Durante estos años no pensé en salir de mi retiro ni extrañé la escritura. Eso es porque las condiciones que me llevaron a dejar de escribir ficción siete años atrás no cambiaron. Escribí en un ensayo llamado “¿Por qué escribir”, en 2010, que tenía “una fuerte sospecha de que ya había hecho mi mejor trabajo y que cualquier cosa que hiciera a continuación sería inferior. Ya no estaba en posesión de la vitalidad mental o la fortaleza física o la energía verbal necesaria para encarar y sostener un gran ataque creativo, de cualquier duración, sobre una estructura tan compleja y demandante como una novela. Todo talento tiene sus características –su naturaleza, su alcance, su fuerza; también su término, su permanencia, su tiempo de vida. No todos pueden ser productivos para siempre”. 

Pienso en estos 50 años de escritura y encuentro euforia y gemidos. Frustración y libertad. Inspiración y dudas. Abundancia y vacío. Avances brillantes y pantanos de los que no podía salir. El habitual repertorio de dualidades y oscilaciones que todo talento sobrelleva. Y una tremenda soledad, también. Y el silencio. 50 años en una habitación tan silenciosa como el fondo de una piscina, donde sobrevivía, si todo salía bien, mi mínima  provisión diaria de prosa usable. 

Estoy a meses de cumplir 85: dejaré la edad avanzada para ingresar en la senectud. Cada día me deslizo más profundamente hacia el imponente Valle de sombra. Hoy es asmbroso encontrarme todavía aquí al final de cada día. Me meto en la cama cada noche, sonrío y pienso: “Viví otro día”. Y es asombroso nuevamente despertar ocho horas más tarde y ver que es la mañana del día siguiente y que continúo aquí. “Sobreviví otra noche”: pensar eso me hace sonreír. Me voy a dormir sonriendo y me despierto sonriendo. Me alegra seguir vivo. Más aún cuando sucede, como ahora, semana tras semana y mes tras mes. Desde que empecé a retirar dinero de Seguridad Social, ese paso del tiempo produce la ilusión de que esta cosa nunca se a va terminar, aunque por supuesto sé que puede detenerse en seco. Se parece a jugar un juego, día a día, un juego de apuestas fuertes por ahora que, a pesar de las probabilidades, sigo ganando. Veremos cuánto me dura la suerte.

Tengo tiempo libre, además. Leo los diarios. En este momento veo, por ejemplo, a muchos hombres con visibilidad y poder que son acusados de acoso sexual y abuso. No soy un extraño, como novelista, de las Furias eróticas. Los hombres envueltos por la tentación sexual representan un aspecto de la vida de los hombres sobre el que he escrito en algunos de mis libros. Hombres que responden al insistente llamado del placer sexual, acorralados por deseos vergonzosos y por indomables lujurias obsesivas, atraídos incluso por el aura del tabú. Durante décadas imaginé un pequeño grupo de hombres inestables poseídos por fuerzas inflamables con las que deben negociar y pelear. He tratado de ser implacable en la representación de cada uno de estos hombres. Tal como son, tal como se comporta cada uno, excitados, estimulados, hambrientos en el puño del fervor carnal y enfrentándose a la variedad de dilemas éticos y psicológicos que presentan las exigencias del deseo. No escondí los hechos duros en estas ficciones, los por qué y cómo y donde los hombres inflamados hacen lo que hacen, incluso si esto no estaba en armonía con el retrato que preferiría una campaña de relaciones públicas masculinas, si existiera tal cosa. Me metí no solo dentro de la cabeza masculina sino dentro de la realidad de esas urgencias cuya obstinada presión y persistencia pueden amenazar la propia racionalidad,  urgencias tan intensas que pueden ser experimentadas como una forma de locura. En consecuencia, no me asombra ninguna de las conductas más extremas sobre las que he estado leyendo en los diarios últimamente.

También leo libros, claro. Extrañamente, o no tanto, muy poca ficción. Me pasé toda mi vida de trabajo leyendo ficción, enseñando ficción, estudiando ficción y escribiendo ficción. Pensé poco en otra cosa hasta hace siete años atrás. Desde entonces paso buena parte del día leyendo historia, mayormente historia de Estados Unidos pero también historia moderna europea. La lectura ha tomado el lugar de la escritura y constituye la mayor parte, el estímulo, de mi pensamiento.

Nadie que conozco podría haber predecido un país como en el que vivimos hoy. Nadie podría haber imaginado que la catástrofe que le sobrevendría a Estados Unidos en el siglo XXI, el más degradante de los desastres, aparecería no con el disfraz aterrador de un Gran Hermano orwelliano sino como la ridícula y ominosa figura de un bufón de la commedia dell’arte. Qué ingenuo era en 1960 cuando me creía un americano viviendo tiempos insensatos. ¡Qué pintoresco! Pero, claro, ¿cómo podía saber en 1960 acerca de 1963? ¿O de 1968 o 1974 o 2001 o 2016? u

La última entrevista con Philip Roth se publicó en The New York Times en enero de 2018. La hizo Charles McGrath, que conversó con el novelista en su casa, siete años después de su retiro.