Producción Tomás Lukin


Por Alejandro Robba *

Para quienes afirmamos que el principal límite al crecimiento y la generación de empleo que tiene nuestra economía es la restricción externa –es decir, la falta de divisas–, observar el signo y el volumen del saldo de la cuenta corriente se convierte en una prioridad. Su relevancia es superior al relevamiento de cualquier otro indicador analizado por los economistas convencionales que ven al déficit fiscal primario, la inflación o la “falta de confianza” como sus alertas amarillas para anticipar una crisis inminente. 

A lo largo de los últimos 40 años, la relación entre el resultado de la cuenta corriente y el PBI solo arrojó saldo positivo 10 años: 1978, 1990 y a lo largo del período 2002-2009. Que el indicador sea positivo no implica que la economía esté firme, reluciente y con un futuro promisorio, ya que el ajuste de la cuenta corriente se suele dar vía una gran devaluación y posterior recesión. Así pasó en 2002, el pico máximo de la serie cuando el nivel de actividad se desplomaba. Lo mismo ocurrió en 1978 y 1990: superávit de cuenta corriente y fuerte recesión. Por su parte, el período más extenso con indicadores positivos fue 2002-2009. La profundidad de la crisis del 2001 -sumada al ciclo de las materias primas y al default de la deuda- dio como resultado una holgura externa tal que pasarían 7 años hasta retornar a la “normalidad” de una cuenta corriente deficitaria. 

Lo que indica la historia reciente es que niveles negativos elevados del cociente cuenta corriente/PIB preanuncian una crisis económica potencial y para desinflar ese globo externo se recurrió a fuertes procesos depresivos donde el nivel de actividad, el empleo y la distribución del ingreso se vieron deteriorados. Hoy estamos justo ahí. 

El gobierno de Cambiemos asumió con un rojo del 2,9 por ciento y en dos años casi lo duplicó al 5,3 por ciento. A poco de asumir, comenzó una política de seducción del capital extranjero que se convirtió en la causa principal de la incertidumbre financiera y la corrida cambiaria. Suponiendo que la aparición de un gobierno pro-mercado iba a desencadenar una lluvia de inversiones, el gobierno liquidó todos los instrumentos de regulación a los movimientos de capitales y desmanteló la administración comercial. 

Con un mercado interno por el piso y la posibilidad de ser abastecido sin obstáculos desde el exterior vía importaciones, las inversiones productivas nunca llegaron, siendo las financieras las que tomaron la delantera creando la ilusión que serían canalizadas a financiar el desarrollo económico y que ese flujo sería infinito.

A partir de enero, el rojo externo puso en guardia a aquellos que todavía seguían elogiando al gobierno argentino, pero que empezaron a salir de posiciones en pesos sin prisa, pero sin pausa. El gobierno y sus voceros todavía intentan explicar que la corrida se originó por la existencia de una economía mundial más volátil, por la suba de la tasa de interés internacional y la revalorización del dólar. Con esa visión, las políticas económicas del gobierno no tienen nada que ver. Pero Argentina es el único país que ingresó en este círculo extremo de salida de capitales y altísima preferencia por el dólar. 

La fragilidad externa ha sido un logro de Cambiemos y no producto de los movimientos de la tasa de interés internacional que están afectando por igual a propios y extraños. No se debe estigmatizar el ingreso de fondos externos ni en la forma de ingresos de cartera ni como deuda pública o privada, si es que el gobierno acierta en canalizarlos hacia el crecimiento de la economía real, único reaseguro de poder conseguir en el mediano plazo el incremento de exportaciones de bienes y servicios necesario para hacer frente a las obligaciones externas. En cambio, a causa del desmanejo que hizo el gobierno de ese enorme ingreso de fondos las divisas se fueron por la canaleta de la fuga de capitales que el gobierno no atina a frenar y que nos están poniendo nuevamente en un escenario donde sólo una fuerte crisis cerrará la brecha externa, con el saldo negativo por todos conocido en términos de empleo, salarios y distribución del ingreso y la pesada herencia para el próximo gobierno de una deuda externa impagable.

