La Garganta Poderosa es uno de los mejores nombres del mundo. Es el que define a la revista de la organización popular La Poderosa y pinta a la perfección la esencia de este colectivo de vecinos de las villas que logra comunicar con eficacia, profesionalismo y credibilidad qué pasa en esos territorios, atravesados por la violencia institucional, entre otras atrocidades que el paradigma Cambiemos alimenta en forma cotidiana.  La Poderosa era el nombre de la moto con la que el Che Guevara y Alberto Granado recorrieron Latinoamérica. La tapa de la publicación ya es una marca registrada: siempre es un gran primer plano del principal entrevistado/entrevistada, alguna persona conocida o referente con la boca bien abierta en un grito, pura garganta, pura voz, puro decir. Las cosas como son. La Garganta misma es un primer plano sobre hechos múltiples que desarma prejuicios sociales. Lo hace desde adentro, en primera persona, pero con una lupa que se extiende a todo el sistema. Los textos son de calidad y cada tanto logran traspasar la muralla de los medios que dominan el mercado y la agenda pública.

La detención por parte de agentes de la Prefectura Naval de Roque Azcurraire, fotógrafo respetado y querido de La Garganta, que se produjo el sábado a la noche en un operativo que ingresó a su casa cuando cocinaba empanadas, es mucho más que un atropello. La lente de Roque intentó con su destreza capturar el momento en que los prefectos irrumpieron en su vivienda, donde conviven tres familias, atacaron y abusaron de una de sus hermanas y a otra la subieron a un patrullero que la tuvo girando durante ochenta minutos. Todo empezó cuando vieron llegar a uno de sus sobrinos con la cara deformada por los golpes de esos uniformados. Lo habían seguido cuando se bajó con otro menor de edad del colectivo 70  por esa calle, Iriarte al 3500. Que no es cualquier calle, porque allí vive la familia de Iván Navarro, uno de los chicos que denunció torturas de los prefectos en 2016 por lo que hoy seis ex efectivos están presos y en pleno juicio oral. En un texto publicado ayer, Roque explicó que su casa está en un pasillo en la villa 21 “y ese pasillo nace justo en la casa de Iván”. “Al principio traté de apaciguar los ánimos mediante el diálogo, pero poco a poco iban cayendo más y más uniformados, con escudos antidisturbios. No había delito, ni conflicto, ni nadie para perseguir: había un plan premeditado para venir a reprimir. Así, de una, comenzaron a repartir palazos a mansalva y balazos de goma contra la casa de Iván, donde además vive su papá que debe declarar el próximo viernes”, relató el fotógrafo.

Roque y su cuñado, Pablo, también militante de La Poderosa, estuvieron presos hasta ayer a la tarde. Fueron indagados por la jueza Carina Rodríguez por robo poblado y en banda, en grado de tentativa, de un arma reglamentaria de los prefectos, arriba de un colectivo, donde como es obvio nunca estuvieron. Un invento para privarlos de libertad.  Pero lo que importa acá es el poder –valga la redundancia– de la Poderosa. El poder de mostrar,  iluminar, explicitar, desnudar, contar. El “problema” es el oficio de Roque, y su pertenencia, igual que la de su cuñado; el problema es su decisión de “no callarme la boca y seguir abriendo la Garganta”, como escribió. La Prefectura conoce bien el barrio, sabe adónde entra, qué puerta derriba, que terror quiere provocar. Sigue “custodiando” la villa 21-24 a pesar de las múltiples denuncias de hostigamiento. La lógica de atacar al fotógrafo/cronista, de impedir el registro de la violencia de las fuerzas de seguridad, es la de asegurarse impunidad y colaborar con la construcción de la famosa “posverdad”. Que los hechos parezcan otra cosa. Que la culpa sea de la víctima. El mismo mecanismo que mueve a los psicópatas, convertido en clave de acción de los agentes de todas las fuerzas.

Es el mismo recurso que se ha aplicado desde diversas movilizaciones ante protestas sociales. La policía, la Gendarmería o la Prefectura que cumplen órdenes de Patricia Bullrich detienen y disparan, en forma matemática, a quienes registran imágenes de la represión o la violencia institucional. Borrar rastros. Sucedió en la primera marcha por la desaparición de Santiago Maldonado, donde hubo detenidos –por ejemplo– de la Red Nacional de Medios alternativos, entre otros reporteros y periodistas; ocurrió en las dos movilizaciones contra la reforma previsional, donde además de los trabajadores de medios caía en las garras policiales cualquier que quisiera filmar a los agentes en acción. Decenas de personas que por trabajo o protección  quisieron registrar imágenes de las fuerzas de seguridad en pleno ejercicio de violencia y abusos, terminaron heridos y/o presos y con causas judiciales insólitas. Hasta ahora lo que más se usaba era acusar por delitos como intimidación y resistencia a la autoridad, de los cuales pocos han podido deshacerse hasta ahora. El operativo del sábado en la villa 21 en Barracas superó la creatividad conocida, atribuyéndoles un intento de robo.

Anular la lente, silenciar, son las premisas. En los sucesos del sábado, no obró la casualidad.