Una tarde mientras esperaba el colectivo, Iván Kerner tuvo una revelación: talleres de arte gratuitos para niños de todo el mundo. Cuando se subió al colectivo ya estaba decidido, solo le faltaba encontrar dónde dejar a su perro. En el camino, se sumó MayClerici, como su compañera en el proyecto y en la vida. Así comenzó Pequeños Grandes Mundos, una aventura con la que recorrieron durante dos años cuatro continentes y luego las 23 provincias de la Argentina para dibujar y pintar con chicos y chicas de entre seis y doce años. “Tratamos de abarcar la mayor diversidad posible en cuanto a geografía, religión, comunidades originarias, etnias; montañas, desiertos, escuelas, orfanatos, hospitales, bibliotecas populares”, cuentan. La experiencia fue un gran aprendizaje sobre la infancia y a la vez una forma de hacer puentes, de encontrar coincidencias dentro de la diversidad para generar un poco de empatía en el mundo. 

América, Europa, Asia y Africa. Los talleres, en todas partes, tenían consignas similares: hacer autorretratos, dibujar sueños, inventar superhéroes y superheroínas e inventar un mapa de vida con todas las cosas que componen el entorno.  A partir de ese trabajo pudieron sacar conclusiones acerca de las similitudes y diferencias de los chicos de todo el mundo. “Para ellos lo que tienen alrededor es lo más común, les mostrábamos fotos de la Argentina, y empezaban a comparar y ver qué cosas tenían ellos que no había en otros lados”, dice Mey. “También les mostrábamos autorretratos de chicos de otros lugares, así veían como se representaban, para un chico de una gran ciudad es un ejercicio clásico que hace desde el preescolar, pero en muchos lugares a los que fuimos era algo inédito, los chicos nunca habían dibujado o habían dibujado pero con un lápiz, no sabían que mezclando azul y amarillo se hacia verde”. En Etiopía, los chicos más chicos de una tribu se pusieron a llorar al ver llegar a Mey e Iván. Los miraban y decían algo que ellos no entendían. Cuando les tradujeron supieron que estaban asustados. “No tienen piel, no tienen piel”, los señalaban. Jamás habían visto a una persona con otro color de piel. 

Una continuidad que notaron en distintos contextos fue la preocupación por el cuidado de la naturaleza.  “Nosotros dábamos ejemplos de superhéroes bobos, para no bajar línea, superhéroes que hagan llover helados, por ejemplo. Y nos encontramos de todo, cosas de cada lugar, por ejemplo, en Bolivia, Superevomorales, Superjesús de nazareth, La Supercholita, Cholita de fuego. Pero había mucha conciencia por  la naturaleza, muchos superhéroes que mejoraran el planeta o que hicieran llover, por la sequía”, relata Iván.

Otras cosas que observaron en todos lados: lo fácil que es acceder a los chicos porque están esperando que alguien les de bolilla, que en muchos lugares  tienen más responsabilidades de las esperadas y que hay diferencias que se repiten entre varones y mujeres.  “En muchos lugares llegábamos y estaban los varones. Y preguntábamos ¿dónde están las nenas? Están cocinando o lavando con las mamás o cuidando a los hermanitos o yendo a buscar agua o leña, desde muy chiquitas. Eso lo vimos en Jujuy, en Bolivia, en México, Perú pero también en Asia y Africa. En todos lados la organización es muy parecida. La mujer se encarga de sus hijos, de cocinar, la crianza y aparte camina kilómetros para buscar el agua, carga peso para la leña para hacer el fuego. Y lo simbólico de la palabra: los que contestan, los que hablan son varones. Pasó en Africa y también en el conurbano, en Monte Chingolo”, dicen Mey e Ivan. 

En Argentina, fueron a una escuela rural por provincia y dieron en cada lugar una semana de talleres de arte.  A veces sentían que estaban muy lejos, porque había más similitudes con comunidades que habían conocido en otros continentes. Se asombraron al descubrir aspectos para ellos nuevos (y en general para la mayoría de los habitantes de las ciudades) del país.  “En Misiones estuvimos en una comunidad bilingüe guaraní. Hablaban mal castellano porque lo aprendían recién en la escuela. Nosotros hablábamos muy fuerte…o a nuestro nivel, pero ellos hablaban en un tono más bajito y se escuchaban. El maestro nos dijo que bajáramos la voz. Tuvimos que bajar un cambio. En Pilagás, Formosa, sentíamos que estábamos en otro país porque los chicos hablan pilagá, que es su lengua materna. Eso está muy invisibilizado por esa idea de que se supone que todos bajamos de los barcos. En la escuela mapuche que fuimos en Neuquén, en cambio, casi ningún chico hablaba mapuche porque sus papás no les enseñaron para protegerlos de la discriminación que ellos habían sufrido. También entendimos el rol fundamental de la escuela rural en lugares en los que no hay ningún otro espacio para los chicos. Los chicos están juntos y se ayudan los unos a los otros, es el lugar de encuentro de las familias, donde se resuelven disputas de la comunidad y hasta donde velan a los muertos”, comparten Iván y Mey.  En cada provincia, los chicos hicieron un relato, una historia local, que ahora May e Iván quieren reflejar en un libro para el que buscan financiamiento. También están armando un diario de viaje con la experiencia de los dos años en otros países.  

“En todos lados tratamos de trabajar con los chicos sobre su identidad, su idiosincrasia, cosas que cuando van a las ciudades tienen que ocultar para no ser marginados,   quisimos que puedan reivindicarlas y que sepan que son parte de sus raíces y de su infancia, mas allá de que se luego se queden ahí o no”.

Ahora, los dos porteños, los dos dibujantes, se instalaron en Traslasierra y aunque la idea es dejar de viajar tanto y establecerse, buscan seguir acercando el arte a lugares donde no llega y difundir lo que los chicos tienen para contar: “Nos interesa mucho la divulgación de las historias, lo  que escuchamos directamente de la voz de los chicos así como también les contamos a ellos a la hora de hacer los cuentos que los iban a leer chicos y chicas de otros lados. Es como hacer un intercambio cultural. Hacemos proyecciones donde les mostramos lo que hicieron chicos de otros lados. Es un intercambio que te hace pensar a vos mismo quién sos o dónde estas a partir de lo que ves sobre otros y así achicar un poco las distancias culturales.  Cuando mostrábamos un video de chicos de otros lados, al  principio les parecen casi marcianos, por ejemplo, un chico en una tribu desnudo que cuenta que pesca con una lanza. Y un chico que parecía totalmente diferente, en Entre Ríos, dice ‘nosotros también pescamos con una lanza’ o ve que los dos tienen una casa de barro o que quieren ser jugadores de futbol.  Es como hacer puentes entre esos chicos.  Chicos que miran los mismos dibujitos, las mimas películas, juegan a los mismos juegos pero no conocen nada los unos de los otros. Que se conozcan chicos de diferentes lugares, que vean las diferencias que hay entre ellos, el color de piel, el lugar dónde viven, cómo son sus casas, pero que también vean que hay un montón de puntos en común. Hay un montón de juegos que son universales. Y a todos les encanta dibujar. Nos parece que eso está bueno para generar un poco de empatía en el mundo”.