Con la mejor de las buenas voluntades, se podía contar trescientas almas (y sus correspondientes cuerpos) en la cancha de básquet del club Ferro, que en la tarde de ayer cobijó el Festival Provida. Poco cotillón, casi sin banderas para adornar y hacer más cálido el microestadio, en el que las canciones pop rebotaban.

La organización fue eficaz, amigable y peculiar. Como se cobraba entrada, en la entrada hubo dos amables veinteañeros que contaban con un cuentaganado electrónico a los concurrentes y pedían por favor que los que ya había sido contados y salían, avisaran al volver para no ser contados dos veces. No quisieron decir ni cuánta gente hubo ni para qué se hacía un control tan exhaustivo. Pero el ritmo de afluencia del público permitió que en ningún momento perdieran la cuenta.

A las puertas del microestadio está la confitería del club. En las mesas de afuera, dos grupos de mujeres tomaban cerveza y charlaban entre ellas. Todas ellas tenían puesto o atado en las mochilas el pañuelo verde de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Una de ellas dijo que está muy en contra de que se usen las instalaciones del club para un “evento de estas características” y que por eso muchas mujeres socias de Ferro manifestaron su desacuerdo. Pero otra del grupo explicó que ella estaba en contra de los que se oponen al aborto, pero como en el club hay socios con distintas posturas, a ella no le parecía mal que se consiguieran fondos alquilando el microestadio. Lo que no impedía que pusiera de manifiesto su posición luciendo el pañuelo verde.

A escasos metros de estas dos mesas ocupadas por “las verdes”, hay grupos de adolescentes haciendo tiempo antes de entrar. Hay cinco chicas juntas, de entre 15 y 20 años, que cuentan que son de Devoto y están ahí por el colegio, el Fasta (Fraternidad de Agrupaciones de Santo Tomás de Aquino). Martina explica que para ella “toda vida vale y las mujeres no deciden (ella se autoexcluye) solo por su cuerpo”. No admite el aborto en ninguna circunstancia, ya que “una vida nueva nunca es para mal”. Su amiga Benicia dice que ella defiende la vida desde la concepción y que nadie puede arrogarse el derecho de terminar con una vida. Parecen muy sinceras, aunque es difícil desprenderse de la sensación de discurso repetido. Victoria, algo más grande que ellas, dice que para ella el aborto es inadmisible incluso en los casos de violación, porque el niño no tiene la culpa y que toda vida vale, “no importa cómo se gestó”. Insiste en que todas las vidas son valiosas en sí mismas. Pero luego no vacila en argumentar que en caso de embarazo por violación, un aborto equivale a borrar las pruebas, lo que implica tratar al feto no como humano sino como instrumento para probar un delito. Frente a la contradicción, sólo insiste en su defensa de “todas las vidas”.

Claudia es miembro de la organización, en la que participa desde su creación. Dice que no es muy religiosa, pero que siente que hay que estar ahí. Su postura es que la violación no se resuelve con el aborto, aunque nadie plantea eso. Pero ella desarrolla su idea: ni la mujer ni el bebé (una de las constantes en los diálogos con los asistentes es la equiparación de los conceptos de feto, persona, bebé, hijo, embrión) son culpables. Y como, agrega, la mayoría de las violaciones son intrafamiliares, eliminar los hijos es favorecer la continuidad de los abusos. Por eso hay que ayudar a las mujeres a denunciar la situación. Ni ella ni las alumnas del colegio tomista parecen preocuparse por la inconsistencia lógica en su planteo respecto de los embarazos producto de violaciones. 

Ya son las 17 y desde el escenario anuncian que el festival empezará en breve. La concurrencia no cambió: son grupos de adolescentes de colegios confesionales, grupos parroquiales. Los chicos cantan y se mueven siguiendo cada grupo una coreografía, en un ambiente no muy distinto de cualquier encuentro pastoral juvenil. Les cambiaron la letra a varias canciones de cancha e incluso a alguna netamente kirchnerista (“vengo bancando este derecho/ la vida del bebito por nacer...”), que como la melodía se va deshilachando es reemplazada enseguida por “borombombón, borombombóm, la vida sí, aborto no”, más sencilla aunque no encaja bien en la música. 

Poca gente fue sola. Uno de ellos es Alejandro, que explica, un poco tenso, que su familia no lo acompañó porque tenían “compromisos personales”. Sustenta su presencia en la “defensa de las dos vidas, porque es falsa la opción de que la promoción del aborto sea para defender a la mujer. Es maligno. Se boicotea al ser humano”. Se muestra enojado y dice que apoyaría una reforma al Código Civil para sacar los abortos legales por las causales. 

En la cancha propiamente dicha está Santiago, que cuenta que fue con el grupo de la parroquia, que está en Barrio Norte. Aproximadamente de 40 años, dice que tiene hijos. Se enoja al decir que la ley es inconstitucional, y que los diputados o no conocen la Constitución o aprobaron el proyecto por problemas económicos. Y pregunta si se entendió o lo que quiso decir. Y se va exaltando cada vez más, porque asegura que una nena de 15 años no puede comprar alcohol pero sí podrá abortar. Y que es una locura con las personas con síndrome de Down. Cuenta que tiene una hermana con el síndrome y que es encantadora. Insiste en que con este proyecto “serán abortados casi todos” y él no quiere que eso ocurra, porque ama a su hermana. También apoyaría una reforma del Código Civil. Y cierra diciendo que siente “mucha bronca cuando la mujer dice ‘es mi cuerpo’”.

A su lado hay un treintañero que asegura que defiende la vida en toda circunstancia y que también apoyaría la reforma del Código. Cuenta que tiene tres hijos y sonríe cómplice cuando se le pregunta si quiere tener más. Dice que no. Y rápidamente agrega que “si vienen, serán bienvenidos; pero no los estamos buscando”·

Hace su entrada triunfal “la batucada de la ola celeste” y desde el escenario saludan “que ahora sí nuestro grito se hará oír”. Los tres redoblantes y cuatro bombos meten toda la bulla posible, poniendo esmero y buena onda aunque no consiguen que el público acompañe mucho.

Y así se da comienzo al festival. Se habla del “partido más importante” y se asegura que “ahora que nos unimos no nos callan más”. Prometen que habrá un repaso de todo lo acontecido en el tema del aborto, un detalle de la votación en Diputados (ver aparte), y luego se esbozarán las directrices del plan de lucha, “porque ahora sí comienza la ola celeste”. Planean una campaña con correos y mensajes a los senadores (que dividen en “a favor de la vida”, “en contra del niño por nacer” e “indecisos”) y acampes y batucadas en la puerta de las casas de los legisladores.

Es entonces cuando el clima de estudiantina pastoral llega a su apogeo. Prometen que la apertura se hará con una versión interactiva de “nuestro himno nacional”. Y un entusiasta Martín hace de bastonero para unos juegos musicales en los que una parte del público tararea una parte del himno y luego otros vocalizan otra parte, luego pide que “las chicas entonen” mientras “los varones” corean tipo cancha (la división de género es tan estereotipada que estremece). Y los juegos se suceden a lo largo de varios minutos hasta que unos simpáticos adolescentes reparten banderitas a los que no tienen “nada celeste para revolear, porque ésta es una fiesta de la Argentina que defiende la vida”.