Chanti dice que empezó a hacer historietas antes de saber leer y escribir. Y que todavía recuerda la alegría que sintió al comprobar que podía agregar las letras a sus cuadritos él mismo, cuando finalmente dominó la escritura. Ejerce y defiende la historieta como un arte que llega, según él mismo ha podido comprobar, a los lectores y lectoras más insospechados. Y es que trabajos como Mayor y menor –que se publicó durante años en una revista dominical, que luego se transformó en libro, y que ya va por el número 13– tiene seguidores de todas las edades, encariñados e identificados con sus personajes. Tanto, que pueden enojarse con el autor por algunas resoluciones de la historieta, según cuenta el mendocino en esta entrevista. Personajes como el Nacho y el Tobi de Mayor y menor, Facu y Café con Leche, la delirante maestra Delia Lirantes, o el muy flamante Pico Pichón, que acaba de romper el cascarón, han logrado captar enojos y amores, pero siempre con intensidad.

Corrió mucha agua bajo el puente de la historieta desde que este mendocino iba a la primaria y el género era “mala palabra”: “Si te veían con una revista de historietas, te retaban, te la sacaban, ¡era como llevar un iPhone ahora! No era algo de la escuela ni era lectura, era como de segunda. Si hasta en las clases de dibujo hubo profesoras que me retaron por dividir la hoja y contar una historia”, recuerda. Mucho pasó hasta este presente de reconocimientos. Hace poco, por ejemplo, ganó el Destacado Alija, que otorga la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina, por Historias delirantes 2, otra de sus grandes creaciones, publicada por Comiks Debris . Y en mucho tuvo que ver, también, el trabajo de colectivos como Banda Dibujada, un movimiento creado para la investigación y la difusión de la historieta infantil, o en su momento El Círculo del Cuadrito de Mendoza, que Chanti integró.

Uno entre ocho hermanos, Santiago González Riga –así se llama Chanti en el documento– cuenta que dibuja “desde que tiene memoria”. Que su padre era abogado, pero tenía habilidad para el dibujo y siempre le gustaron las historietas. “Hasta hizo uno de esos cursos que venían en las revistas. Compraba la Hortensia, la Skorpio, y nos compraba a nosotros. Yo leía todo lo que agarraba; leía historietas antes de aprender a leer. Me gustaba verlas, adivinar lo que decían. Cuando aprendí a leer y escribir, fue lo máximo: podía leer las historietas solo y hacer las mías”, repasa. Asegura que ya entonces, en un momento en que la historieta “era mal vista”, estuvo seguro de que eso era lo que quería hacer en la vida, “contra viento y marea”. Eso incluyó, una vez terminada la secundaria y mientras cursaba la carrera de Diseño –lo más cercano que encontró a su vocación–, empezar a viajar de Mendoza a Buenos Aires, “solo, en el micro larga distancia, con la carpetita abajo del brazo, a tocar puertas. Y sin ningún contacto. Con esa caradurez de decir: total, el no ya está”. 

–¿Y cómo hacía?

–Decía: quiero publicar en Billiken, compraba la revista, me fijaba el teléfono, la dirección, quién era el director de arte, y pedía una entrevista. Y así entre a Billiken, cuando me atendieron Carlos Bazerque y Cecilia Blanco. Por supuesto, no fue tan fácil ni tan lineal: pasé años recorriendo lugares, dejando carpetas que se perdían, esperando horas... A veces las secretarias se apiadaban de mí y me decían, por ejemplo: “Mirá, no vengas con toda la carpeta, te conviene traer una propuesta puntual”. Ese consejo me sirvió para lo que fue después Mayor y menor, cuando se abrió la Rumbos. Ahí Darío D’Atri vio que era algo distinto y siempre le agradezco porque ese fue el gran salto. No fue hace tanto, pero era todo muy distinto: no existía el mail y yo enviaba el original pintado, por correo, o los bocetos por fax... ¡Prehistórico!

–¿Cómo pensó Mayor y menor, en un principio?

–Siempre había querido hacer una tira con niños, pero no sabía cómo. Si hacía una nena, ya estaba Mafalda; si hacía un nene, en ese momento estaba Matías... Cuando nació mi primer sobrino, con tantos tíos era el rey. Pero después nació su hermano y ahí empezaron los problemas, los celos, las peleas. Me gustó eso de amor-odio que se tenían: veía que jugaban y se peleaban como en continuado, como si fuera lo mismo. Y me hizo acordar a muchas cosas de cuando yo era chico, con mis hermanos. Ahí pensé en hacer algo sobre la relación de hermanos; por eso la historieta se llama Mayor y menor, y no Nacho y Tobi. También en relación con los padres, cómo el trato es distinto con el primer hijo, con el segundo, con el tercero... ¡Ahora les nació una hermanita y salió caminando sola sin que se dieran cuenta! (risas).

–¿Pero usted pensaba en los chicos como lectores?

