La aprobación del aborto legal, seguro y gratuito enterró, definitivamente, el “que se vayan todos” por el “que se vengan todas”. Es una conquista del movimiento de mujeres fruto de una construcción de más de treinta años de feminismo, de una tradición de tres décadas de Encuentros de Mujeres y de una forma horizontal, federal y autónoma de hacer política.

Aunque, por sobre todas las cosas, la media sanción en la Cámara de Diputados es una victoria de una primavera juvenil. Las grandes protagonistas políticas de la marea verde son adolescentes. No solas. Nadie se salva sola. Y eso también lo sabe el feminismo.

Son las herederas de las exiliadas que trajeron el feminismo y la pelea por el aborto legal de Francia (como la abogada ya fallecida Dora Coledesky) o México; las pioneras de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito; las expertas en derecho, historia, sociología, filosofía y políticas sanitarias; las fundadoras de Ni Una Menos; las impulsoras de los Encuentros de Mujeres; las actrices que rompieron el corralito y conquistaron a las masas y la opinión pública; las comediantes que encontraron nuevas formas de comunicar con ironía y humor y el periodismo feminista, entre muchos otros factores. 

Acompañadas. Muchas. Plurales. Pero las hijas políticas, singulares, colectivas y familiares son las que cambiaron la historia. Porque discutieron en las mesas de sus casas y en la calle, en los colegios y en los colectivos, porque llevaron su pañuelo verde en las mochilas como un signo de empoderamiento, de complicidad, de valentía, de protección y de identidad política por la posibilidad de interrumpir el embarazo fuera de la clandestinidad pero, también, como un símbolo más amplío de su libertad, sus derechos y su goce.

“Quiero que mis hijas, si se tienen que hacer un aborto lo puedan hacer en un lugar sano y seguro, igual que sus hijas”, conmovió Agustín Rossi (FPV) y aludió a la revolución de las hijas, una frase llevada desde el suplemento Las/12 de este diario hasta las exposiciones del Congreso (igual que sacar al aborto del closet que fue citado por Rossi después del discurso de Marta Dillon) y que forman parte de una democracia discursiva que también se plasmó en la media sanción de la norma que, hasta hoy, es la mayor deuda de la democracia con las mujeres y personas gestantes.

La palabra hijas se dijo una y otra vez, también en el discurso de Daniel Filmus (con sus hijas como protagonistas desde el arte y el movimiento secundario) con una influencia tajante en lo personal y político en sus padres: porque les hablan hasta convencerlos y porque sus padres las escuchan a ellas con un interés que superó el tradicional machismo que ejercía una sordera simulada con sus compañeras emocionales, políticas o profesionales. Las hijas rompieron el techo –no de cristal–, sino de acero y cobre (llamativamente también de tono verdoso en su cúpula) del Congreso de la Nación y de una sociedad que no puede esquivar mirar a los ojos a sus propias hijas o nietas.

Hay una ruptura de género y generacional con el poder político. Las chicas son las que llevan la batuta: las que levantan la voz, las que mandan, marchan, conducen, cantan y piden por ellas en su singularidad vital y libertaria. Son las pibas de pañuelos y puños en alto. Las Increíbles Hulk de Argentina no tienen sobredosis de músculos, tienen brillantina contra la invisibilización histórica del machismo. 

El boom de la participación adolescente marca una ruptura generacional y mete el dedo en la llaga con la crisis de la política tradicional. Hay que tener 25 años para poder ser diputado/a. Las chicas que toman, mayoritariamente, las calles, los colegios, los subtes, los colectivos, las plazas, las mesas de las familias, las redes sociales, tienen menos de 25 años. O sea: pudieron hablar en el Congreso de la Nación como oradoras (con el destacado discurso de Ofelia Fernández como ejemplo), pero no pueden ser diputadas. Tienen voz, pero no voto. Y esa tensión marcó la tensa –pero no calma– trasnoche del 14 de junio en donde el aborto legal no tenía los votos suficientes para ser aprobados, hasta que el milagro pampeano (con el voto a favor de último momento de Melina Delú y Ariel Rauschenberger, del PJ) salvó el camino legislativo de la Interrupción Legal del Embarazo.  

