Los números de la corrida son de una magnitud asombrosa. La primera vez que la entidad intervino en la plaza cambiara este año fue el 5 de marzo, cuando vendió 30 millones de dólares para mantener el tipo de cambio mayorista por debajo de los 20,50 pesos. Estas cifras ahora resultan mínimas: la semana pasada el organismo debió intervenir con una orden de venta de 5000 millones de dólares para evitar que el dólar supere los 25 pesos. 

El presidente del Central, Federico Sturzenegger, había asegurado ante la prensa en marzo que tenía todas las herramientas necesarias para evitar que la divisa supere los 20,50 pesos. Esta semana dijo que no hubo corrida y que la turbulencia ya pasó. La negación de los problemas es notable. Escribió un libro unos años antes de asumir al frente de la autoridad monetaria en el que aseguraba que la Argentina no tenía por qué vivir en un relato incontrastable con la realidad. La gestión debe ser muy diferente a opinar en los medios de comunicación porque desde que asumió no para de contar historias sobre teorías monetarias que nunca se cumplen.

El Central dijo hace dos años que iba a bajar la inflación pero los precios subieron 41 por ciento en 2016, 25 por ciento en 2017 y se calculan en torno del 30 para este año. El régimen de metas de inflación con altas tasas de interés solo permitió impulsar los negocios financieros pero no fue efectivo para controlar el proceso inflacionario. La autoridad monetaria había dicho que el país iba a entrar en un proceso de crecimiento sostenido por la política de tipo de cambio flexible en la que el mercado determina el precio del dólar. El crecimiento de 2017 no compensó las caídas de 2016: hubo crecimiento nulo en el saldo bianual y para este año se espera una fuerte desaceleración del mercado interno a partir de la volatilidad cambiaria de los últimos meses.

El último de los relatos del Central resulta aún más llamativo. La entidad perdió en pocas semanas 1 de cada 10 dólares de las reservas internacionales pero el titular de la entidad dijo que el patrimonio contable del organismo salió fortalecido de la turbulencia. El 5 de marzo, cuando vendió los primeros 30 millones de dólares, las reservas eran de 61.707 millones de dólares. El 15 de mayo, jornada previa al mega vencimiento de Lebac, la cifra había bajado a 52.727 millones de dólares. En el medio se esfumaron 8980 millones de dólares.

Este no es el único dato relevante para entender la dilapidación del patrimonio del Central. Sturzenegger había criticado el uso de dólares futuros porque llevó a la entidad a tener que desembolsar 40.000 millones de pesos para cubrir los contratos a mitad de 2016. Esta cifra queda en ridículo si se tiene en cuenta que la renovación de Lebac de la semana pasada con tasas del 40 por ciento obliga al organismo a pagar cerca de 20.000 millones de pesos en intereses dentro de cinco semanas. El stock de Lebac equivale a 45 mil millones de dólares. En un año, con esta tasa y este tipo de cambio, el Central deberá pagar intereses de casi 4 puntos del PIB. La cifra equivale a 18 mil millones de dólares a la actual paridad.

El Central no tiene un patrimonio sólido pero igual se da el lujo de rifar recursos. Lo hizo la semana pasada con los principales bancos del país para incentivarlos a participar en la licitación de Lebac. Les permitió comprar letras de corto plazo con fondos de los encajes (es decir dinero no líquido y que no se remunera). Las entidades bancarias embolsarán ganancias cercanas a los 4500 millones de pesos gracias a esta operación en junio. La plata la pondrá el Central. Sturzenegger había dicho que en su gestión el sector financiero ya no iba a hacer plata fácil. Lo volvió a decir en su conferencia del miércoles. Puro relato.