Las manos de Lechuga Roa atajaron las ilusiones argentinas y rompieron los corazones ingleses en la noche de Saint Étienne, hace ya 20 años. La dramática definición por penales en Francia 98 quedó marcada a fuego como el epílogo de uno de los partidos más tensos que nos haya tocado vivir en la historia de la Copa del Mundo. Tanto dolió esa derrota del otro lado del Atlántico que aún hoy obliga a repensar si esa eliminación en octavos de final se trató de uno de los cachetazos más estentóreos que acusó el seleccionado inglés en los mundiales. En esa búsqueda analítica, aparece una estadística espeluznante: en los dos días posteriores a la eliminación aumentó un 25 por ciento la cifra de infartos en el país de la reina. La estadística fue revelada en un estudio poco conocido que publicó la British Medical Journal el 21 de diciembre del 2002. Inglaterra terminó con el corazón partido. Y no es un juego de palabras. Es la cruda realidad.

Luego de la eliminación a manos argentinas, en Inglaterra hubo 55 infartos por encima de lo esperado, “desencadenados posiblemente por el malestar emocional de haber visto a su equipo perder en la tanda de penales”. A esa conclusión llegaron tres profesionales de la medicina que durante cuatro años investigaron este caso, con pocos precedentes. Douglas Carrol, Kate Tillin y George Davey Smith tuvieron acceso directo a los registros de internaciones de los hospitales ingleses, que se encontraron con sus shock rooms colapsados de pacientes con riesgo de muerte. Los investigadores anglosajones, perplejos y azorados, analizaron todas las variables que pudieron haber propiciado estos accidentes cardíacos y llegaron a una conclusión clara: “La lotería de los penales debe abandonarse para favorecer a los terrenos de la salud pública”.

Toda Inglaterra estaba viendo ese partido. Fue la transmisión televisiva de mayor rating del año en el Reino Unido. “Es difícil saber qué otro fenómeno ambiental contemporáneo pueda explicar el exceso de admisiones”, precisa el estudio titulado “Admisiones por infarto de miocardio durante la Copa del Mundo”. Para muchos ingleses ese juego fue de vida o muerte. Un año después, incluso, los investigadores decidieron hacer una nueva prueba: repitieron el video de la tanda de penales en un salón controlado para observar la reacción de los hinchas-pacientes. Allí los médicos volvieron a registrar números anormales: un significativo aumento de la presión arterial y la frecuencia cardíaca en los simpatizantes. Un año había pasado, y el partido seguía alterando corazones. Los especialistas abordaron la investigación con una conclusión más abarcativa: muchos infartados ingleses tuvieron la mala fortuna de que la derrota los encontró en pleno consumo excesivo de alcohol, tabaco y otras yerbas, malos hábitos que detonaron la bomba de tiempo.

Lo que explotó en Saint Étienne fue una dinamita. Porque los ingleses venían con la sangre en el ojo después del 86. Maradona les había robado la billetera, con aquella Mano de Dios. Justo a ellos, que habían inventado las leyes del fútbol moderno. Y luego, con el mejor gol de todos los tiempos, Diego demostraba que podía humillarlos tanto como se le diera la gana. Con trampa. Y con magia. Aquel 30 de junio de 1998, Argentina llegaba entonada porque  había ganado el grupo caminando (1-0 a Japón, 5-0 a Jamaica y 1-0 a Croacia). Y se topaba con Inglaterra, que venía aturdida porque había perdido con Rumania y eso lo condenaba a cruzarse con la albiceleste antes de lo esperado. El clima era de hostilidad. Los himnos se silbaron a pleno de los dos lados. Los hooligans metían miedo; venían de batallar con los tunecinos en Marsella. Y los medios ingleses fogoneaban una rivalidad que iba más allá de lo futbolístico. El amarillista diario The Sun tituló: “Que vengan los Argies”, término despectivo que se usaba para hablar de los soldados argentinos en las Islas Malvinas.

Antes de los penales hubo un parto. Un 2 a 2 a puro bombardeo. El primer gol llegó de penal cuando Batistuta le dobló las manos a David Seaman. Luego lo daría vuelta Inglaterra. Primero, Michael Owen, la joven promesa, inventó un penal y, después, Alan Schearer, el delantero más caro del mundo, ese por el cual el Newcastle había pagado 18 millones de euros dos años antes, lo cambió por gol. Y el mismo Owen dejaría luego clavado en el piso a Chamot y Ayala para dar vuelta el trámite. Después, cuando terminaba el primer tiempo, lo empataría Javier Zanetti con un gol de laboratorio: apareció por detrás de la barrera, recibió el pase de Verón con la derecha y la clavó al ángulo de zurda. “Esa jugada la practicábamos siempre y nunca salía. Encima en los entrenamientos el que definía era Ortega. Pero en el Mundial Passarella cambió y decide ponerme a mí. Salió perfecto en el momento más necesario. No lo podía creer. Todo raro. No hacía goles. De zurda, en un Mundial y contra Inglaterra ni soñado. Pero pasó y lo disfrutamos todos”, recordó Pupi recientemente en una entrevista con Enganche. También hubo una mano clara en el área de Chamot, cuando saltó a cabecear con Alan Schearer. “Siga”, dijo el juez. Simeone lo hizo echar a Beckham, por entonces chico de una Spice Girls. Le anularon un gol a Sol Campbell, porque cargó a Roa. Y en las tribunas, los escalones temblaban al ritmo de “y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta, es un inglés”.

