Nicola Piovani se reconoce admirador de Piazzolla y estuvo en Argentina en 1993, para trabajar la música de la película De eso no se habla, de María Luisa Bemberg, en la que además de Luisina Brando, Jorge Luz y Alejandra Podestá, actuaba Marcello Mastroianni, compañero en numerosas producciones. “A Marcello lo recuerdo con un pucho en la boca. Era el tipo que llenaba el set de paquetes de cigarrillos a su alrededor. Pero sobre todo era una persona con un gran sentido del humor. Mientras filmábamos Intervista, de Fellini, apareció en el set una terapeuta que aseguraba que le sacaría el vicio del cigarrillo. ‘Si lo logra, le juro que la demando’, le contestó”, cuenta Piovani. Con un dejo de nostalgia, habla también de la manera en que la tecnología cambió las formas de trabajar en el cine. “Eso que en algún sentido podríamos llamar ‘comodidades’ trajo aparejado también un cambio en el estilo de las músicas”, asegura.  

–Usted trabajó con algunos de los directores italianos más importantes del cine italiano: los hermanos Taviani, Fellini, Benigni, Bellocchio, Moretti, Monicelli... ¿Cuál recuerda como el más musical?

–Todos resultaron muy diferentes en cuanto a su actitud ante la música y a las exigencias al respecto. Paolo y Vittorio Taviani, por ejemplo, son profundos conocedores de la tradición musical clásica y por lo tanto el universo sonoro que imaginaban tenía que ver con eso, escuchaban desde ese lugar. Mario Monicelli era más práctico. Le daba a la palabra “maestro” un sentido distinto al que se le suele dar en el ámbito de la música. Él decía que “maestro” es una palabra artesanal, una palabra de construcción que indica al que tiene competencia en una rama. El maestro carpintero, el maestro albañil. El maestro de música en la corte del siglo XVIII, estaba sentado en penúltimo lugar, el primero de los cuales pertenecía a la cocinera. “Un maestro no es solo el que camina sobre el agua”, decía. Y tenía razón. Fellini, en cambio, tenía un enfoque hacia la música que era más sensual, digamos. Federico era una persona a quien la música le causaba emoción y de alguna manera era vulnerable a las notas, porque lo llevaban a otro lugar, al borde del inconsciente, a un área privada, mítica y acaso oculta. Por un lado era carnal y por el otro casi infantil. Por eso amaba las canciones.