Dante Caputo fue casi seis años canciller de la Argentina. Pero cuando repasaba su trabajo no elegía como el episodio más importante de su vida un logro diplomático. No citaba, por ejemplo, la paz con Chile. O la integración con Brasil para construir confianza, evitar la carrera por la bomba atómica, ganar escala económica y comercial y lidiar con la pesada herencia, esa sí, de la deuda externa. Tampoco se jactaba de los conflictos permanentes con el presidente Ronald Reagan por la crisis en América Central. Para Caputo, lo más trascendente había sido el proceso político que comenzó con la anulación de la autoamnistía militar y el inicio de los hechos que rematarían en el Juicio a las Juntas de 1985. No es una impresión personal: lo cuento porque Caputo me lo dijo de un modo difícil de olvidar. 

En marzo de este año me contactó un equipo de cineastas que estaban (están, supongo) rodando una película con base en el Juicio a las Juntas. Hicieron muchas preguntas que contesté. Y me hicieron una que me dejó pasmado. El 7 de marzo, entonces, le pedí ayuda a Caputo. “Hola Dante, hay varias películas en rodaje sobre el Juicio. Como yo lo cubrí para La Razón de Timerman, me consultan. Esta semana me preguntaron algo que  –me di cuenta–  nunca supe: qué opinaban sobre el Juicio los diplomáticos y los militares de los Estados Unidos. ¿Recordás haber hablado algo con Frank Ortiz o con el Departamento de Estado? Gracias y un abrazo.”

Ortiz era el embajador norteamericano en tiempos de la transición democrática. 

Respuesta de Caputo: “No recuerdo ningún comentario. Si hubiera habido sería difícil no recordarlo”. 

No le contesté pero al día siguiente, 8 de marzo, me encontré con otro mail más. Agregaba Dante: “Y no es que los de afuera fueran de palo. Felipe, Craxi, Sanguinetti, opinaban en contra”.

Felipe es el socialista Felipe González, entonces presidente del gobierno español. El socialista Bettino Craxi fue ministro de varias carteras y primer ministro de Italia entre 1983 y 1987. Como Felipe, tenía relación fluida con el gobierno de Alfonsín. Julio María Sanguinetti era presidente del Uruguay. 

Comentario mío al toque, dirigido a Caputo: “Hicieron/hicimos algo fabuloso en este país”.

Mail de Caputo el 9 de marzo: “Martín: Yo me agarré a piñas con Raúl Borrás, quien decía que era un suicidio. Eso sucedió en la oficina que teníamos con RA. Gané. Quince minutos después salió el comunicado de Raúl declarando la nulidad de la ley de autoamnistía. Es lo mejor que hice en mi vida, Martín”.

RA, como República Argentina, fue la sigla utilizada por Raúl Alfonsín durante la campaña electoral de 1983. Borrás fue el primer ministro de Defensa de Alfonsín. En el mail, Caputo mencionaba también a otra persona que los sobrevivió a él y a Borrás. Un radical que había estado vinculado a funcionarios de la dictadura. Omito su nombre por ahora. 

En el relato de Caputo, también esa persona estaba a favor de mantener la  autoamnistía decretada por el último dictador Reynaldo Benito Antonio Bignone por la llamada ley 22.924. Fue promulgada el 22 de septiembre de 1983 por la dictadura. 

La derogación de la autoamnistía, tras un proyecto enviado por Alfonsín, fue la primera ley aprobada por el Congreso tras la vuelta de la democracia el 10 de diciembre de 1983.

“Decláranse extinguidas las acciones penales emergentes de los delitos cometidos con motivación o finalidad terroristas o subversiva desde el 25 de mayo de 1973 hasta el 17 de junio de 1982”, decía el texto. “Los beneficios otorgados por esta ley se extienden, asimismo, a todos los hechos de naturaleza penal realizados en ocasión o con motivo del desarrollo de acciones dirigidas a prevenir, conjurar o poner fin a las referidas actividades terroristas o subversivas, cualquiera hubiere sido su naturaleza o el bien jurídico lesionado.”

En la campaña electoral Alfonsín había prometido derogar la autoamnistía. El candidato justicialista, Italo Lúder, no.

Lamentablemente nunca hablé del episodio con Borrás mientras él vivía. Se murió siendo ministrode Alfonsín, el 25 de mayo de 1985. A esa altura la autoamnistía estaba derogada, había fracasado el intento de que los militares se juzgaran a sí mismos por los crímenes de lesa humanidad e incluso había comenzado, el 22 de abril, el Juicio a las Juntas en la Cámara Federal porteña. Era la instancia civil que remataría el 9 de diciembre con la condena a perpetua de Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera.

No fui amigo de Dante Caputo pero lo traté mucho cuando él era canciller y yo escribía notas sobre política exterior en La Razón y en PáginaI12. En los últimos años intercambiábamos mails. A veces me escribía para comentar alguna nota o para criticar alguna política del kirchnerismo con la que yo estaba de acuerdo. Discutíamos con mucho respeto. Siempre valoré sus opiniones. Venían de un tipo inteligente que tuvo un mérito histórico: construyó la base internacional de la democracia y ensanchó el escaso margen de maniobra interno y externo del gobierno de Alfonsín. No hubiera habido Juicio a las Juntas sin liquidar la autoamnistía, naturalmente, pero tampoco sin fulminar las últimas rémoras del conflicto con Chile por el canal de Beagle, cosa que ocurrió en 1984 después de una consulta popular que, como acaba de suceder con la movilización por el aborto libre, hizo más costoso el voto negativo de muchos legisladores. Con la diferencia obvia de que Alfonsín llamó a la consulta popular y Mauricio Macri no convocó a la movilización de los pañuelos verdes.

Ignoro cuál fue la opinión posterior de Borrás después de la discusión con Dante y la decisión de Alfonsín. Cuando supe que Dante se había muerto y me puse a escribir, dudé sobre si transcribir o no el mail. Decidí hacerlo porque entendí que el centro de su correo no estaba puesto en la pelea con Borrás sino en el orgullo de haber sostenido una posición fuera de la Argentina y dentro del equipo de Alfonsín. En tantos años solo le había notado un orgullo parecido, aunque cara a cara, cuando una tarde de 1984, en el Palacio San Martín, me adelantó cuáles eran los detalles del acuerdo con Chile. No era una primicia. Yo debía embargar la información pero ya habría trabajado sobre los fundamentos cuando la noticia fuese publicable. Recuerdo bien una frase suya. No era diplomática sino política: “Martín, hay que sacarles todas las excusas a los que quieren conservar su poder como si la democracia no hubiera llegado”.

Poca gente puede decir que los mejores recuerdos de su vida coinciden con algunos de los momentos luminosos de este país.

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