Si algo puede afirmarse sobre la obra de Paolo Genovese, sin temor a la argumentación falaz, es que el director romano idolatra la idea del gancho conceptual como origen de sus historias. Ya en su ópera prima, la comedia Incantesimo napoletano (2002), la gracia del asunto descansaba en un concepto humorístico del cual partían todas las ramificaciones costumbristas imaginables: mágicamente, la hija de una familia napolitana tradicional comenzaba a hablar exclusivamente en dialecto milanés, para el horror de familiares y vecinos. El reciente mega éxito de Perfectos desconocidos, con sus comensales dispuestos al juego de la verdad en la era tecnológica, continuó explotando esa línea creativa. The Place, último largometraje de Genovese –poblado por un nutrido reparto de famosos en su país de origen– es una adaptación relativamente fiel de la serie estadounidense The Booth at the End y no hace más que confirmar la teoría. Aunque aquí la comedia le cede el lugar al drama coral de tintes existenciales. Una imaginaria frase promocional de la película podría disparar la siguiente pregunta “¿Hasta dónde serías capaz de llegar si se te concediera cualquier deseo?”.

Como en la serie televisiva original, aquí también un hombre sin nombre se pasa todo el día sentado en una mesa de bar (Valerio Mastandrea en clave melancólico-misantrópica), a la espera de que sus “clientes” lleguen con sus pedidos. Que muy poco tienen de peculiares: una monja desea volver a sentir a Dios, un ciego recuperar la vista, otro hombre salvar a su pequeño hijo de una enfermedad terminal, una anciana que su esposo vuelva de las tinieblas del Alzheimer. Absolutamente todo puede hacerse realidad, aunque la libreta de anotaciones del misterioso hombre dictamine para ello las más temibles pruebas: tener sexo a pesar de la promesa de celibato, matar a una niña, violar a una mujer, accionar una bomba en un lugar público atestado de gente. Pero, ¿quién es “el hombre”? ¿Un dios antiguo y sádico jugando a los dados? ¿El mismísimo Satanás, divirtiéndose a costa del sufrimiento terrenal? ¿Una simple proyección de la locura humana? Algo es claro: se trata de un concepto narrativo que solo se sostiene a partir de una fe ciega en el poder de la alegoría.

Genovese respeta a rajatabla la idea de un espacio único y elimina de cuajo la tentación de seguir a los personajes fuera de ese “lugar” señalado por el título original: el bar “The Place”, ubicado en la esquina de alguna gran ciudad italiana. Una apuesta que puede rendir sus frutos pero también impone una serie de riesgos y problemas, ilustrados a la perfección por la película misma: la falta de tensión y ritmo narrativos se compensan con excesos dramáticos y actorales, enmarcados por una cámara siempre dispuesta al abuso del primer plano, un montaje que recurre constantemente al fundido a negro para marcar los puntos y comas del relato y un uso de la música similar al rastro fosforescente de un resaltador. El resto, el fondo de la cuestión, es un nuevo hurgueteo superficial en esa tendencia de cierto cine reciente: el cruce casual (o causal) de personajes dolientes como ilustración de una especie de esquema cósmico del sufrimiento humano. Nuevamente, el cineasta como filósofo demiurgo, en este caso algo pasado de café. El verdadero misterio es el título local del film, Los oportunistas: podrán ser muchas otras cosas, pero ninguno de los personajes entra estrictamente en esa categoría.