El desaforado pero no inconcebible festejo oficial por la calificación de Argentina como “economía emergente” revela dosis similares de ignorancia y mentalidad de coloniaje, que no son exactamente lo mismo.

Tener cabeza de vasallo es producto de conformaciones sociológicas diversas. Pero tantos rasgos de impericia profesional, para ser excesivamente suaves en vez de discernir que todo empieza y termina en el mundo de negociados del macrismo, significan que como élite gobernante carecen de jerarquía.

¿Una derecha apenas un poco más lúcida sería capaz de creer que con tasas de interés al 47 por ciento hay otras posibilidades que la continuidad del show especulativo?

¿De qué restablecida chance de lluvia de inversiones productivas pueden hablar cuáles funcionarios, que predican con el ejemplo de resguardar su patrimonio en el extranjero?

Con el récord durante mayo de una fuga de divisas que alcanzó 6213 millones de dólares, abastecidos por la toma de deuda oficial, ¿puede pensarse seriamente en una gestión eficaz? (para insistir: hablamos de aspectos técnico-gubernativos, no de los enjuagues personales de CEOs que atienden los dos lados del mostrador).

Con el saldo negativo también inédito de la balanza comercial, única proveedora de dólares genuinos y por mucho que la devaluación ponga freno transitorio a la sangría hasta que el proceso inflacionario se reinicie, ¿a quién se le ocurre que el endeudamiento eterno puede ser afrontado mientras la apuesta es sólo la timba?

Un gobierno muy ligeramente más sensato se preocuparía por ofrecer, al menos, una imagen firme pero circunspecta. 

Por el contrario, el macrismo y su coro mediático salieron a festejar el pase de fronterizo a emergente como si se tratara de que la Selección de Sampaoli encontró su estilo de juego. Como si el cambio de categoría no fuese en permuta por el renovado compromiso de que los capitales continúen entrando y saliendo cuando mejor les plazca. Como si se modificara siquiera en un ápice lo siniestro del ajuste impuesto en sociedad con el FMI, del que tanto cínico esperaba la letra chica para volcar una opinión definitiva porque bueno, no se sabe, en una de esas, quién te dice, el Fondo no es igual al de toda la vida.

¿Cuánto hay de cierto y cuánto de ficticio en este pestañeo fiestero del bloque oficialista, que viene a ser una versión decadente de la revolución de la alegría?

La respuesta a esa pregunta no altera en absoluto la marcha rumbo al iceberg pero, quizá, sirve para medir hasta dónde es capaz de llegar la frivolidad que deviene de la inconsciencia política por parte de quienes, se supuso, eran un selecto grupo de cuadros dirigenciales.

Podría afirmarse que el equipazo gubernamental calcula auténticamente la existencia de confianza externa, apoyo ratificado del mundo financiero, respaldo político imprescindible de líderes mundiales, condiciones internacionales que pueden mejorar mientras el país cumpla los deberes. Es decir, nada demasiado diferente a las fantasías propias –y populares– que estructuraron el armado y triunfo electoral de Cambiemos.

Baste reparar en que Luis Caputo, nuevo presidente del Banco Central tras el shot al cuadrazo Federico Sturzenegger, se animó a confesar en público que la corrida cambiaria fue “lo mejor que nos podía haber pasado”. 

Hágase el gran esfuerzo de apartar lo implicado técnica y moralmente por una bestialidad de ese tamaño, siendo que detrás de una corrida de ese tipo se motoriza la escalada inflacionaria y con ella el apriete a los sectores más desprotegidos. 

Lo incalificable, si lo anterior no fuera suficiente, es que el mago Toto admite desparpajado la inutilidad de todo cuanto hicieron hasta aquí, para proclamar que seguirán por el mismo camino gracias al aval del Fondo Monetario. Y al notición de que Morgan Stanley Capital Internacional devuelve al país una ilusión centrada en catorce empresas argentinas cotizantes en Wall Street.

Mientras tanto, el muro mediático mata dos pájaros de un tiro. Por un lado, la fiestita del emergentismo. Por otro, el ninguneo desvergonzado de las nuevas revelaciones sobre las cuentas offshore del clan Macri, aun cuando son archivos examinados por colegas de Perfil, Infobae y La Nación, miembros del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación. 

El hermano Gianfranco participó en el blanqueo de activos, y junto con el hermano Mariano era el verdadero dueño de una de las guaridas panameñas. La “novedad” del caso es que las empresas de la famiglia presidencial estaban asociadas a una cuenta hamburguesa; y que fue el propio banco alemán el que denunció movimientos sospechosos de lavado al transferirse fondos a otra cuenta, suiza, seis días antes de la primera vuelta electoral de 2015, en plena alegría revolucionaria de Cambiemos por el arribo del republicanismo honestista. 

Como bien sintetizó en su cierre la nota central de este diario dedicada al tema, el jueves pasado, un precario documento y las declaraciones juradas de los abogados de Franco Macri alcanzaron para que la Justicia argentina despegara al hermano Mauricio de la operatoria offshore. 

Un verdadero chiche del Poder Judicial independiente que acabó con las andanzas de la corrupción kirchnerista. O del “régimen”, como decía la doctora Carrió. Ella, y todos los denuncistas que en vano trataron de encontrar cuentas externas de la infamia K. Peor todavía, inventaron alguna (aquella de Nilda Garré y Máximo Kirchner, en el Felton Bank, de Delaware) que fue desmentida por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos sin que el periodismo también independiente, por fin, consignara su papelón. Sirvió para la campaña de Cambiemos. Qué más. ¿A quién le importaban los datos certificados o a quién le importan?

La clave es fogonear un clima, con el pequeño detalle de que el macrismo podrá beber de su propia medicina cuando a la presuntamente tajante influencia mediática no le alcance para ocultar un menoscabo ya evidente. Le pasó a Menem y le pasará a Macri, aunque hoy se mire pero no se vea. Tarde o temprano.

Los tiempos de ese deterioro tienen relación directa con la actitud y aptitud de una oposición que quiera ser tal cosa, y no una variante peronista del neoliberalismo a la que el establishment vuelve a mirar con cariño.

El paro general de este lunes será de una contundencia enorme en su impacto visual, porque adhiere el transporte colectivo gracias a la presión ejercida contra la CGT desde direcciones varias. Pero faltará saber si sirve para que se articulen intenciones más combativas. Los dirigentes reacios al enfrentamiento contra el Gobierno, que controlan los sindicatos más potentes de la actividad económica, buscarán acuerdos que protejan sus kioscos así fuere a costa de un nuevo detrimento en el poder adquisitivo de sus representados.

Hoy parece más probable la implosión progresiva de los ensueños macristas que la fuerza social dispuesta a derribarlos.

Hoy.