Andrés Malamud es politólogo graduado con honores en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Doctorado en Ciencias Sociales y Políticas en el Instituto Universitario Europeo e investigador de la Universidad de Lisboa -ciudad en la que actualmente vive-, se reivindica como weberiano ortodoxo, aunque también un poco gramsciano.  

De formación y tradición política radical, es consultado permanentemente para reflexionar acerca de la siempre compleja realidad política y social argentina. Escribe con frecuencia en El Estadista y otros medios, además de tener una participación activa en Twitter.

En un alto en su agitada labor diaria, conversó con Universidad sobre la coyuntura del país, el sistema universitario argentino, los medios de comunicación y el rol de los intelectuales. 

¿Cuál es el vínculo entre el ámbito universitario y los medios de comunicación masivos?

El periodismo argentino está repleto de profesionales universitarios que, por suerte, no provienen solamente de las carreras de comunicación. El periodismo tuvo tradicionalmente más de oficio que de profesión, en el sentido de que no precisaba de enseñanza formal, pero la creciente especialización y la enorme competencia han aumentado la necesidad de estudios iniciales o complementarios.

¿Cuáles crees que son las mayores virtudes y defectos del sistema universitario argentino, y en particular, de la universidad pública?

En términos de comparación internacional, la universidad argentina tiene excelentes grados y flojos posgrados. Argentina tuvo tres premios Nobel en ciencias, pero hoy es inimaginable que alguien que hace investigación en el país pueda ganar ese premio. Harían falta muchos recursos, muchos años y una estrategia nacional para revertir esa situación, y no vislumbro nada de eso. Seguiremos produciendo excelentes licenciados para que vayan a doctorarse en el exterior.

¿Cuál es el rol del intelectual en la actualidad? ¿ Y del docente en particular?

Hay cuatro formas de intervenir en el debate público: como intelectual orgánico, como intelectual público, como analista político y como divulgador científico. El intelectual orgánico defiende a un partido. Es un militante instruido. Un ejemplo reciente es el de Carta Abierta. El intelectual público defiende una causa. Suele saber mucho sobre un tema y pontificar sobre otros. Son paradigmáticos Noam Chomsky y Mario Vargas Llosa; un caso local es el Club Político. El analista político torna inteligible la realidad. Aplica categorías y conceptos de las ciencias sociales a los procesos políticos. El divulgador científico torna inteligible la ciencia. Presenta investigaciones y descubrimientos académicos de forma comprensible para el lego. Los científicos sociales deberían prepararse para cumplir los dos últimos roles, dejándoles el de intelectual orgánico a los criptólogos y el de intelectual público a los que no entienden de política.

En los últimos 30 años se ha evidenciado, a nivel mundial, una crisis galopante en las identidades partidarias ¿Cómo analizar esta crisis en los partidos políticos de nuestro país, particularmente en el peronismo y el radicalismo?

Las identidades partidarias ya fueron, pero las identidades sociopolíticas (de clase, etnia e incluso ideología) subsisten, y los partidos las representan y  articulan. En Argentina, la crisis del 2001 tornó la frontera muy porosa, pero los campos peronista y no peronista siguen estructurando las identidades colectivas y el voto.

¿Cuál es el rol de la juventud en la política argentina en general y en la universitaria en particular?

No le veo ningún rol histórico especial. Al contrario, en sociedades demográficamente envejecidas es probable que la juventud tenga menos incidencia.