El todo es predecible si se conocen de antemano las partes que lo forman. Las repasamos, a vuelo de pájaro. Participación de todas las vertientes de la Confederación General del Trabajo (CGT) y las dos CTA: una coincidencia con escasos (o nulos) precedentes desde el gobierno de Fernando de la Rúa. Cumplimiento altísimo en todo el país. Picos de ausentismo en los gremios docentes y los de transporte. Sin bancos, ni recolección de basura, con poca gente en la calle.

El paro general logró los objetivos previstos, fue contundente conforme se detalla en otras páginas de este diario. Lo saben sus promotores, la mayoría de la opinión pública, los partidos opositores que lo acompañaron. Lo deberían saber hasta las autoridades del Fondo Monetario Internacional (FMI) si le interesaran esas cuestiones del vulgo. Lo entienden en la Casa Rosada, aunque, como esos boxeadores que recibieron una piña tremenda, muevan la cabeza negando el impacto.

El Gobierno, claro, elige sobreactuar su rol, repetir el trillado guion para estos casos. “El paro es político”, “no cambia nada”, “¿qué va a pasar mañana?”. Macanear es gratis pero apareja el riesgo de creerse las propias mentiras.

El clima de protesta y malhumor crece semana tras semana. No nació ayer de un repollo: viene germinando en las sucesivas movilizaciones exitosas que jalonan todo este año.

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El presidente Mauricio Macri dispone de poco margen para hacer política económica porque se ató las manos al acordar con el FMI. La consecuencia no será la pasividad social que proponen Macri y su equipazo. Imposible porque en dos o tres meses (por fijar un plazo cualquiera) habrá tantos o más motivos para protestar que ayer. Se acrecentará el número de personas damnificadas por el programa económico. Más desocupados, subocupados, desempleados disimulados. Las alzas de precios de los alimentos, las tarifas y los remedios agravarán las penurias de los más humildes.

Dos notas publicadas el último domingo en PáginaI12 pintan la emergencia que el Gobierno intenta disimular mencionando nombres de dirigentes, como si ellos fueran la masa de trabajadores que se manifestó ayer. Una, firmada por la periodista Laura Vales, cuenta como se organizó una olla popular en una escuela del Bajo Flores, en la Ciudad Autónoma. <https://www.pagina12.com.ar/124069-hambre-y-frio-en-la-escuela>. Lejos de ser una aguja en un pajar próspero, constituye una muestra de cómo castiga el ajuste en barrios y sectores populares. Pibes y pibas que se alimentan mal, porque la plata no alcanza. Repercusión en su estado de ánimo y en el rendimiento escolar. 

La otra es la muerte de un chico electrodependiente. Edesur le cortó la luz a su familia que no pudo afrontar una deuda exorbitante, impagable. El hogar no estaba inscripto entre los electrodependientes, lo que hubiera transformado la tragedia en delito. Pero la magnitud de la tarifa y la falta de respuesta tempestiva o solidaria de la concesionaria encienden otra señal: seguramente no se tratará de un hecho aislado.

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La nómina de sindicatos comprometidos con la medida de fuerza pinta la postal de época. Las CTA y los docentes en particular, la Corriente Federal de la CGT y los Camioneros son puntales en la lucha contra el ajuste. “Están en el inventario” de la oposición, por combatividad y coherencia.

A su modo, son más significativos los aportes (acaso tardíos pero decisivos) de gremios muy transigentes con el Gobierno, por usar un eufemismo. No reaccionan para disfrazarse de revolucionarios, ni de reformistas. Sencillamente, actúan en defensa propia. La involución de la política económica interpela a Andrés Rodríguez (Unión de Personal Civil de la Nación) o a Gerardo Martínez (Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina. Ricardo Pignanelli, titular del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (Smata) despierta de un prolongado letargo.

El compromiso con el FMI exige cesantías masivas en los estados nacional y provinciales. Los representantes de los empleados estatales como Andrés Rodríguez algo tienen que responder.

Los recortes en obras públicas exigidos por el FMI motivan el realineamiento de Gerardo Martínez. Oficialista por vocación más allá de quién esté en la Rosada, atisba decenas de miles de despidos en su sector.

La recesión impacta en ramas de actividad que venían zafando o sin caer a pique, como la automotriz. 

El huracán macrista fuerza a dirigentes a definirse y, acaso, hasta a patrones y gremialistas a mover módicas fichas juntos.

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“Convencer a las personas para vivir peor no es sencillo” escribió el académico Martín Schapiro en la revista Nueva Sociedad. Macri lo intenta, empero. Convoca a la ciudadanía a una suerte de gesta masoquista: pide sacrificios cual si ejecutara ordenes de una deidad pagana. Primero hay que saber sufrir, el bienestar llegará luego, vaya uno a saber cuándo… no en el segundo semestre. 

El frío y la ausencia de políticas regulatorias ahondan los daños de la economía. El gran empresariado banca al oficialismo, pero no concede una tregua en su acumulación de ganancias. Las concesionarias de servicios públicos son arquetípicas.

El paro exitoso enfrenta y desnuda a Macri: su política es crecientemente impopular.  Tonifica a la dirigencia sindical, a condición de mantener constancia en la oposición. Los discursos de ayer exigieron cambios de modelo económico y no generalidades como “ser escuchados”, “que el gobierno entienda”. Un avance que puede mejorar la legitimidad de la dirigencia, aunque siguen pendientes de resolución las divisiones internas, la falta de conducción y liderazgos del movimiento obrero.

¿Qué pasará hoy? Habrá actividad solo hasta las tres de la tarde, esperando el minimilagro en Moscú. ¿Y los días subsiguientes? Volverá la actividad tibia, menguante porque la recesión crece, la demanda popular baja y las pymes, que ayer adhirieron, están con el agua al cuello.

La jornada dejó, pues, vencedores y vencidos. Los perdedores del modelo avanzaron un par de casilleros. La partida, la historia y las luchas continuarán. 

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