El pasto no sólo es para las vacas. Es cierto que la mayoría de los tenistas argentinos, en el plano histórico, no generó el ruido necesario para descollar como en otras superficies y eso, por un lado, confirma aquella famosa frase de Guillermo Vilas. Del mejor argentino de todos los tiempos a esta parte, sin embargo, hubo jugadores que se adaptaron muy bien al rotundo cambio que provoca el césped. Juan Martín Del Potro, por caso, pertenece a ese grupo de “animales” que se aclimatan y sacan a relucir lo mejor de su tenis en el suelo verde pese a haber atravesado la mayor parte de la etapa de formación en canchas de polvo de ladrillo.

Transcurrida la primera semana de Wimbledon, el tandilense es el único sobreviviente en el cuadro de singles del mítico All England, donde además consiguió por estos días adjudicarse dos récords argentinos en la superficie madre. Luego de la sólida victoria por 6-4, 7-6 (4) y 6-3 ante el francés Benoit Paire, se metió por cuarta vez en los octavos de final del tercer grande del año y se medirá con otro francés, Gilles Simon. Así superó los tres accesos a esa instancia de David Nalbandian, a quien sobrepasó también en cantidad de triunfos en el torneo más prestigioso del mundo. Con 20 victorias dejó atrás al ex número 3 del ranking (19) y todavía más relegado a Vilas (15). Como si fuera poco, llegó a 87 éxitos en certámenes de Grand Slam y se instaló como el segundo en el rubro, uno por encima del Rey David y aún lejos de los 139 del Poeta.

No es ninguna novedad que Del Potro pueda rendir en su mejor nivel en la superficie que menos torneos tiene en el circuito mayor. Ya fue semifinalista en Wimbledon en 2013, un año después de haber conquistado la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Londres, en el mismo recinto. También estuvo entre los cuatro mejores en Hertogenbosch 2008, previo a su gran explosión, y en Stuttgart 2016, pocos meses después de su regreso a las canchas luego de tres cirugías de muñeca. Sus logros ofrecen un poco de luz en medio de la sombra que representa el césped para la mayoría de sus compatriotas.

“No es fácil mover al rival en pasto, no tenés tiempo para tomar decisiones sino que tenés que resolver. Y a veces resolver simple contra los mejores no da resultado”, disparó Diego Schwartzman minutos después de perder en la segunda ronda ante el checo Jiri Vesely, dos días después de haber conseguido el primer triunfo de su carrera en césped. “Este año jugué tres partidos, los años anteriores apenas dos; así es muy difícil”, analizó el número 11 del mundo, uno de los tantos argentinos que le tienen cierto temor a la superficie.

La gira de pasto es tan corta como representativa. Constituye un puñado de partidos que pueden cambiar una carrera entera. Si lo sabrá Roger Federer, el máximo ganador histórico en la superficie y dueño del récord de coronas en Wimbledon. Si lo sabrá también Guido Pella, que este año sumó sus primeros cuatro triunfos –dos en Stuttgart y dos en Wimbledon– y se dio el gusto de bajar a Marin Cilic, número 5 del ranking y finalista de la edición anterior.

El resto de los argentinos quedó lejos de las luces. Horacio Zeballos venció a Guido Andreozzi y se llevó su primera sonrisa del cuadro final de Wimbledon. Leonardo Mayer, octavofinalista en 2014, no pudo aprovechar los dos sets de ventaja frente al alemán Jan Lennard Struff y se despidió rápido. Y Federico Delbonis, con 27 años, sigue sin conocer las mieles del triunfo en césped sobre siete partidos jugados en cuadros principales. Resultados que saben a poco si se tiene en cuenta que el pasto no es tan pasto como sí lo era décadas atrás. La superficie actual es más lenta y permite jugar más de fondo que en otros tiempos, cuando el éxito solía caer del lado de los virtuosos del saque y red. Lo que no cambió, está claro, es la preparación que exige una superficie por demás especial.

Del Potro, el diferente, pertenece a la pequeña porción de argentinos que lograron buenos resultados individuales en la Era Abierta sobre césped. El líder de ese grupo, sin lugar a dudas, es Vilas, quien consiguió nada menos que el Masters de Melbourne (1974), dos Abiertos de Australia (1978 y 1979) y un cuarto título en Hobart. El único que lo acompaña en el privilegio de haber sido campeón es Javier Frana, que se consagró en Nottingham 1995 y perdió dos finales en Newport.

Gabriela Sabatini y Nalbandian, por otro lado, son los únicos que jugaron la final de singles en Wimbledon, quizá el partido más importante que ofrece el circuito mayor. Gaby estuvo apenas a dos puntos de la consagración ante Steffi Graf en 1991. El cordobés, por su parte, se recibió de top ten en aquella edición de 2002, su primer torneo sobre césped, en el que llegó a la definición con sólo 20 años y sin haber pisado la cancha central.

No hubo argentinos en muchos más partidos definitorios en suelo verde. El propio Nalbandian, el hombre que sacó a bailar a Lleyton Hewitt en su propia casa en aquella Copa Davis para la posteridad, pudo haber ganado el trofeo en el torneo de Queen’s 2012 pero un exabrupto con un juez de línea le valió la descalificación. Guillermo Cañas y Guillermo Coria, otros dos integrantes de La Legión, alguna vez supieron jugar la final de Hertogenbosch.

La relación histórica entre el tenis argentino y el césped no tiene demasiados capítulos gloriosos, aunque fueron varios los que dejaron su huella y exhibieron lo mejor de su talento en ese pequeño fragmento verde del circuito. De Vilas a Del Potro, al fin y al cabo, quedó demostrado que el pasto es difícil pero no sólo es para las vacas. Y el tandilense todavía puede agregar más páginas en los anales del tenis nacional.