–Nunca la hice para chicos, era una historieta para todo público. Lo que nunca imaginé es que se iba a enganchar gente tan diversa. Pensé que iba a gustarle a los que tenían hijos. Pero se engancharon los abuelos, los tíos solteros, los que se acordaban de cuando ellos eran chicos y su relación de hermanos. En la primera época de la revista, me llegaban cartas de lectores, y me podía escribir una mujer de un barrio cerrado concheto de Córdoba, o como me ha pasado en Mendoza, que me reconoció un limpiavidrios cuando estaba en el semáforo con el auto, porque con la historieta salía mi fotito. Me dijo: “¡Ah, sos Chanti! Me encanta Mayor y menor, donde trabaja mi mama le dan la revista y la lleva a casa”. ¡Y hasta monjas de clausura! Me contaban que lo único que podían leer era el diario del domingo y se reían con la historieta. Eso es lo que me gusta de la historieta, que es algo popular, que llega a todos.

–¿Con qué se identifican los lectores?

–También, con las cosas más diversas. Una vez me escribió un piloto de avión, cuando apareció un pajarito encerrado en una jaula. Había hecho toda una relación sobre lo que era volar, que yo nunca había imaginado. O una mujer que tenía el hermano preso; él tenía hijos y ella le llevaba las Rumbo porque con la historieta se acordaba de sus hijos. Cosas fuertes. También me han escrito madres de chicos con síndrome de Asperger, algo que nunca hubiera pensado tampoco. 

–¿Qué le dicen?

–Me dicen que a sus hijos les cuesta integrarse con los demás y que al ver cómo interactúan los chicos en la historieta, toman algunas cosas que les sirven para socializar. Una me contaba que su hijo repetía en el grado cosas que se dicen Nacho y Tobi cuando se pelean: “Callate, puré de moco”, “Callate, pañal de chimpancé cagado”... El veía que con eso se reían sus compañeros, encontraba la manera de conectar. Son cosas que nunca se me hubieran ocurrido. Una vez me invitaron a un colegio de sordos. Decían que les venía muy bien la historieta, yo no entendía por qué. Claro, leer es muy abstracto y para ellos las letras que ven no representan sonidos. Nunca las han escuchado, se las tienen que aprender de memoria. En cambio, en la historieta hay un montón de códigos visuales que hacen que sea más fácil leerlas.

–¿Y nadie se quejó? 

–Una vez hubo polémica porque maté a un pececito (risas). En realidad, lo mataron Nacho y Tobi, como hacen el 99 por ciento de los nenes que reciben de regalo un pececito para tener en una pecera. En la historieta, sin que lo sepan los chicos, el papá lo tira por el inodoro. Como hacen el 99 por ciento de los padres... Una maestra se enojó mucho y me escribió una carta de lectores diciendo cómo era posible que diera tan mal ejemplo, en vez de enseñarles a los chicos cómo se debía cuidar al pececito. Justo hubo una feria del libro en Mendoza y alguien me preguntó sobre eso. Entonces les pregunté a los chicos: “¿Leyeron la historieta? ¿Quién mató al pececito?” Todos gritaban: “Nacho, Tobi”...

–¿Cómo lo mataron?

–Le tiraban cosas, le golpeaban la pecera, lo alumbraban con la linterna...

–Tercera pregunta: ¿ellos querían matarlo?

–¡Nooo!

–Entonces, ¿cómo se debe cuidar un pececito?

Y los chicos decían todo lo contrario a lo que pasaba en la historieta. El mensaje estaba claro, ellos lo habían entendido y sacaron solos la conclusión. No es necesario darles todo masticado. Y por otro lado esto no es un manual ni son instrucciones sobre lo que hay que hacer. Yo hago humor y reflejo la realidad. 

–Mayor y menor es hoy un todo fenómeno. ¿Le encontró alguna explicación? ¿Cuál le parece que es su magia?

–A mí me ha sorprendido el fanatismo que hay. Y me sigue sorprendiendo que me digan: “Mirá, mi hijo aprendió a leer con Mayor y menor”. O que no pueden dejar de leer las historietas... En pleno siglo XXI, que los chicos estén leyendo de ese modo historietas, me parece raro y maravilloso. Supongo que tiene que ver con que los chicos se dan cuenta cuando algo es genuino, cuando tenés onda con ellos y sabes captar sus cosas. A mí me pasa en las charlas, ellos se re enganchan, no está forzado, nos entendemos. Y creo que, además de empatía, los humoristas gráficos tenemos una capacidad para observar. Por ejemplo, hablo de los padres y lo que sienten, pero no soy padre. Pero al escucharlos, voy acumulando información. Tengo como un radar, una atención selectiva. Y siempre me cayeron bien los chicos: soy el tío divertido, el que los hace jugar, el que les cuenta cuentos...

–Como el tío de Mayor y menor...

–¡Sí! Después lo saqué menos, porque mis hermanos me dijeron: “Claro, te estás dibujando a vos”... Me dio un poco de pudor (risas) 

–Dice que cuando era chico la historieta en la escuela era mala palabra. ¿Y hoy?

–Creo que se ha ganado mucho lugar, sobre todo con el nacimiento de la historieta para grandes, lo que se llama novela gráfica. En lugares como España o Francia, las librerías tienen un gran sector especial para historietas; nosotros todavía no estamos ahí, pero tendemos a eso. Y en la escuela, no solo ya no es mala palabra sino que las maestras y los bibliotecarios son los grandes aliados: nos llaman para dar talleres, se preocupan por formarse, por saber.. Hasta hay manuales como los de Edelvives, que abren cada unidad con una historieta de Mayor y menor. Encontraron que eso enganchaba a los chicos y servía para abrir la puerta del tema. No puedo imaginar mejor destino para una historieta.