En pleno furor mundialista, la fiebre futbolística también ha prendido en otro grupo de aficionados: los que el pasado fin de semana celebraron en Londres la final de su -tantísima menos conocida- Copa del Mundo. Un torneo internacional y alternativo, con aires festivos y reivindicativos, organizado por Conifa (Confederación de Asociaciones de Fútbol Independientes) desde 2013 y cada dos años, donde compiten: “estados, estados de facto, regiones autodeclaradas, minorías étnicas y territorios aislados de manera deportiva”, conforme detalla la organización. Entre ellos, Chipre Norte, equipo de un Estado solo reconocido por Turquía dentro de la isla mediterránea; Padania, compuesto por futbolistas del norte de Italia; la selección de Barawa, representante de la diáspora somalí en Inglaterra, o la de Abjasia, una república que se declaró independiente en 1992 sin el reconocimiento de la comunidad internacional. También la isla de Oceanía Tuvalu, cuarto país más pequeño del mundo, cuyos jugadores entrenan en tierras que constantemente se inundan por la suba de la marea y deben mudarse a la pista del aeropuerto para continuar practicando. O Tibet y Matabeleland, que no hubieran podido costear el viaje a Inglaterra de no ser por campañas crowdfunding para enviar a sus selecciones… En fin, apenas algunos de los 16 equipos que calificaron (47 están afiliados) y pudieron desplegar su magia para el balompié en esta tercera edición, en pequeños estadios donde -a la vista de un público de 2500 personas- se alzó victoriosa la selección de Kárpátalja, integrada por jugadores de una minoría húngara en Ucrania. “La calidad del fútbol que se ha jugado aquí estos días ha sorprendido a muchos. Especialmente a los que no conocían la competición”, se alegró Jens Jockel, presidente de la sección asiática de Conifa, chocho porque hubiera 350 periodistas acreditados cubriendo la competición. Emocionados también los jugadores, como An Yong-hak, que dijo: “En la Copa del Mundo de FIFA, yo representaba a la nación norcoreana; aquí mi identidad es como un coreano zainichi. Por supuesto, la escala es diferente, también el estándar del fútbol, pero contamos con la misma pasión”.