Desde Tucumán

Como parte del campo comunicacional donde el escenario actual de los medios  plantea un estadio de transformación permanente, la locución como actividad profesional enfrenta las nuevas expectativas y los nuevos imaginarios con que la sociedad sitúa y posiciona a los locutores, a las locutoras.

Estos cambios –tanto en lo tecnológico y las reconfiguraciones político/económicas como en los contenidos,  abordaje y tratamiento de las problemáticas  actuales de la sociedad–  exige prestarle atención a las tensiones por las que atraviesa tanto la formación como el ejercicio profesional de la locución. Ejercicio que excede –aunque la comprende– a la obtención de un carnet habilitante en tanto la historización de sus prácticas y los desafíos actuales  la enriquece culturalmente. 

Más allá de lo anecdótico, en el imaginario popular perduran las imágenes de ese auto de esforzada marcha por donde se “propalaba” el baile de fin de semana, las ofertas comerciales y alguno que otro  servicio comunal. Las fiestas y festivales eran esperados para  ver a los artistas consagrados, en donde el locutor-animador  encabezaba la lista. Es cierto que el locutor no nació con la radio y la televisión, pero es indudable que debe la institucionalización de la profesión a los medios de comunicación. Y que la popularidad de un género como el radioteatro, le dio dimensión épica a quienes relataban o presentaban cada capítulo con el auspicio de productos emblemáticos para la época. La historia de este vínculo directo con su público y contexto, explica por qué el locutor no puede ser el intermediario ni el simple receptor de la problemática de su comunidad y por qué tampoco es posible pensar el tan mentado esteticismo vocal como su sello de identidad. Su rol socio cultural coloca al locutor, posiciona a la locutora como esos articuladores que al abordar temas y problemas que involucran transversalmente las diversas esferas de la vida social, incluida la propia, genera un decir que coloca a la intensidad de la emoción frente a la racionalidad del sentido. 

Esa verdadera conversación donde la voz se erige como herramienta privilegiada de su hacer, le otorgan  calidez y  legitimidad a su trabajo y explican su vigencia en la compleja trama cultural y mediática. Complejidad potenciada por las nuevas tecnologías, las formas relacionales y los modos de aprehender y construir la realidad como marcas epocales que los instituyen y refuerzan esto tan simple de “la compañía” como imaginario que se busca en su figura.

¿Se aprende a ser locutor? ¿Se nace locutora? Las preguntas no son nuevas y forman parte del momento en que los oficios dejaban de ser tales en función de aprendizajes y auto-aprendizajes de carácter más bien inter-generacional  –que se trasladaban de padres a hijos– a efectos de desarrollar capacidades y habilidades para solucionar determinados problemas. Ese carácter  trocó en profesión cuando la sociedad de masas exigió que esas habilidades y capacidades tuvieran carácter público desde un saber hacer que no solamente solucionara problemas sino que además trabajara imaginarios sociales organizados en categorías y con protocolos acordes. En la locución, sería algo así como pasar del saber hablar “bonito y correcto” a la profesionalización del decir, es decir a estrategias que tengan en cuenta, las nuevas tecnologías, digitalizaciones y redes sociales que imprimen subjetividades y sensibilidades en nuevos receptores dispuestos cada vez menos a “recibir” lo que se les ofrece en los medios de comunicación y más interesados en que sean los propios medios quienes los escuchen.

De ahí que ahora se plantean roles cuyos perfiles no estén definidos por un determinado soporte tecnológico, sino por la amplitud e integralidad de un comunicador transmedia, que genera proyectos comunicacionales desde la significancia expresividad de la locución. Desafío mayúsculo. No tanto por los necesarios aprendizajes y experimentación. Sino por la identificación y referencia que necesita un decir de profunda matriz radiofónica desde la cadencia y fluidez de la palabra dicha, los silencios suspendidos, la ternura y transparencia de sus matices o la alegría de sus ritmos. Formas del decir que suelen presentarse más como competencias profesionales que como sentidos a construir y que habrá de cuidar para no perderlos en el camino de las necesarias adecuaciones e interrelaciones en tiempos pocos propicios para hablar precisamente, de ternuras y transparencias.

* Locutora.