Irán, Sudán, Libia, Somalia y Yemen. ¿Qué pasaría si alguno de sus seleccionados ganara el derecho para jugar el Mundial que pretende organizar en 2026? Si aumenta la cantidad de equipos, podría suceder que se clasificara más de uno. Irán lo consiguió en la Copa de Brasil 2014 y en la que está a punto de comenzar. El fútbol es un gran negocio que se mezcla todo el tiempo con algo en apariencia incompatible. Para quienes sostienen que el deporte nada tiene que ver con la política, la realidad se empecina en desmentirlos una vez más.

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