Desde Barcelona

UNO Rodríguez de nuevo solo en la gran ciudadela (la familia dispersa por los cuatro costados del verano boreal Reino de las Vacaciones). Con las persianas bajas y la moral apenas un poco más alta. Mejor dentro, salir poco, entender la casa como santuario donde refugiarse de turistas invasores. Rodeado no por los seres queridos sino por los objetos (en más de un caso) más queridos aún. Y no encender el televisor con ese Mundial de Fútbol en el que han caído todos los favoritos –sospecha Rodríguez que adrede– porque quieren refugiarse/disculparse  en eso de la “larga regeneración” para dentro de cuatro años no tener que ir a las arenas calientes de Qatar.

Y una de las últimas salidas que tuvo Rodríguez fue con su hijo (al que, objetivamente, quiere más que a nada y a nadie) a ver una exposición en CaixaForum llamada Faraón. Y, recorriéndola, Rodríguez no pudo sino pensar en cuánto más inteligentes eran los antiguos egipcios que los modernos españoles (por estos días discutiendo dónde van a meter a la momia de Franco I una vez que se la eyecte del Valle de los Caídos) en lo que hacía a ritos fúnebres. Los de ahora y Más Acá dedican toda la pompa a los sobrevivientes; mientras que los de entonces se prodigaban en el cuidado y bienestar del muerto para que la pasase a lo grande en el Más Allá. Ya saben: esclavas y sacerdotes y tesoros para acompañarlo al otro lado de todas las cosas. Apartado, sí. Pero sintiéndose divinamente y más a gusto que nunca.

DOS “Es como si se hubiese descubierto una nueva recámara en la Gran Pirámide”, precisó Sonny Rollins respecto a la edición del reciente Both Directions at Once, “álbum perdido” de John Coltrane en mood Classic Quartet registrado a lo largo de una noche de 1963. Y para Rodríguez el jazz –como buena parte de la poesía del siglo XX, excepción hecha del tan magnífico como emotivo “Pale Fire” de John Shade que, en ocasiones, en algún verso, hasta le parece que se refiere a él mismo– es un auténtico misterio. Pero se lo compró y se lo llevó a casa tal vez influido por una reciente relectura de Jack Kerouac (sus formidables cartas como parte de sus ficciones; las últimas enviadas por el ya destronado King of the Beats desde la casa de su madre, lejos del camino y de la carretera y apartado de todo y de todos). Bebop y escritura automática y jam session y hard bop todo eso. Y Coltrane fue uno de los últimos de ese sonido para luego abrazar la espiritualidad sónica y, para muchos, con el más supremo de lo amores, incluso la santidad. Sonido que ahora Rodríguez intenta decodificar con los ojos entrecerrados. ¿Lo entiende? En absoluto. ¿Le gusta? Bastante; en especial el largo y tendido “Slow Blues”. ¿Quién es Sonny Rollins? Ni idea. 

TRES En cambio Rodríguez sí sabe que detrás de la banda polimorfa y perversa Gorillaz apenas se esconde el gran Damon Albarn. Y ya estaba al tanto que el flamante The Now Now era algo así como un disco solista de Albarn (de su gorilesco alter ego 2-D) cuyo tema es la soledad y el aislamiento. Y en el primer track, “Humility”, 2-D comienza cantando, feliz, “Llamando al mundo desde el aislamiento”. Pero a medida que pasan los minutos y los beats la cosa se va poniendo más oscura. Y Rodríguez se duerme escuchándolo no como si lo de Gorillaz fuese canciones de cuna sino canciones de cama.

CUATRO Y los beeps y los burps de Gorillaz llenan sus sueños de apartados de variados modelos: los políticos-presos-políticos catalanes ahora trasladados a cárceles de esa república invisible que ellos juran ver todos los días, Messi yendo del sofá del living a la cocina, Iñaki Urdangarin en su pabellón solitario, los candidatos a presidir el Partido Popular por una vez odiándose entre ellos a calzón quitado y braga sacada. Y en algún momento se sumaba a esta mezcla de pesadilla el simpático Scott “Ant-Man” Lang quien, en su última aventura/película (una bienvenida y pegadiza casi pop-song en luego de ese estruendo wagneriano que fue Infinity War, con la que finalmente conecta y quita el aliento) sufre arresto domiciliario. ¿De verdad? ¿En serio? ¿El que te prohíban salir al amargo mundo exterior y te condenen a vivir dentro de tu dulce hogar es un castigo?, se pregunta Rodríguez. Y de pronto, en su sueño, las portátiles micro-casas de Ant-Man and The Wasp mutaban a las familiares pero tan inamovibles siniestras casitas de muñecas de Hereditary... Y en su momento Rodríguez nunca soñó con los rugbiers uruguayos en los Andes o los mineros chilenos; pero sí tiene espacio onírico ahora para esos niños en las cuevas subterráneas de Tailandia, que en su inconsciente son un poco como las de Tom Sawyer o las de Otto Lidenbrock. Cavernas a las que leyó y por las que se perdió en su infancia solitaria para así, leyendo a solas pero en buena compañía, aprender a encontrarse. ¿Hay alguien ahí? Sí: ahí hay muchos, ahí están todos.      

