Para muchos periodistas dedicados al rock, Obras fue un segundo hogar. Los pies se encaminaban solos. Lo de “templo” tenía varios significados. En Libertador al 7300 se vivieron noches y más noches afiebradas (y no tanto), pero un rápido repaso por la memoria real y emotiva permite un punteo de algunos shows que contribuyeron a la leyenda, que aún se recuerdan y producen cierta conmoción. La lista debería incluir el legendario encuentro de Spinetta Jade y Seru Giran... pero quien esto firma no estuvo ahí.

 

Regreso de un prócer (Moris en noviembre de 1981)

En épocas en que el celular no era un aparato de comunicación sino el camioncito policial que esperaba a la salida de los recitales, Moris se animó a volver a presentarse en el país que había abandonado unos años antes para instalarse en España. Las populares cantaban “Y dale Pappo, dale dale Pappo”, pero el Carpo no apareció. El que salió fue Mauricio Birabent con rocks calientes como Sábado noche, Zapatos de gamuza azul y Atrapado por el rock and roll. Más de uno se quedó con bronca porque tocó completa la hipposa El oso, pero del himno De nada sirve hizo apenas un fragmento ralentado.

 

Dos bateristas colgados (David Lebon en octubre de 1984)

En el primer año de democracia, el Ruso se descolgó con el potente Desnuque, su tributo a ese rock que lo convirtió en uno de los mejores violeros de la Argentina. En tres noches, Lebon transformó la escenografía de Obras con la impactante idea de colgar dos baterías del techo: una fue ocupada por el Negro Colombres durante todo el show, y David se subió a la otra para protagonizar un par de cruces que dejaron a todos de boca abierta. No solo por la potencia del intercambio, sino porque más de uno se preguntó si las tarimas colgantes estarían bien aseguradas. Sobre todo teniendo en cuenta que uno de los temas del disco y de la noche fue La cadena se rompió.

 

Invasión de monos (Sumo en agosto de 1986)

Esa banda inclasificable encabezada por el pelado italiano ya había arrasado todo escenario de pub disponible y copado las radios con Divididos por la felicidad, La rubia tarada y Mejor no hablar de ciertas cosas. Pero tuvo que aparecer Llegando los monos para que la banda pudiera jugarse al primer Obras. Salieron arengados por las gaitas de Crua Chan –gentileza de la guitarra de Mollo– que recién llegarían al disco en After chabon. La rompieron, demostraron por qué muchos decían que era la banda que había que ir a ver y hasta se dieron el lujo de registrar el show en VHS, lo que propició que años después unos cuantos dijeran que también habían estado ahí. El pogo en Fuck You fue sencillamente criminal.

 

La bestia pop (Iggy Pop en agosto de 1988)

A fines de los 80, las visitas internacionales eran una rareza o algo que olía a curro, como aquel show de The Bolshoi en 1987 gracias a un Sunday Morning convertido en hit por su repetición en Rock & Pop. Pero en 1988, sorpresa: Iggy Pop acababa de sacar Instinct, un disco bien diferente al anterior Blah Blah Blah, en buena parte gracias a su interacción con el Sex Pistols Steve Jones. Hasta entonces, decir “Me voy a Obras a ver a Iggy Pop” era como decir “Me voy a Júpiter a tomar una birra”, pero lo increíble sucedió: la Iguana bailando como un muñeco desmadejado, tocando Instinct pero también 1969, Search and Destroy y No Fun para saldar deudas con ese punk que nunca se había visto en vivo en el país.

 

One Two Three Four! (Ramones en 1987, 1991, 1992, 1993 y 1995)

Y si de punk se trata, nada como las ceremonias ramoneras. Los flequilludos en Obras fueron invariablemente un mazazo en la cabeza: los 30 temas en una hora, el pogo permanente, la instantánea adoración por esos tipos que, ante las multitudes que seguían apareciendo, hicieron de las pampas su segunda patria y terminaron tocando en River. La intolerancia del público hizo que en la primera visita Fito Páez la pasara mal entre el público, pero al cabo es una anécdota. Los shows de los Ramones son el recuerdo de noches brutalmente felices, incluso con pasajes en los que uno no sabía muy bien qué corno estaban tocando... pero estaba buenísimo.

