Siamo casi fuori. My pochti snaruzhi. We are almost outside. Lo digamos en italiano, ruso o inglés, el sentimiento es intransferible. Resulta difícil estar en peores condiciones cuando se analiza este momento de la Selección o una muy posible eliminación. Pero no hay que precipitarse detrás de la clásica andanada de sustantivos: papelón, vergüenza, catástrofe… Ni de adjetivos: lapidario, penoso, horrible. Ese sería el atajo más frecuente. Muy poco original. Habría que hacerse preguntas y preguntarles a los protagonistas una serie de cuestiones. Empezando por el entrenador, y a esta altura insufrible Sampaoli. El máximo responsable de lo que pasó en el partido con Croacia, pero no el único. Tanto adentro como afuera de la cancha. 

¿Por qué un jugador considerado el mejor del mundo se devalúa como el peso en la Selección? ¿Por qué se insiste en que el arquero juegue con los pies si no lo tiene practicado lo suficiente con su defensa? ¿Por qué otro número uno que ataja mejor, y acaso no sabe jugar tanto con los pies, es suplente? ¿Por qué un par de extremos juegan de laterales? ¿Por qué se ensaya en un partido casi definitorio del Mundial la línea de tres? ¿Por qué un jugador que estaba de vacaciones hasta hace poco, es titular ante un rival complicadísimo? ¿Por qué la selección utilizó 59 futbolistas en este ciclo en apenas trece juegos? ¿Por qué ahora dependemos de los entusiastas muchachos de Nigeria? ¿Por qué jugamos tan mal, pero, lo que es peor, al técnico no se le cae una idea superadora de las expuestas hasta ahora? ¿Por qué se hacen cambios todo el tiempo? ¿Qué quiso decir el técnico cuando afirmó que tal vez haya leído mal el partido?

Es difícil comprender la       dimensión del problema a 13.862 de kilómetros de Nizhny Novgorod. Ni Gorki, el crédito de la ciudad, podría haber escrito sobre esta Selección sin Angel y no lo decimos por Di María. Un equipo que al primer traspié se derrumbó anímicamente. Que ni siquiera jugó con el corazón caliente, como mandaba la historia y no la historia mal entendida que reduce a una patada artera el concepto de temperamento. Porque al no poder mantener la mente fría, y mucho menos después de la grosera pifia de Caballero, ni siquiera tuvo la lucidez de evitar una goleada en contra que podría resultar decisiva en un eventual empate en puntos. 

Importa mucho también cómo se perdió. Por el juego, por lo que proyecta el 3 a 0 sobre el hilo de vida que queda en este Mundial, por un equipo que parece que hoy necesita más un psicólogo que un entrenador, porque se perdió el rumbo de una nave que fue directo hacia el iceberg. Como el Titanic pero sin capitán. No se ve a nadie sobre la cubierta y se llevaron hasta los botes.

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