“Qué gran perdedora la protagonista”: Virginia Feinmann cuenta que eso le dijo Carlos Ulanovsky cuando leyó Personas que quizás conozcas, segundo libro de esta escritora, traductora, periodista, presente en su vida la palabra escrita en otros rubros por los que también transitó, editora, docente, librera. Contemporánea, su narradora de cuarenta y pico va desgranando en primera persona una serie de escenas y situaciones que componen un estado de cosas personal y también de época, un periplo en el que predominan la herida y el empantanamiento, la carencia y el desasosiego, y sin embargo en el camino cada tanto brillan también unos gestos que son poesía en medio del desencanto, la generosidad de algún personaje al paso, los descubrimientos que aparecen en la cristalizada relación con la madre. “Cuando se me acumulaban tres o cuatro problemas yo me iba a lo de mi mamá –cuenta la narradora–. Pensaba en su casa como un lugar donde descansar y recibir cuidados para después retomar mis cosas. A los dos minutos me daba cuenta de que me había equivocado”. 

  Feinmann entrevera con fluidez la angustia y el humor: se anota fácil, pero es un ecosistema delicado. Tres o cuatro problemas acumulados: un amante casado que es un ladri, versero viejo; falta de trabajo con las penurias económicas consiguientes; el padre (separado, con otra pareja) internado largo tiempo en terapia intensiva; un corte de gas en el monoambiente en el que vive. Y esto en una época miserable: el macrismo. Está el marco general del desempleo creciente, la explotación laboral y las dificultades para acceder a lo básico, pero también hay pinceladas explícitas de la narradora en torno a su militancia, la ida a Aeroparque para recibir a CFK en una noche lluviosa, la sintonía con un venezolano que atiende en un comercio y simpatiza con Chávez, el reproche a un grupo del PTS que reparte volantes contra el tarifazo: “¿Ustedes a quién votaron en el ballotage?”. Personas que quizás conozcas está compuesto por cuarenta textos cortos (de media página el más breve, de poco más de cuatro el más largo) que cierra cada uno en sí mismo y a la vez componen una novela corta, fragmentada. Feinmann la concibe como la segunda parte de su primer libro, Toda clase de cosas posibles, editado en 2016 por Mulita (Emecé proyecta reeditarlo en los últimos meses de este año). Los textos que conforman ambos libros fueron posteados inicialmente por Feinmann en su página/muro de Facebook, y allí tuvieron ya una repercusión significativa entre sus lectores. “Los relatos tienen que ver con cosas que vi o que me pasaron, que por supuesto me dan pie a inventar todo lo demás -dice-; son ficción y están armados con herramientas de la ficción, diálogos, personajes, un efecto como de curva, que suba y baje y remate. Para eso tengo que transformar muchos hechos de la vida real, pero sí voy siguiendo bastante pegada a la experiencia, algo que escuché, algo que se me pasó por la cabeza y disparó una idea. En el primer libro el tema fue una separación y desemboca en el final del kirchnerismo, y en éste está la enfermedad de papá y el macrismo, que le da un arco más largo. Facebook me interesa mucho: es como si dijera en este lugar yo publico. La gente me escribe, pone a circular lo que escribo. Hay psicólogos que me cuentan que les leen los cuentos a sus pacientes, narradores orales que me los piden para sus espectáculos”. Algunos de esos relatos fueron aprobados por más de 2.500 lectores.

  La narradora de ambos libros se llama Vir: puede pensarse en un alter ego. “No tengo tan claro el borde con lo autobiográfico –dice Feinmann–. Lo que más me interesó que leí es algo que se llama género de autoficción, que viene desde los ‘70, que es esto de tomar un par de elementos. Quizá impulsada un poco por esta plataforma, me encontré con que ese estilo de contar lo personal impuso un poco el formato. Pero hay muy poco de verdad en lo que pasa. Y a la vez tomo elementos de lo que conozco, reflexiones que vienen del oficio. A los textos van a parar sensaciones que no sé si podría inventarlas; parecería, también, que sos menos escritor si no inventaste, pero para mí es como entregar una porción de un mundo a quienes no lo conocen. Uno puede contar de lo suyo y que eso sea pintoresco, o que transmitas algún sentido universal sólo porque fuiste muy genuino con lo particular. Con el lenguaje. Quizás estar pegado a lo autobiográfico derive en la entrega de un personaje muy genuino. Quizás”.

  Se ríe de sí misma, la narradora; y se reconoce en sus padecimientos; y desea sin suerte; y reacciona en algunas discusiones a veces épicas, a veces bizarras, con voces del gorilaje (y uno imagina un cómic, casi). El libro también retrata a su modo Zona Norte de Buenos Aires y alrededores, porque ahí están el Sanatorio Otamendi, un Coto y un Open 25, veredas por las que boquean pibes de colegio privado, el Museo de Bellas Artes, Aeroparque y Recoleta, colectivos, taxis, consultorios. “Tiene razón Ulanovsky, sí –dice Feinmann–. Para mí los dos últimos años fueron de perder. Precariedad, hostilidad, frío, la terapia intensiva: como grandes pilares que se cayeron. Porque todo el colectivo militante pudo gozar de otro país, en el que vos abrías el diario y veías cosas que te entusiasmaban mucho, avances hacia la igualdad, la equidad, la ampliación de derechos, la soberanía económica. Daba mucha alegría pertenecer a algo así. La pérdida de todo eso le da un tono general al libro.” 

  Feinmann trabaja ahora en una serie de cuentos de más largo aliento, que proyecta como un tercer libro: “Los cuentos son lo que más leo y lo que más me gusta hacer –dice–. Flannery O’Connor decía que contar cuentos es como contar anécdotas, y en su teoría del cuento dice que tiene dos niveles: una anécdota de superficie y un sentido del mundo que late por debajo. Una vez le llevó unos cuentos a una vecina muy humilde y ella le dijo: ‘Acá sólo se ven unas personas a las que le pasan cosas’. Flannery lo tomó como un gran cumplido. Ella valoraba tanto a los que podían extraer un sentido profundo y total del cuento como a los que se enganchaban con la anécdota de superficie. Con los lectores de las redes yo siento lo mismo. Algunos se divierten con la historia y comentan y aconsejan, otros acceden al sentido profundo como la soledad, la vejez, el desencanto. Y las dos apropiaciones me gustan”.