 

A mover el culito (Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en 1989)

Patricio Rey nunca se corporizaría en Obras... hasta que su poder de convocatoria lo hizo inevitable. Obras carga con la negrísima mancha de la muerte de Walter Bulacio en abril de 1991, pero también fue escenario de shows inolvidables. En el año del debut, hubo una tripleta de conciertos impecables dentro y un accidentado 28 de diciembre en la cancha de rugby, con la gente subiéndose al escenario y el Indio puteando en quince idiomas por tener que parar el show cada dos canciones. Pero cómo archivar el recuerdo de la fiesta interminable del Indio, Skay, Semilla, Dawi y Sidotti desbarrancando con el popurrí de Mariposa Pontiac / Rock del país / El gordo tramposo / Un tal Brigitte Bardot.

 

Oídos en llamas (The Jesus & Mary Chain en julio de 1990)

Shoegazing las pelotas: la versión oficial decía que los hermanos Jim y William Reid eran adalides de esa música ideal para mirarse los zapatos, pero lo que hicieron en esa helada noche invernal llamaba a cualquier cosa menos a la contemplación. Melodías armadas con feedback, una luz de flash en el centro del escenario que quemaba las neuronas, el material del reciente Automatic combinado con Psychocandy y Darklands sacudiendo a escasas 1200 personas que se animaron al desafío. Cinco minutos después de dejar el escenario, una guitarra tirada en el piso seguía emitiendo ruido.

 

Demencia francoespañola (Mano Negra en julio de 1992)

El show de la leyenda: en otra noche helada de julio había solo 1500 personas, pero hoy todo el mundo dice haber ido a ese Obras. Lo de La Mano fue demoledor: la chanson francesa cruzada con The Clash, una corrida de toros en ácido, un enganchado delirante de canciones que terminó con Manu y su banda de fascinerosos tirándose de cabeza al público. De ellos apenas si se conocía King Kong Five: verlos en vivo, dar testimonio de animaladas como Indios de Barcelona, Don't Want You No More, Sidi H'Bibi y Killing Rats dio ganas de tenerlo todo.

 

Soda ultrasónica (Soda Stereo en diciembre de 1992)

Aquellos Obras trajeron una polémica: en River tocaba Seru Giran y Soda presentaba el modernísimo Dynamo, lo que llevó a una suerte de enfrentamiento futbolero más bien idiota entre la “vieja” y la “nueva” ola. Las seis fechas en Obras mostraron a un grupo que se debatía entre las fricciones internas y una potente actualidad artística, con un show desafiante que destruía a conciencia el pop para las masas de Canción animal. Fue, además, otra toma de posición, con bandas teloneras de la escena emergente como Tía Newton, Babasónicos, Martes Menta, Resonantes y Juana La Loca, que supieron lucirse a pesar del rechazo de un público que solo le toleraba la modernidad a sus ídolos.

 

El otro indie (Nuevo Rock Argentino en agosto de 1995)

Precedida por una gira por varios puntos del país, la velada puso ante más de 3 mil personas a varios nombres que agitaban la escena de los noventa. No fueron de la partida Los Caballeros de La Quema e Illya Kuryaki, que habían estado en Santa Fe, Córdoba y Mendoza; pero la noche estuvo bien provista con Los Brujos, Babasónicos, Massacre, Fun People, Peligrosos Gorriones y los invitados chilenos Los Tres. Los Brujos la rompieron con el material del que sería su último disco hasta 2015, Guerra de nervios; Babasónicos, por entonces una joven banda con solo dos álbumes, dio un show inolvidable por lo original y por las algo ridículas pecheras de plástico con las que tocaron.

 

Licencia para enfermar (Beastie Boys en abril de 1995)

Si hubo una época en la que en Obras aparecían cosas discutibles como The Bolshoi o Gene Loves Jezebel, la andanada de visitas internacionales de la década trajo a los Pibes Bestia, y la comunidad hip hopera argentina explotó. Con Ill Communication en las bateas y Sabotage copando la alta rotación de MTV, Adam Yauch, Mike D y Ad Rock demostraron que eran mucho más que tres hábiles raperos: tocaron sus instrumentales triperos, arrasaron con un segmento hardcore y provocaron pogos rabiosos hasta en la popu. Un show muy superior al que dieron algunos años después en el BUE del Club Ciudad, parte de la leyenda grande de Obras.