El 19 de junio se inauguró la Secretaría de Género y Sexualidades en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. La presentación duró dos horas ajustadas porque después el aula sería ocupada para la toma de un parcial. Fue un placer encontrarme, por fin, con un panel repleto de mujeres. Y con un espacio abarrotado de chiques con raros peinados nuevos irreverentes, con miradas cómplices empoderadas, comprometidas, convencidas y pujantes. Encontrarme con un espacio viviente, pulsante, haciéndole frente al aburrimiento, la apatía y la muerte. Como se señaló allí, este evento marca un hito en la historia de la vida universitaria en Rosario y en el país, en el centenario de la Reforma Universitaria, cuando el movimiento feminista marcó la agenda política de los poderes estatales, como un faro que se proyecta hacia Latinoamérica toda.

La UNR nunca tuvo una rectora y sólo dos de los doce decanatos están actualmente ocupados por mujeres. En las secretarías universitarias hay una mayor representación de las mujeres en algunas facultades, en particular en las secretarías que reciben el mayor flujo de trabajo relacionado con la asistencia y el cuidado de otres, como por ejemplo las secretarías estudiantiles y las secretarías académicas. Las mujeres sí somos mayoría en la matrícula estudiantil y cada vez somos más en la planta docente. Me animo a decir que somos mayoría absoluta en el sector administrativo, de apoyo y de mantenimiento.

El patriarcado es un fenómeno sistémico y hay que pensarlo en términos de flujos. Sabemos que hemos ganado terreno en las universidades en parte porque ellas mismas constituyen sectores cada vez más pauperizados, donde el poder juega estratégicamente su retirada. Al poder ya no le interesa la producción de conocimientos para mejorar las condiciones de existencia de la humanidad, ni los espacios de enseñanza y mucho menos el cuidado y la asistencia de otres. No es en vano que el presidente de la República declare que no tiene sentido crear universidades públicas ni tampoco que la presidenciable gobernadora de Buenos Aires estime que los pobres no llegan a las Universidades Públicas, cuando el abrumador volumen de datos disponibles evidencia que las mismas actúan como factores clave de la movilidad social de los sectores populares. La historia muestra que muchas mujeres que marcaron el pulso de la larga pelea feminista por la reivindicación de los cuerpos débiles accedieron a educación de calidad, y desde allí pensaron, escribieron y actuaron. Sin embargo, como se remarcó en la presentación de la Secretaría de Género y Sexualidades en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR, no sólo lo hicieron desde allí. Mucho de lo que hacemos y pensamos no lo aprendimos en las universidades, sino en la militancia en el movimiento feminista. Lo que sabemos hoy también se cocinó a fuego lento leyendo la letra que escribimos y no fue aprobada ni recomendada, lo aprendimos en la escucha atenta de voces ahogadas, en los márgenes de las instituciones, de los hogares y de las calles. Lo aprendimos de las abuelas y de las hijas.

En épocas de crisis, cuando las estructuras tiemblan y se caen a pedazos, se abren oportunidades y nos hacemos más fuertes, nos armamos desde los despojos en las arenas movedizas y los espacios desatendidos. Porque no nos da igual, porque tenemos historia, ideas e ideales, somos muchas y estamos juntas, sabemos marcar agenda, nos apoderamos de la política, el deseo y la ambición, y porque (ya) no tenemos miedo. Estamos viviendo giros históricos y es el momento de refundar la Universidad. Nos hemos abierto espacios y hemos escrito agendas y protocolos de acción contra la violencia. Desde allí vamos a cuestionar las instituciones de educación y de investigación, las prioridades de la educación, la investigación y el desarrollo, sus conceptos, teorías, métodos, criterios de juicio, formas de argumentación y los valores subyacente. Vamos a disputar cómo la educación y la investigación podrían y deberían llevarse a cabo de manera diferente, qué conocimientos se despliegan, qué voces son escuchadas, qué lecturas e interpretaciones son consideradas en la formulación de políticas, y cómo se puede tomar medidas a nivel individual, grupal y comunitario con el fin de influir en las políticas y las prácticas.

Vamos a cuestionar las estructuras de poder y las jerarquías en las "instituciones del saber", el rol social de las mismas, vamos a deconstruir las fronteras adentro‑afuera y reformular los vínculos entre los cuerpos que las conforman. Vamos a desafiar las estructuras y espacios que habitamos y nos organizan a nivel macroscópico y microscópico. Vamos a disputar lo social‑farmacológico, lo normativo desde su campo de acción molecular, medicamentoso, psicológico, informático y médico. La nuestra también es una disputa sobre la identidad, la relación con el entorno, sobre la tierra y la gestión de los recursos. En definitiva, planteamos una gran pregunta sobre el futuro de la democracia en nuestros territorios y en nuestras letras. Se trata de la construcción de visiones contra‑hegemónicas que tengan en cuenta múltiples formas de ser y estar en la sociedad y en la naturaleza. Como generación, quizás nos cuesta entender el mundo en el que van a vivir los más jóvenes cuando ya no estemos, pero sí logramos a veces, con dificultad y casi a ciegas, situarnos en el horizonte y abrir puertas para lo que vendrá. Este es uno de esos períodos. Estamos listes para desarmar los caminos que se nos han querido imponer para transitar. Y porque somos tan testarudes queremos cambiar el mundo. ¡El futuro es nuestro y está en nuestras manos!

*Investigadora de CONICET, Rosario. Agradezco a Florencia Rovetto por leer y comentar esta nota y darme el empujón final para enviarla.