Son las dos de la mañana y ya no aguanto la cabeza que me mata. En la mente las imágenes cortadas de un instante muy confuso: me sacuden, me despiertan, me sostienen, yo me siento muy boleada, medio zombi. Que ya está y que ya me vaya, que está el taxi. Mi vestido, mis zapatos, la cartera, miro el tacho con las gasas y algodón, olor a sangre.

Hoy aborté.

Tenía miedo y aún tengo, más que nada un dolor fuerte en todo cuerpo y en el alma. No le conté a mi vieja porque estoy en otra y porque siempre pienso que sola puedo. Igual sola no estoy: Pedro X, que es mi novio hace 3 meses, él está. Pedro tiene diecinueve y yo veinte y los dos somos medio idiotas. No sé nada de los vínculos, lo aprendemos en la vera del camino. El modelo de pareja de mis viejos es bizarro y también el de mis parientes; sobre amor leí dos libros, vi novelas en la tele. Todavía no existe internet ni telefonía celular para chusmear sobre el asunto, por lo menos no en mi círculo. No sabría qué esperar de una pareja, ni una pareja de mí. Sé que el piso es de respeto, de atracción, y de amor y libertad. Pero en este momento duro, nos acompañamos lo mejor que podemos y lo transitamos “estoicamente” (ayer aprendí esa palabra en clase).

Estoy cursando el primer año de Letras en Puán y no tengo mucha plata. Soy medio hippie, medio wacha todavía. Y sin OSDE: tengo la obra social del grupo familiar de mis viejos porque soy sub 26. Y aunque tuviese, no me serviría de nada salvo para zafar los pre-quirúrgicos que mi doctora coló de prepo en la orden y para hacerme los análisis de laboratorio confirmando el embarazo que salió en el Evatest. 

Mi hermano Juan me dio parte de la plata. Él es dos años más chico y trabaja de cadete en una empresa postal. La otra mitad, se la prestó un amigo a Pedro X y así zafamos hasta poder devolverla. Yo devuelvo siempre la guita que me prestan. Odio deber, soy obsesiva y no estoy en paz hasta pagar el último centavo. Hace seis meses tengo una feria americana de libros y ropa usada frente a Puán, y con las ventas, pago el alquiler, los impuestos de mi casa, la comida, las clases de percusión con Andrea Álvarez y algunos libros y fotocopias de la facu. Todavía me ayuda mi vieja porque no me alcanza, y a mí que soy tan punky me da vergüenza y odio pero en el fondo agradezco y lo acepto, “estoicamente”.

El que es mi novio no labura y estudia Letras conmigo. No tiene un mango ni le preocupa. Es alto nerd, brillante, y lo único que hace es leer a Deleuze y Spinoza todo el día y ayudarme a veces atendiendo la feria mientras voy a cursar. Yo todavía no entiendo a Deleuze, qué se yo, a mí me gustan el latín y la gramática. Pedro es medio depresivo porque su viejo murió hace un año y todavía no lo pudo tramitar. No activa una, está gris y sin luz. En realidad, más que gris es terracota: Pedro se pinta la cara con base en polvo dos tonos mas oscuros que su piel. Siempre me gustó eso de él, sobre todo que crea que no se nota. Por un tiempo, a Pedro no se le paró por tristeza y yo le hice el aguante “estoicamente”, pero varias veces sí estuvimos, y siempre con forro. No sé qué pasó, o el forro se pinchó o estaba mal puesto. Yo tampoco soy el as del sexo pero sé colocarlo medio de reojo porque una amiga me mostró. Es que en el colegio de monjas nunca tuvimos clases de educación sexual, ni un video instructivo o al menos, como había tenido mi amiga Luciana en la escuela del Estado, un curso donde dos estudiantes de medicina le enseñaron a ponerle un preservativo a una banana de plástico de carnaval carioca. La cuestión es que no me vino un mes, y ya estaba embarazada de dos meses y medio.

Fui a ver a la Dra. Claudia, mi ginecóloga de toda la vida desde que tengo 13 y le conté. Me preguntó qué quería hacer y le dije que no quería ni podía tenerlo. Que no estaba en mis planes ser madre y mucho menos a esta edad. Y que si un día decidía tener un hijo iba a ser de otro modo, en el marco de una elección planificada y producto del deseo, no por accidente. Claudia comprendió enseguida. Que ella no hacía interrupciones de embarazos, pero que podía recomendarme un profesor excelente que sí lo hacía. Que era caro pero el mejor. Llamé al profesor, hablé cinco minutos por teléfono con la secretaria y acordamos un turno para la semana entrante. Total yo ya  tenía los estudios y el electro para hacerlo directamente. Me pidió que vaya en ayunas y acompañada. Le dije a Pedro y vino conmigo. 

La noche anterior, o sea anoche, me invadieron la cabeza más recuerdos: repasé mentalmente las clases de catequesis de la hermana Nilda de séptimo grado sobre el sacramento del matrimonio y la procreación, la maternidad y algunas alusiones soslayadas al aborto. Recordé sobre la Virgen María que se había embarazado del Espíritu Santo y sin coger. También, cuando llamaron a mi vieja de la escuela porque había llevado al recreo los libros “De dónde venimos” y “Qué me está pasando” (libros súper heteronormativos pero que eran algo para la época) para pedirle que se los lleve y que no me los deje traer más. Recordé el bagaje de culpa y la noción de pecado que me habían costado carísimo, tantas horas de terapia y sufrimiento. Con cada recuerdo, reafirmaba mi decisión de no ser madre por ahora. Y después pude dormirme y soñé con dios, un dios bueno con la voz como la de Saborido que me decía: “mija te amo”. Y yo lloraba y él también.

Hoy me levanté temprano, no desayuné y pasé a buscar a Pedro con el taxi de ida. El consultorio queda en Flores, por mi casa. Llegué y había dos doctores: el profesor y un anestesista. Que me saque la bombacha, que me ponga la bata, que me acueste en la camilla, que estire el brazo y que cuente desde diez para atrás.

“Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cua...”.