La aprobación del proyecto de legalización del aborto también rompió la grieta con una inusual foto que muestra de la mano a Mayra Mendoza (FPV), Karina Banfi (UCR-Cambiemos), Silvia Horne (Movimiento Evita), Daniel Lipovetzky (PRO), Mónica Macha (FPV), Lucila De Ponti (Movimiento Evita), Victoria Donda (Libres del Sur) y Araceli Ferreyra (Movimiento Evita).

El debate permitió un trabajo transversal que recuperó la historia de la construcción política de las mujeres que llevó a la victoria del cupo femenino en los noventa –también ganado de trasnoche y con los votos en contra que se dieron vuelta cuando las velas no ardían y el reloj bajaba las pestañas– pero que abrió una agenda de género que jamás se hubiera propuesto ni aprobado sin un piso de treinta por ciento de mujeres en el Congreso de la Nación.

El abrazo multipartidario no es solo una fiesta cívica, ni una entrega de convicciones éticas, económicas y políticas. Es entender la posibilidad de construir política aun en tiempos de desaliento y desazón colectivos. La construcción de la grieta no marca un enfrentamiento sin conciliación, sino, más astutamente, la cancha marcada solo por la victoria y la derrota, sin matices, ni conquistas. Los brazos enlazados son una forma de construir acuerdos y discutir desacuerdos que no es naif, sino una esperanza que, justamente, saca los brazos del lugar de la derrota.

Hay varones claves en la construcción del aborto legal: Daniel Lipovetzky (PRO), Sergio Whisky (PRO), Máximo Kirchner (FPV), Daniel Filmus (FPV), Leo Grosso (Movimiento Evita), Nicolás del Caño (Frente de Izquierda) y Horacio Pietragalla (FPV), entre otros. El protagonismo transversal no fue solo de las mujeres. La forma de construcción política no es casual, sino un mandato histórico y vigente de la forma de construcción política del movimiento de mujeres en la Argentina.

Pero, además, la tensión entre la vieja y la nueva política se reflejó, de manera tajante, entre el Congreso, con sus puertas adentro, sin los votos seguros e idas y vueltas para conseguir las manos levantadas por el aborto seguro, legal y gratuito. Y el ruido que entraba por las ventanas del recinto, la gente que tomaba sopa o guisos entre guantes, las carpas donde abrazarse y cubrir con gorros el aire frío de las pieles en el calor de la multitud, la música sin noche, los cantos en un grito colectivo que tiene como anticipación del Mundial en las avenidas vueltas estadio y las pizzerías vivando por el aborto en el hospital como se canta un gol en las pizzaras de los canales de televisión que suman votos a favor del aborto legal.

“La más maravillosa música es la que viene de las calles”, dijo Cristina Álvarez Rodríguez, la diputada del PJ-FPV, la sobrina de Evita, a las tres y media de la mañana. La influencia de la vigilia histórica y multitudinaria se hizo sentir en las bancas. “Todas las chicas que están afuera que sepan que tiene una diputada que las representa”, ofreció Claudia Najul (UCR).

Una democracia en donde la voz se alza y los votos se exigen ya no es una representatividad formal y vacía, sino una asamblea permanente, nocturna, atenta y vital, que no quita sus ojos. También Mayra Mendoza (FPV), Aracely Ferreira (Movimiento Evita) y Facundo Suarez Lastra (UCR) hicieron referencia a la revolución de las hijas y al fervor de las nuevas generaciones en sus discursos. Daniel Filmus se preguntó cómo mira a los ojos a sus hijas si volvía a su casa sin ley.

Un cuerpo desnudo, pintado sobre Callao, con un espejo a la altura de los ojos, interpeló a la política tradicional. ¿Qué ven cuando las ven? ¿A dónde miran cuando no las ven? Ellas, por las dudas, la multitud de hijas que poblaron el Congreso, que no se movieron de la calle, que pelearon por un sexo verdaderamente libre, hicieron una revolución de glitter esperanza.

Se muestran brillantes porque no se callan y no se esconden. Solamente pueden no verlas quienes no son capaces de ver a las grandes actoras políticos del siglo XXI. Son ellas. Las hijas. Tomaron las calles. Y no las mueve nadie. No las ve solo quien no quiere verlas. Ahora tiene que verlas el Senado.

Por ellas, por la revolución de las hijas, que sea ley.