* Economista y coordinador de la Carrera de Economía de la Universidad Nacional de Moreno.


“Un corso a contramano”

Por Nicolás Hernán Zeolla *

Diez días atrás la dinámica financiera estuvo marcada por un raro optimismo vinculado a la llegada del primer desembolso del acuerdo con el FMI y la noticia de que la firma MSCI recategorizó a la economía argentina como mercado emergente. Esto plantea varios interrogantes para el debate, no solo de coyuntura económica, sino también en la dimensión de mediano plazo donde se definirá el éxito o fracaso de la política económica del gobierno.

En este corso financiero en que se mueve la economía argentina, lo primero que generó la recategorización a emergente es (más) confusión. Valen, entonces algunas aclaraciones. Primero, ser emergente no implica ningún reconocimiento internacional ni derecho económico exclusivo (como ser miembro del Mercosur, la OCDE o el G20), hablamos exclusivamente de una clasificación bursátil a empresas que cotizan en la bolsa. Para ellas sí, el hecho de ser clasificado como economía emergente podría implicar en principio un mayor volumen de operaciones en esa “especie”, posiblemente alguna mejora en su precio accionario, y, eventualmente, mayor acceso a financiamiento. Estos efectos no garantizan un correlato de mayor inversión externa, tampoco local.

Segundo, hay una diferencia técnica entre estar “incluido” y “listado” como economía emergente. MSCI “incluyó” a Argentina pero no la “listó”, es decir, a pesar de ser emergentes no formamos parte del índice, por lo que los que compraron lo hicieron especulando que lo seamos en julio de 2019, revisiones mediante. Tercero, cuando se liste a Argentina en el índice no será considerado el mercado accionario argentino (BYMA), sino solo un conjunto de papeles que cotizan en la bolsa de Nueva York. Cuarto, MSCI puso como condición para listarnos como emergentes no establecer ningún tipo de control cambiario o de capital, reforzando un torniquete que ya había sido fuertemente ajustado con la carta de intención del FMI.

En el corso de los mercados de capitales internacionales la murga que marca el ritmo es siempre la misma y los temas del repertorio se repiten hasta el cansancio. 

El acuerdo firmado con el Fondo establece explícitamente que el BCRA debe mantenerse al margen del financiamiento del déficit y de la administración del tipo de cambio, ya no de manera regulatoria, sino también incluye la venta de reservas para adecuar la cotización del dólar, debido al objetivo de incremento mínimo de reservas. De modo que en materia regulatoria, Argentina va a contramano incluso de planteos y prácticas promovidas por el mismo FMI y aceptadas generalmente por la academia. En muchos documentos técnicos aparece la cuestión de regulación a los flujos de capital como un pre-requisito para la estabilización monetaria y cambiaria. Junto con ello, trabajos recientes del staff documentan la vinculación entre los flujos financieros con la desigualdad y la probabilidad de crisis cambiarias, entre otros temas de impacto económico y social. 

Y en la región sucede lo mismo. En el documento “Regulación de la cuenta capital en un mundo financiero complejo, evolución reciente y perspectivas en América Latina” se analiza la experiencia regional. Junto a Diego Bastourre damos cuenta de estos nuevos indicios sobre la efectividad de los controles y mostramos la tendencia regional hacia la re-regulación de la cuenta capital, incluso de países de los que suele mencionarse más pro-mercado como Chile o Colombia, especialmente después de la última crisis internacional. Esto incluyó distintas formas regulatorias, como impuestos a los flujos de portafolio (Brasil), encajes no remunerados (Brasil, Colombia y Perú) o restricciones cuantitativas a la internacionalización de fondos de inversores institucionales (Chile).

Muchos de estos puntos implica revisar la experiencia argentina reciente, dejando de lado el dogmatismo y reconociendo que el laberinto argentino de la integración financiera, mayormente signado por la fuga de capitales y el endeudamiento externo, una vez más fracasó. Y que no hay camino posible hacia el desarrollo si no ordenamos las prioridades en las fuentes y los usos del financiamiento externo. Sino será, nuevamente, “bailar con el más feo”.

* Economista. Investigador CEED/Idaes y Conicet.