A medida que la Copa del Mundo va quemando fases se ha hecho evidente el fracaso de los sistemas totalitarios de juego, identificados como aquel que hace de la posesión de la pelota una condición innegociable y el basado en meterse en el fondo y salir sólo para aprovechar los contraataques, “a lo” Islandia. Ambas variantes tuvieron su período de gloria. El catenaccio en Alemania 2006 y el que propone la posesión al poder en Sudáfrica 2010 y Brasil 2014. Pero los resultados en Rusia parecen relegarlos para darle paso al denominado juego de transición.

Sin sorpresa

Con su caída ante Bélgica en cuartos, Brasil se sumó a España, Argentina y Alemania como representantes del mal paso de los cultores de la posesión por Rusia. Es que estas cuatro coparon el top 5 de tenencia promedio del balón durante el Mundial (España 69 por ciento, Alemania 65,3, Argentina 61,1, Arabia Saudita 57,1, Brasil 56,8). El extremismo de las propuestas de las tres primeras terminó por parecerse a una estática de lo pensado, donde el rival ya sabía por dónde pasaban las intenciones de los dueños de la pelota que, de ninguna manera, podían sorprender. Que Ramos por España (136 toques por partido) y Mascherano por Argentina (99,5) hayan sido de los que más tuvieron la pelota en sus equipos fue todo un síntoma de la falta de creatividad que sufrieron estas selecciones. Algo diferente fue la propuesta brasileña que, aunque intentó hacerse de la posesión la mayoría de las veces, fue más directo en su manejo. Tanto Neymar como Coutinho, sus dos máximos referentes de ataque, fueron quienes más tuvieron la pelota en varios partidos y manejaron el desarrollo del juego, hasta toparse con un rival más eficaz, más pragmático y con un gigante Courtois en el arco.

Orden y retroceso

Desde el otro extremo, la propuesta de replegarse en el fondo a la espera de materializar un error rival con algún contragolpe –aunque terminó con mejor sabor de boca que la del “tiki-tiki”– no pudo pasar de cuartos de final. Uruguay (33 por ciento de posesión frente a Portugal en octavos y 39 con Francia en cuartos), Rusia (21 contra España y 35 con Croacia) y Suecia (33 con Suiza y 42 con Inglaterra) llegaron más lejos de lo que los especialistas anticipaban. Pero tampoco ésta fue la fórmula del éxito, ya que tanto sudamericanos como nórdicos fueron claramente superados en cuartos. Por su parte, Rusia –que llevó al extremo la idea de entregar la pelota al rival también en la primera fase (39 con Arabia Saudita, 49 con Egipto, 42 con Uruguay)– llegó hasta los penales gracias a un inaudito kilometraje acumulado. En sus dos partidos de segunda fase, los comandados por Cherchesov recorrieron ocho kilómetros más que sus rivales y también fueron líderes por amplio margen en ese rubro durante la primera fase (113,9 metros por minuto; Argentina, fue 27°, con 100,2 metros).

Ida y vuelta

Desde la prohibición de reventar la pelota al arquero para salir jugando (caso Caballero contra Croacia, por ejemplo) hasta el abuso del pelotazo en busca de un solitario faro en ataque, el “tiki-tiki” y el “todos atrás” se volvieron sistemas totalitarios de juego, llevando su propuesta al límite, sin dejar lugar a la improvisación.  Ante ese vacío de ideas surgió victorioso el pragmatismo representado en los semifinalistas (Bélgica, Croacia, Francia e Inglaterra), que alternaron encuentros donde se hicieron dueños de la pelota ante contrincantes menores con otros donde supieron apostar a un ida y vuelta frente a rivales de mayor poderío.

“La gran fortaleza de Francia es la velocidad en las transiciones, es muy sólido en defensa, donde recupera y sale muy rápido”, decía el entrenador argentino Jorge Sampaoli allá, lejos y en el tiempo. Y razón no le faltó al DT –más acertado en lo discursivo que en la práctica–. El equipo de Deschamps es un claro ejemplo de este estilo pragmático, que se acomoda a su rival de turno sin dejar de lado sus propias virtudes. Fue así como le dejó tener la pelota a Argentina (60 por ciento de posesión) y explotó la velocidad de Mbappé y Griezmann para tomar desprevenida a la defensa albiceleste. En la siguiente fase, contra Uruguay, se adueñó de la misma (61 por ciento de posesión) y controló los pocos embates que pudieron esbozar los orientales. El volante Pogba es quien más contacto tuvo con el balón por los franceses durante la Copa (78,9 toques por encuentro), seguido del motor recuperador del medio Kanté (76,8). La que también se ubica del lado de los que apuestan a involucrar a sus volantes creativos es Croacia. Modric (84,2) y Rakitic (78,3) sólo son superados por Brozovic (84,9) –volante defensivo que alternó entre titular y suplente– en contacto con el balón. Los balcánicos probaron su pragmatismo en el 3-0 con Argentina, donde dejaron la pelota a los de Messi (57 por ciento) y explotaron el contraataque con la movilidad de sus atacantes que cambian constantemente de posición, priorizando la banda izquierda donde Croacia inicia el 44 por ciento de sus ataques (24 por el centro, 33 por derecha).

Similares en acomodarse al rival y explotar la velocidad de los traslados  son los casos de Bélgica e Inglaterra. Los Diablos Rojos realizaron una oda al ida y vuelta en el partido con Brasil, donde Hazard y Lukaku se lucieron en el manejo de las contras. Los belgas no hacen un culto de la posesión y entregaron la pelota a los brasileños (58 por ciento) y, en primera fase por ejemplo, la compartieron con Túnez (50 por lado). Los británicos también apuestan a la velocidad de sus jóvenes piezas pero, además, plantaron bandera en la pelota parada (cinco goles de cabeza). Donde se diferencian con Francia y Croacia es en los tenedores de la pelota. El manejo del juego belga e inglés pasa por sus defensores: Kompany (81,8 toques) y Alderweireld (77,0); y el trío del fondo inglés de Walker (85,1), Stones (80,3) y Maguire (77,6).

Pragmatismo, solidez defensiva y velocidad en las transiciones son, en conclusión, las coincidencias que mostraron los semifinalistas. Quedará por ver si dan lugar a una tendencia, como por ejemplo lo hizo la España de 2010, o si, justamente, este fue un Mundial de transición entre sistemas.