Veo sus caras de indignación, angustia y repugnancia: “¿qué ser tan despreciable puede estar arrepentida de su hijo?” No hablo de hijxs, hablo de maternidad, y es algo que ocurre. Si les parece fuerte la palabra podríamos hablar de una crisis donde imaginaron cómo hubiera sido su vida sin estar a cargo de tareas de cuidados. 

Confieso que no tengo estadísticas al respecto, pero alguna vez colapso por el sentimiento de “para qué carajo me metí en esta”. A eso yo llamo arrepentimiento. Tan así como por la otra línea editorial clásica de la maternidad: la culpa. Pero ese ya es otro capítulo. O quizás el mismo, que el primer sentimiento desencadena el segundo no tengo dudas.

Como de esto del arrepentimiento no tengo estadísticas, tengo de otras que me podrían ayudar a justificar mi hipótesis. Según un relevamiento de la OIT, en 2013, el 22,4 por ciento de las madres que tenía empleo antes del embarazo se encontró sin trabajo dos años después del nacimiento. Las madres que suelen asumir responsabilidades de cuidado ven considerablemente reducida su capacidad para obtener ingresos, lo que contribuye a una brecha salarial negativa vinculada con la maternidad (16,8 por ciento entre madres y no madres) y a una prima salarial diferencial asociada con la paternidad. O sea, si sos mujer ganás menos que un varón, y si sos madre, ganas menos que una mujer que no. Además, el costo elevado del cuidado infantil es un obstáculo para el empleo. A lo que se le suma la falta de vacantes, el costo de la educación, las licencias, pañales, leche, mamaderas, etc. Es por eso que para una familia puede ser más rentable desde el punto de vista financiero que alguien permanezca en el hogar en lugar de trabajar y pagar por el cuidado infantil, las que hacen estas tareas son las mujeres. En consecuencia las madres de familias de ingresos maìs bajos pueden abandonar el mercado de trabajo para cuidar a sus hijxs. 

Fui primero madre, antes que feminista. Creo que si la línea de tiempo de estos hechos hubiera sido inversa quizá no hubiera sido madre, o hubiera esperado unos cuantos años más. Veo en las feministas sin hijxs que me rodean que tienen conciencia de la situación de disparidad y opresión que implica la crianza en este mundo y temen arrepentirse al decidir ser madres. Y a la vez lidian con los discursos culposos de que “si no tenés un hijo te vas a arrepentir” (sí, la culpa también pertenece a este capítulo).

Me pregunto: ¿Cuánto hablamos de maternidad? ¿Quiénes nos hacemos cargo de pensarla? ¿Hablamos de la violencia que implica parir en una institución? De que esa ley ya la ganamos y aún no aplicamos ¿Hablamos del cuerpo frasco, el  dispenser? ¿Sobre el cuerpo gordo, marcado, cortado y derretido que no se coge? ¿Del desempleo, estadísticas y de sacarse leche en la oscuridad de un baño sucio de oficina? ¿Hablamos del juzgamiento, que si teta mucho, que si teta poco, que colecho malcría, que llanto molesta, que está muy pegado a vos, que deberías estar más, que no te extraña? ¿Hablamos de este mundo de excluidos, donde la vida para cuerpos gestantes es solo una cuestión de privilegios? Ese mundo al que obligadamente debemos dar continuidad, porque a algunos les incomodan el deseo y la libertad. Pero después los niñxs también incomodan y se los invita a retirarse y con ellxs salimos nosotras. ¿Cuánto hablamos de la maternidad como ese territorio de la perfección obligatoria? Madre perfecta o nada. ¿Hablamos de deseo, de ganas, de tiempo? 

¿Hablamos de mamás que no abandonan y de papás que se evaporan porque se arrepienten y abortan huyendo? Si quieren, hablamos de eso también. Porque sé que a quienes nos interpelan estos cuestionantes, este día y cada día, no tenemos problema en enfrentarlos a ver si le encontramos solución, y casualmente también somos las que atamos aquel pañuelo verde a nuestras mochilas y vidas. ¿Será que el problema no es arrepentirse sino por qué llegamos a eso?.