El balance de mis alegrías librescas del 2016 –aclarando que por cuestiones de extensión elijo limitarme únicamente a las plumas argentinas– sería el siguiente:

1) La mayor alegría fue que Adriana Hidalgo, mi editorial preferida, haya publicado la Trilogía: Zama, El silenciero y Los suicidas, con las tres principales e inolvidables novelas de uno de los más admirables, contundentes y originales narradores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Fue muy triste el ninguneo que sufrió Antonio Di Benedetto al volver a la Argentina y la situación en que murió, y el posterior reconocimiento de su obra, gracias en parte a la fervorosa militancia de algunos amigos y colegas suyos como Juan José Saer, me reconforta por su carácter reparador.

2) De los libros publicados por editoriales “mainstream”, me alegró inmensamente el éxito que tuvieron Black out de María Moreno, Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez  y el segundo tomo de Los diarios de Emilio Renzi, Los años felices, de Ricardo Piglia. Tres obras extraordinarias que encarnan en un punto muy alto la singularidad de las obsesiones de cada uno de sus autores, que además de ser tres grandes escritores y lectores son personas que aprecio.

3) Confieso que mi debilidad es la lectura de libros de poesía de editoriales independientes, y celebro que aún haya “reseñadores” lúcidos y sensibles que se ocupan de ellos, como Daniel Gigena. Algunos de los títulos que este año compré y leí con muchísimo placer son: La cura (Hilos editora) de Claudia Masin, La sorda y el pudor (Mansalva) de Lucas Soares, Lej Lejá (Bajo la luna) de Yaki Setton, y –aunque se publicó sobre el final del 2015 (¡qué importancia tiene!)– La casa de la niebla (Ediciones del Dock) de la potente Elena Anniballi.

4) Celebro la publicación de los Cuentos Reunidos (Alfaguara) de Liliana Heker; y los cuentos de Kastikas de Pedro B. Rey (Leteo).

* Escritora.