¡Oh, los dinosaurios, y su encanto de millones de años! Cuánta tela han dado para cortar...y ya se viene otro Parque Jurásico en cine, justo para las vacaciones de invierno. Las ediciones de libros también han sabido ir detrás se esta gran fascinación que provocan los bicharracos prehistóricos. Una reciente sobresale por estar enfocada especialmente en los dinos que alguna vez vivieron por estas tierras (cuando todo era tan distinto), por lo atractivo y dinámico de sus textos y sus ilustraciones, y por encontrarle vueltas tan imaginativas al asunto como para proponer, junto con el libro, un juego de cartas a partir del tema. Se llama Dinosaurios del fin del mundo, la escribió con rigurosidad científica el periodista científico Federico Kukso, y la ilustró el paleoartista Jorge A. González, que aquí pone en juego todo su arte. Y que, según el lector descubre con este libro, ¡hasta dio nombre a uno de estos bichos emplumados, cuando encontró sus restos en Río Negro!

La edición de Penguin Random House es de calidad y tiene un precio razonable ($299). Y su contenido, breve y directo, ágil en las llamadas y datos curiosos, es al mismo tiempo riguroso y preciso. Va justo al centro de esos bichos que no dejan de asombrar. “Los dinosaurios nos fascinan porque son feroces, porque son exóticos, porque en el fondo también hablan de un planeta sin nosotros. Durante ¡160 millones de años! –un montón– fueron los reyes de la Tierra (no todas las especies juntas, claro). Los seres humanos como Homo sapiens solo llevamos 300 mil años. ¿En un futuro lejano y profundo habrá alguna especie que nos recuerde como nosotros recordamos a los dinosaurios?”, plantea Kukso en diálogo con PáginaI12.

Por su trabajo de veinte años como periodista científico sabe que los temas que más fascinan son los dinosaurios y el espacio: lo extremadamente lejano, en tiempo y en lugar. Pero los dinosaurios, aclara, tienen un lugar especial. “Sobre todo acá: la Argentina es un paraíso paleontológico, con una fuerte tradición científica impulsada por gigantes como José F. Bonaparte, hoy de 89 años, y grandes investigadores como Fernando Novas, Sebastián Apesteguía y Diego Pol”, cuenta. “Idolatramos a Messi (con justa razón), pero olvidamos que los dinosaurios hallados desde San Juan a la Patagonia son también nuestros mejores representantes en el mundo, son nuestros embajadores. Solo hay que ir a los megamuseos: en el Museo de Historia Natural de Nueva York y en el Museo Field de Chicago, por solo mencionar dos ejemplos, las estrellas son los dinosaurios argentinos, en especial el titanosaurio Patagotitan mayorum, el más grande hasta ahora encontrado por el equipo de Diego Pol en Chubut”, se entusiasma.

De este tipo de bichos asombrosos, tan gigantes como el Patagotitan o el Argentinosaurio, o tan feroces como el Carnotaurus, está hecho este libro que además de datos bien plateados (que en el cuerpo de un dinosaurio podían caber catorce elefantes africanos, que su cuello podía medir ocho metros, y su cerebro, pesar 113 gramos; o cuán altas podían ser las montañas de caca que dejaban estos animalitos) cuenta muy especialmente dónde fueron hallados los restos de cada uno. “Los libros de dinosaurios por lo general son como revueltos de gramajo: un menjunje de especies de todos los rincones del planeta y de diversas épocas, una mezcolanza que a veces confunde, y suele prestarle poco o nada de atención al ambiente en el que vivían. Por eso quise hacer algo distinto: concentrarme en esta región. Mostrar la riqueza paleontológica argentina, contar el gran trabajo de científicos y científicas que con paciencia, pieza a pieza y fósil a fósil, buscan comprender el pasado de la vida en la Tierra. E invitar al lector a identificarse, a imaginar que por tales provincias y ciudades merodearon estos animales, cuyos restos pueden ver en los museos de todo el país”.

A este trabajo se sumó el de Jorge A. González, “uno de los mejores paleoartistas del mundo, un verdadero ‘resucitador de dinosaurios’”, según lo halaga Kukso. “Históricamente, a los paleoartistas se los ha invisibilizado,cuando su trabajo es crucial: sirve para imaginarnos (incluso los propios científicos) cómo eran estos animales, cómo se veían. Son representaciones: en muchos casos no sabemos qué color tenían los dinosaurios”, explica. El trabajo de González, de hecho, tiene mucho de científico, según detalla el artista plástico: “Las ilustraciones fueron trabajadas desde los huesos hacia afuera; a partir de fotos de los esqueletos y de las publicaciones científicas que realizan los paleontólogos. Después se hace un boceto que incluye una reconstrucción muscular lo más completa posible, para eso hay que conocer bien la musculatura de aves y reptiles, para establecer los volúmenes de masas musculares sobre el esqueleto. Luego se trabaja con la piel, algunos son escamosos, otros, emplumados, según las últimas evidencias. El boceto debe verse natural y dinámico, pero no exagerado, el animal debe estar haciendo algunas de las cosas que haría un animal cuando vivía hace millones de años”, enumera.

González estudió artes visuales, y se formó de manera autodidacta como paleoartista e ilustrador científico, ya que no existe la carrera en el país. Pero para eso tuvo que estudiar mucho: paleontología, paleobotánica, geología, veterinaria, anatomía humana y animal... “Cuando comencé trabajar como dibujante, conocí al doctor Sebastián Apesteguía y nos hicimos amigos. Nos invitó, a mi hermano y a mí, a que lo acompañásemos a buscar fósiles en la meseta del Cuy, en la provincia de Río Negro, y lo hicimos por varios años. En una de esas expediciones, durante una larga caminata a una zona nueva con posibles restos, mi hermano vio unos huesos claros que salían de una pared de arenisca roja. Inmediatamente comencé a buscar en la arena, para ver si habían caído de esa pared más restos, y los encontré de a poco. Pude reunir muchos huesos pequeños de unas patas traseras. Cuando llegó Apesteguía le dije que reconocía los huesos porque parecían los restos de un dinosaurio que ya había dibujado antes... Eran los restos de un nuevo dinosaurio carnívoro y uno de los más completos que se conocen”, recuerda el ilustrador en relación a uno de los dinosaurios tratados en el libro, un pequeño carnívoro emplumado. Lo bautizaron ‘Buitreraptor gonzalezorum’, en honor a La Buitrera, el lugar donde se encontró, y a la familia González, por Jorge y su hermano Fabián. Cuando se dio a conocer el descubrimiento, recuerda el ilustrador entre risas, muchos pensaron que iba dedicado al Negro Gonzalez Oro. Por eso, entre otras cosas, hacen falta más libros de divulgación científica como este, que incentiven las ganas de saber de los chicos y las chicas.