CINCO Y en eso sigue Rodríguez: buscándose en los libros. Y la última vez que se halló entre páginas –“Ah, look at all the lonely people...”, cantaban y cantan y seguirán cantando The Beatles en “Eleanor Rigby”– fue en La ciudad solitaria, de Olivia Laing. Y La ciudad solitaria se erige dentro de ese cada vez más superpoblado género mixto y precisamente difuso en el que comulgan nobles firmas como las de Marco Aurelio, Jean-Jacques Rosseau, Juan Villoro, Laurence Sterne, Rebecca Solnit, W. G. Sebald, Jorge Carrión, Joan Didion, Enrique Vila-Matas, Susan Sontag, Martín Caparrós, Teju Cole, Leila Guerriero... y la de Rodríguez, para cuando finalmente se decida encerrarse a escribir ese libro que lleva pensando escribir desde hace tantos años que ya es como si lo hubiese escrito y nadie lo hubiese leído y mucho menos comprado. 

Subtitulado “Aventuras en el arte de estar solo”, el tercer ensayo-crónica-memoir de Olivia Laing amplía y apuntala y precisa aún más rasgos ya discernidos en sus entregas anteriores que Rodríguez ya leyó. En To the River Laing seguía el serpenteante curso del Ouse, río de Sussex en el que se suicidó Virginia Woolf. Y en El viaje a Echo Spring Laing remontaba los naufragios de escritores como Hemingway & Fitzgerald & Cheever & Carver, siempre sedientos por ahogar sus blues de autor. Ahora Laing (quien acaba de publicar Crudo, otra novela-del-yo y van...) se concentra en el que acaso sea el síntoma/condición fundamental detrás de todo aquello: la soledad. Y la apartada Laing la ubica casi exclusivamente en Nueva York. Allí –a partir de una experiencia personal, a sus treinta y pico, con una mudanza por amor que acabó en separación y aislamiento– la relaciona con, para ella, diferentes íconos del estar a apartado: el cuadro “Nighthawks” de Edward Hopper y las fotos de Nan Goldin, la “Strange Fruit” de Billie Holiday y el “mutant chantant” Klaus Nomi, el solipsista social Andy Warhol y la sociópata Valerie Solanas, la autoexiliada Greta Garbo y James Stewart espiando a sus vecinos en La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock, el artista/portero Henry Darger y el activista David Wojnarowitz en una Manhattan sitiada por el sida. 

“Puedes estar solo en cualquier parte, pero la soledad que experimentas viviendo en una ciudad rodeado por multitudes tiene un sabor muy particular”, advierte Laing en la primera página. Y concluye: “La soledad es un sitio muy especial: separado del vasto continente de la experiencia humana pero intrínseco al hecho de estar vivo”.

Así, La ciudad solitaria es, a su manera, un manual de auto-ayuda en el que al arte consuela a Laing y le enseña a soportar y hasta nutrirse de su soledad. Esa sustancia que para muchos enchufados –en tiempos de hiperconexión– limita peligrosamente con la depresión pero que, bien administrada, puede resultar en algo muy enriquecedor. 

De tal descubrimiento y certeza, surge este libro como prueba incontestable de que –escribiendo a solas primero y leyéndolo a solas después– se puede estar solo y muy bien acompañado al mismo tiempo; mientras The Beatles continúan para siempre preguntándose de dónde vienen y a dónde pertenece toda esa gente solitaria sabiendo que la respuesta es a aquí. Y piensa Rodríguez –embalsamado y enterrado vivo y apartado– que la siguiente canción tal vez sea la festiva y feliz “All Together Now”. Pero también piensa que la melancólica y solitaria “Eleanor Rigby” es mucho mejor canción.