El comunicado conjunto de todos los obispos chilenos anunciando ayer desde Roma la renuncia colectiva a sus cargos como consecuencia de los casos de abusos sexuales y el comportamiento institucional posterior de la jerarquía católica del país vecino, incluyó una frase que vale la pena retomar para leerla más allá del hecho puntual. “Estos días de honesto diálogo han sido un hito dentro de un proceso de cambio profundo, conducido por el Papa Francisco”. ¿A qué se refieren los obispos chilenos?

Lo ocurrido –una renuncia masiva de todo un episcopado– es un hecho inédito en la Iglesia. Podrá decirse que en otras ocasiones (Estados Unidos, por ejemplo) el Papa presionó la renuncia de algunos obispos acusados de abusos sexuales. Sucedió también en otros países. Pero en ningún caso las medidas alcanzaron la dimensión de lo que ahora ocurrió con los chilenos.

¿Por qué?

Gran parte de la respuesta puede estar en una mención que Francisco hizo en su diálogo con los obispos del vecino país y que luego ratificó en una carta reservada. Allí Jorge Bergoglio reconoció que, más allá de los errores y las faltas personales, lo vivido en la Iglesia chilena es atribuible al “sistema” institucional. Fallaron las personas y fracasó la institucionalidad eclesiástica. Porque hubo encubrimiento, porque incluso el Papa fue mal o insuficientemente informado hasta el punto de ser inducido al error por parte de sus pares en el episcopado. Pero la referencia al “sistema” puede significar algo todavía más importante en el pensamiento de Francisco. La reforma de la estructura de la Iglesia ha estado siempre en el horizonte de Bergoglio, pero no menos cierto es que el Papa encuentra en el frente interno aun más resistencias que aquellas que los conservadores le plantean, desde afuera de la institución eclesiástica, a sus pronunciamientos sobre temas sociales. Es evidente que Francisco ha ganado prestigio y credibilidad en gran parte de la opinión pública mundial que hoy lo reconoce como una de las figuras con mayor liderazgo en el escenario internacional. Muchos especialistas en temas de la Iglesia Católica sostienen que, precisamente sobre la base del reconocimiento ganado hacia afuera de la Iglesia, el Papa se lanza ahora a una segunda etapa de su pontificado en la que los cambios deberán producirse hacia adentro. Ya no en Chile, sino en el mundo.

¿Qué cambios? La Iglesia Católica es una institución que ha generado sus propias corrupciones y otros muchos vicios emanados de su convivencia con el poder a lo largo de su historia. Francisco aspira a una Iglesia que viva con autonomía su compromiso de anuncio del Evangelio de Jesucristo. Pero más allá de ello uno de los problemas más graves que enfrenta es una institucionalidad anquilosada, difícil de responder a los tiempos presentes, con escasa capacidad de reacción. Y un sistema de nombramiento de obispos por autogeneración: los obispos eligen a los obispos y el Papa, mediante un poco claro mecanismo burocrático, convierte esa selección en nombramientos. Esto ocurrió en Chile con de la designación del obispo Juan Barros –acusado de complicidad con el cura Karadima– en Osorno. Y los laicos chilenos –particularmente las víctimas de los abusos– han pedido insistentemente participar en la selección de aquellos que serán sus pastores, sus obispos. Es parte del cambio de sistema que se reclama. 

Hay muchos otros aspectos para considerar en la reforma de la Iglesia. Pero también a esto se refiere el Papa cuando dice que falló el “sistema”. La drástica medida adoptada con el episcopado chileno puede ser una vuelta de página importante de cara a la renovación institucional de la Iglesia. Para hacerlo Francisco tendrá que enfrentar muchas resistencias y otras tantas conspiraciones internas. 

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