Si alguien puede escribir una historia costumbrista con robots gigantes y salir airoso, ese es Brian Jánchez. Porque por ahí va Tutorial para pilotear un robot gigante y salvar al mundo: una recopilación de historietas costumbristas, pequeños retratos de realidad cotidiana que, da la casualidad, tienen una “mecha” en el medio. El protagonista es el asistente de un rabino que pilotea un robot para mantener el barrio seguro, el compañero de colegio de uno que salva el mundo manejando otro (en un bonito homenaje a Evangelion) o una pareja que visita las ruinas del mecanizado en las sierras. Cuando el robot no es un elemento del relato, hay una bruja que recuerda a la villana de los PowerRangers. Los gestos ofician de pasaporte generacional, de santo y seña para jóvenes treinteañeros, pero en última instancia no son más que eso: gestos que funcionan como ganchos para la lectura de pequeñas historias de vínculos familiares, barriales y de amistad. De eso Jánchez sabe bien cómo escribir y dibujar.

Tutorial para... es un libro corto: apenas 36 páginas. Pero es contundente y muestra el enorme nivel que atraviesa Jánchez en el último tiempo. Llegado el caso, su lectura se puede complementar con Agosto y Mardelplata (así, todo junto), otro libro de tiras costumbristas pero de corte más autobiográfico y sin aditivos fantásticos. En este último, Jánchez ficcionaliza la muerte de su madre y cómo él debe hacerse cargo de su perrita, con todo lo que ello significa.

  Ambos pueden entenderse también como continuadores de la narrativa que el autor comenzó en Shloishim y McKosher, con una salvedad: si en aquellas historias su formación judía era fundamental para componer y entender el relato, o incluso como excusa para comenzarlo, con el correr de los años y las páginas publicadas Jánchez hizo del judaísmo un elemento excéntrico al relato. Está ahí, pero no es imprescindible. Es identitario, pero no excluyente. En todo caso, encontró el modo de volver universales esos rasgos.

Tanto en Tutorial para... como en Agosto y Mardelplata Jánchez presenta historias de pérdidas de compañías (un amigo, una madre, una pareja, un trabajo) y el encuentro de nuevos motivos para aferrarse a la vida (una mascota, otro trabajo, un robot gigante).

En lo formal, estos libros profundizan los mejores rasgos estilísticos del autor, como su soberbio manejo de los silencios para sostener el ritmo narrativo y, al mismo tiempo, generar humor (quizás en Tutorial el humor es mucho menos corrosivo que de costumbre, pero esa falta se compensa en Agosto y Mardelplata, que exhibe una ferocidad humorística implacable, casi para reír a ladridos). En lo gráfico, ambos libros contrastan sus recursos. Agosto sigue su estilo de dibujo habitual, con el manejo de los grises casi constante, aunque también muestra una evolución en la composición de la grilla de viñetas en página apaisada. Si antes se ceñía a grillas fijas, aquí hay un Jánchez muchísimo más suelto. Para los cultores del dibujo, antes que de la composición de página, lo mejor aparece en las historias de Tutorial. Ahí trabaja con una línea suelta pero limpia y con mucho blanco. La sacudida llega cuando Jánchez pone en juego los plenos negros, que resultan contundentes y se imponen sistemáticamente a la vista. Todo ello señala un dominio muy inteligente del recurso por parte de un autor que no parece tener techo.