Desde Ciudad de México

Hay dos caminos posibles para recorrer cómodamente sentado en un micro a cielo abierto ese territorio de paraísos escondidos que es la Ciudad de México: el micro turístico decorado con espectaculares motivos de la cultura mexicana y el otro, el Corruptour. Una vez por semana, el ómnibus Corruptour transita alegremente y con una narración impecable los 10 lugares de la capital donde se concentran los escándalos más conocidos que estallaron en los últimos años. Miembro del Instituto para la Economía y la Paz e integrante de la organización del Corruptour, Patricia Obeso comenta que “con un día no bastaría para visitar todos los centros de la corrupción. Hay demasiados”. El autobús escolar transformado en guía urbano de la corrupción visita La Estela de luz (un monumento que incrementó su presupuesto inicial en 192%), el Antimonumento de Ayotzinapa, Televisa, el Senado, la estación del metro Balderas, la PGR (Procuraduría General de la República), la Secretaria de Gobernación o la famosa Casa Blanca (una lujosa mansión diseñada por el actual presidente Peña Nieto pero que no estaba a su nombre). Sin dudas se le podrían agregar muchos más lugares. Ocuparía un sector privilegiado la visita de los lugares emblemáticos de la llamada “Estafa maestra”. Se trata de una investigación que ganó el premio Ortega y Gasset que reveló una estafa de más de 7000 millones de pesos (430 millones de dólares) en la cual aparecen vinculadas 11 organismos del gobierno mexicano, ocho universidades públicas y unos 60 funcionarios. Nadie ha ido a la cárcel ni pisado los tribunales. 

Patricia Obeso destaca que Corruptour busca que el “tema de la corrupción se amplíe mucho más hacia la sociedad. Por eso lo hacemos con este trayecto de la manera más lúdica posible”. El tema está instalado, hace mucho, pero sus niveles son tan altos y la impunidad tan arrogante que la sociedad se ha resignado a convivir con un mal que la destruye gota a gota. Un informe de 2018 de la organización Open Society Justice Initiative observa que “México necesita asistencia internacional si realmente se desea que algún día se haga justicia ante la corrupción que hace posible la comisión de crímenes atroces”. En otro informe de Transparencia Internacional, Las personas y la corrupción: América Latina y el Caribe, México llega al índice de corrupción más alto de América Latina y el Caribe en lo que atañe a los servicios públicos: 51% de los mexicanos reconoció haber pagado un soborno para acceder a los servicios públicos básicos durante el último año. Sólo dos de los tres principales candidatos que este primero de julio compiten por la presidencia de la República han abordado el tema de frente: Ricardo Anaya (México al Frente, alianza  de la derecha, el centro y un sector de la izquierda), prometió que la fiscalía investigaría de forma autónoma la implicación de Peña Nieto en las maniobras corruptas. Con mucha más contundencia y credibilidad, el otro es el favorito de las encuestas, Andrés Manuel López Obrador, líder del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). 

La corrupción le cuesta a México cada año 10 puntos de puntos de su Producto Interno Bruto. Está presente como una sombra en cada trato. Max Kaiser tiene un diagnóstico lúcido sobre esta trama profunda. Miembro del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), Asesor de Naciones Unidas en temas de combate contra la corrupción y compras gubernamentales e integrante de la ACAD (Anti Corruption Academic Initiative) de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Kaiser describe a una sociedad donde “los corruptos están aceptados, se mueven entre nosotros, conviven entre nosotros, van a los mejores restaurantes, vuelan en primera clase, poseen empresas que siguen vendiendo todos los días, y consumiendo todos los días. Esa es la razón por la cual no se ha aprendido la lección”. Issa Luna Pla, investigadora en el Instituto de Investigaciones jurídicas de la UNAM y miembro del Observatorio de la Corrupción e Impunidad, sostiene que “la corrupción no es un problema cultural sino educativo de la población porque esta carece de conocimientos. También es un problema de cumplimiento de la justicia”. En el Observatorio de la Corrupción e Impunidad (UNAM) los mecanismos del andamiaje que sostiene la corrupción son objeto de un estudio constante. Uno de los ejes de ese sistema es la creación de “empresas fantasma”. Según datos fiscales oficiales, en México hay 7000 empresas pantallas cuya cifra de negocios fue, en los últimos 5 años, de 700.000 millones de dólares (4,87% del PIB nacional). El carácter institucional (empresas o Estado) está radiografiado en la Encuesta de Delitos Económicos 2018 (Edición México, de PwC). Ese trabajo calculó que entre 2016 y 2018 el porcentaje de incidentes pasó de del 37% al 58%. Para 2018, el delito más común (47%) fue la malversación de activos, seguido del soborno y la corrupción (30%), el fraude de los consumidores (23%) y los delitos cibernéticos (22%). Los grupos de la sociedad civil y la prensa son la vanguardias de las denuncia, pero como ocurrió con la Estafa Maestra, el aparato judicial responde ausente en la mayoría de los casos. Se castiga más a los denunciantes que a los corruptos. Varias de las personas que contribuyeron a que la investigación de la Estafa Maestra fuera posible terminaron despedidas de sus puestos. Muna Dora Buchain, directora general de la Auditoría Forense de la Auditoría Superior de la Federación (ASF), fue despedida hace un mes. El sistema se protege a si mismo para que sus redes no se desmoronen. La impunidad se compra. El escándalo continental de la constructora brasileña Odebrecht tocó a uno de los colaboradores de Peña Nieto: Emilio Lozoya (jefe de asuntos internacionales). Este ex director de Petróleos mexicanos, Pemex, fue denunciado por directivos de Odebrecht por haber cobrado 10 millones de dólares en comisiones ocultas a cambio de contratos (Hilberto Mascarenhas, director del Sector Finanzas Estructuradas de Odebrecht, lo señaló en el caso de la Refinería de Tula). El Ejecutivo mexicano sancionó a Odebrecht y ahí quedo todo. Nadie se mete con la casta. Patricia Obeso aboga por la necesidad de “regenerar las esperanzas de la gente para que la sociedad crea que la corrupción no es genética, que no es un destino ni algo irreversible”. El Corruptour es parte de esa campaña. El micro cruza por aza los buses rojos que pasean a los turistas por el centro de ciudad de México. Ambos siguen destinos diferentes: uno exhibe las maravillas de la capital, el otro corre el telón de un escenario detrás de cuyas luces se mueven las sombras siniestras de la corrupción institucionalizada. 

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