Las drogas y la repetición infernal del consumo con la proliferación de nuevas substancias no hace sino incrementar esa inexistencia: a más drogas, menos relación. Se instala así una paradoja: en el agujero de la no relación se infiltra la substancia tóxica para hacerla existir: el flash parece lograrlo, pero eso dura solo un instante. Por eso la repetición se instala entre el goce evanescente del flash y el posterior sentimiento de vacío de la falta del tóxico: he ahí el fracaso de la droga pero ‑además‑ ¡su éxito!

Es en esta vía que podemos indicar la existencia de un nuevo tipo de identificaciones que acompañan en nuestra época el declive del nombre del padre. Ellas sustituyen la indeleble marca de la castración por marcas en el cuerpo a fuerza de drogas a la medida del consumo, por tatuajes y piercings diseminados en la superficie del cuerpo; lo que el nombre del padre no marcó con el lenguaje, retorna desde la lengua con drogas e insignias diseñadas por la industria que se adhieren al cuerpo, evidenciando la faz de goce de toda identificación. Estas identificaciones líquidas son la contrapartida de las adicciones, sólidas. O ‑también‑ la solidez del goce que las adicciones condensan, no va sin la fragilidad simbólica de las identificaciones en el tiempo en el que las tecno‑ciencias, oficiando para el mercado de consumo, reniegan de lo perecedero.

* Psicoanalista EOL y AMP