Luego del tiempo suplementario, vendría la definición desde los doce pasos. Los ingleses no habían practicado penales, reveló el documental “The Greatest Game in The World Cup History”, del periodista argentino Martín Mazur. Ellos tenían fe en su arquero Seaman, quien era un especialista, con un 33 por ciento de penales atajados sólo en la Premier League (atajó 7 de 22 con el Arsenal). Y mal no le fue: el bigotón adivinó todos los palos. Y le atajó el penal a Crespo. Pero los que fallaron fueron sus pateadores. Paul Ince y David Batty no pudieron con Roa. Y así Argentina cerró la boca más famosa, la de Mick Jagger, que cantaba por Inglaterra en una de las plateas preferenciales del estadio. Unos días después vendría la caída con Holanda, pero esa ya es otra historia.

Ni siquiera el pitazo final disipó la tormenta bélica que había acaparado el partido. La cosa continuó en la zona de los vestuarios. Los jugadores argentinos, dirigidos por Daniel Passarella, le restregaron el triunfo en la cara a los ingleses. “Ellos estaban revoleando sus camisetas, golpeando las ventanas. Nosotros teníamos en la zona mixta a nuestras familias mirándolos. Ellos se comportaron como unos idiotas”, dijo Campbell- todavía enojado-, en el citado documental. Antes, volaron piñas e insultos hasta en los palcos de prensa. Hubo cronistas argentinos que aprendieron a putear en inglés. La calentura fue con Patrick Watts, periodista del Penguin News, el diario de las Islas Malvinas. En la previa, Watts había sido entrevistado por enviados especiales argentinos. Nació en las Malvinas, en 1945. Y cubría un Mundial por primera vez. Hasta posó para las fotos. Era una nota de color. Pero en el fragor del partido, casi terminó a las piñas con los mismos cronistas que antes lo habían reporteado.

Ahora bien, ¿cómo es posible que estalle un corazón después de una derrota? El doctor Daniel López Rosetti, experto en cardiología y medicina del estrés, asegura que cuando a un país le va mal en una Copa del Mundo, la gente se enferma más. Y opina que el fútbol es una pasión que agrupa varias tribus: “En un Mundial, la tribu es más grande, porque se juntan los hinchas de todos los equipos. Y está en juego la unidad, el espíritu de cuerpo, el conjunto. Hay estudios que prueban la relación entre emocionalidad psicosocial y un evento deportivo. Lo del Mundial de Francia es un claro ejemplo de que lo emocional nos cruza a todos y tiene una influencia importante en la salud. Y eso es porque el cerebro no distingue una catástrofe real, como puede ser una geográfica, geológica o climatológica de una catástrofe deportiva”.

Otro cardiólogo consultado por Enganche, el doctor Roberto Brandalisio (MP 48231), insiste en que la emoción violenta es la responsable de detonar el cuerpo. “Cuando San Lorenzo descendió a la B, tuvimos dos eventos coronarios por muerte súbita en la cancha. El causal es el estrés, la emoción violenta. Puede ser positiva o negativa. Eso produce una gran descarga de catecolamina, noradrenalina y adrenalina, que son generadores de arritmias. Y la arritmia, ante un corazón que tiene un umbral de fibrilación bajo, produce una arritmia severa con una fibrilación ventricular. Que puede ir asociada a un infarto o no”, cuenta el profesional. Para simplificarlo, grafica: “Imaginate que vos estás frente mío y yo saco un revolver y te apunto. Tu corazón empieza a latir rápidamente, se te seca la boca, y te sube la presión arterial. Se produce una constricción de todas las arterias, entre ellas las coronarias, más aumento de la frecuencia cardíaca y aumento de la presión arterial. Se forma la tormenta perfecta que puede provocar una muerte súbita en las personas que sufren del corazón; no en todas, claro”.

La cineasta Gurinder Chadha quedó asombrada al ver tanta gente destrozada por la eliminación en las calles británicas. Y esa imagen le sirvió como fuente de inspiración para producir “Quiero ser como Beckham”, un film de 2002: “Me quedé asombrada al ver hombres hechos y derechos llorar, tirados por las aceras de Canden Hight Street. Sólo había visto al país en ese estado cuando murió Lady Di”. Y sí, el corazón tiene razones que la razón nunca entenderá. Ya lo había escrito el Negro Fontanarrosa, que sabía mejor que nadie el descalabro que puede provocar un partido de fútbol en un corazón batallado. Si no, miren lo que le pasó al Viejo Casale.