Por muchísimo menos de lo que está propagándose acerca de la corruptela macrista, durante el gobierno anterior se habría desatado una carnicería mediática de dimensiones todavía más grandes que las conocidas.

El escándalo de los aportes truchos a la campaña del PRO en 2017 debiera llegar a niveles estratosféricos y por el momento sólo lo detiene, justamente, el abominable muro de protección que ejerce la maquinaria de prensa oficial. Pueblos y ciudades de la provincia de Buenos Aires en particular registran día a día –bien que en sus medios alternativos de alcance recortado– las denuncias de ciudadanos a quienes el macrismo usó para lavar financiamiento ilegal.

El último jueves, ya cercada a duras penas por un requerimiento periodístico, la gobernadora Vidal dio una respuesta evasiva que, como de costumbre, se centró en los orígenes kirchneristas de la denuncia. Casi enseguida, fue destapado que la propia Vidal impulsó la candidatura a contadora general bonaerense de María Fernanda Inza, quien sobresale como una de las principales denunciadas en el hecho. De allí el título óptimo que PáginaI12 le colocó al tema y a la nota de Martín Granovsky en su portada del viernes: “Vidal pone la trucha”.

Mientras tanto, en Ciudad Gótica, Macri y sus voceros –que ya no todos, ni de lejos– continúan hablando del glamoroso porvenir argentino, gracias a la reducción del déficit fiscal. 

El miércoles pasado, en la sección La Ventana que también este diario dedica semanalmente al mundo de los medios y la comunicación, el investigador Manuel Barrientos trazó un paralelo entre la metodología de los reality y talent shows, con sus mecanismos de descarte, y la lógica política del oficialismo. 

Barrientos toma el comunicado de los directivos de Télam donde dice que “en el camino de modernizar y profesionalizar la empresa, y luego de una minuciosa evaluación en cada área, hemos decidido desvincular a empleados que no responden al perfil que buscamos para una agencia pública de noticias que debe avanzar hacia un mejor y eficaz funcionamiento”. Esto es, señala el autor, el descarte en nombre de la técnica. El inobjetable saber técnico de los CEO reconvertidos en funcionarios.

Efectuado a título de un “el futuro”, que “enorgullece y a la vez atemoriza a los que quedan en pie, para el Gobierno parece la única forma de atraer al poder económico global. El crecimiento está allí: adelante, pero siempre un poco más lejos (...) Es eternamente promesa, nunca presente”. 

Tan es así, puede agregarse si se retoma el símbolo del caso Télam, que los trabajadores a quienes no despidieron a mansalva recibieron una nota de “bienvenida” a “la nueva agencia”.

Barrientos remata con un párrafo en el que combinan lo impecable del estilo y lo demoledor de la lógica. “A diferencia de los años noventa, el macrismo no ofrece tan siquiera la teoría del derrame. La nueva utopía es más cruenta: promete que, al ir descartando más y más comensales, la porción de torta que comeremos será más grande. Es la teoría del descarte: cuantos menos seamos los privilegiados que quedemos en pie, más tendremos para repartirnos. El riesgo evidente es que cada vez, también, quedarán menos y menos manos que contribuyan a la elaboración de la torta”.

Una de las preguntas, probablemente central, consiste en si la evidencia de tal riesgo –en rigor más que eso, porque se trata del iceberg a la vista e inevitable, salvo para los pasajeros de primera clase– podrá ser amortiguada por las grandes mayorías.

Afinando: si la dirigencia del peronismo que coquetea con Macri, en cabeza de algunos gobernadores más el CEO del Senado, Miguel Angel Pichetto; más el líbero del opoficialismo, Sergio Massa; más la legión de regentes administrativos pueblerinos, extorsionados desde Casa Rosada con la desafectación de fondos si quieren evitar incendios, descubrirán como altamente posible que el viento de frente también los arrastre.

En lugar decisivo, ese aspecto toca con lo inadmisible de pretender que Cristina y el kirchnerismo queden afuera de todo acuerdo en condiciones de enfrentar a la pesadilla macrista.

Como tantas otras cosas respecto de un modelo cuyos únicos pies y cabeza son la bomba del endeudamiento sin fin para satisfacer los negociados del bloque dominante, debería ser increíble que haya sobrevivientes del verso de la pesada herencia.

O peor: que siga habiendo quienes creen en el honestismo macrista.

Pero no es insólito.

Aun las encuestas de consultoras que abrevan en lo que, genéricamente, podría denominarse el escenario opositor, reconocen que la imagen positiva y/o intención de voto oficialista ronda entre 30 y 35 por ciento, e inclusive hasta un porcentual del 40.

El significado de esos números todavía favorables al Gobierno, aunque en declive permanente, implica una, algunas o varias deducciones a la vez. No poder creer haberse equivocado tanto, no asimilarlo, no existir figura ni programa de salvación nacional –llamémosle– que despierte expectativas alentadoras.

Por el momento, lo que hay es acumulación de indicios. Excepto por la banca multinacional y el complejo agroexportador, a pesar de sus contradicciones interbloque, por fuera de los habituales ya casi no quedan sectores sin quejarse, sin denunciar, sin mostrarse alarmados. Lo cual incluye a la notablemente aumentada cantidad de periodistas del oficialismo que abandonan el barco, sin juzgar cuál será la imagen que les devuelve el espejo, más los intentos ostensibles del aparato mediático por concentrar atención en temas tan relevantes, para el déficit fiscal, como el ajuste de los vuelos de funcionarios en clase ejecutiva; el achicamiento de la flota de autos oficiales, o los catering de recepciones públicas con sanguchitos de paleta en reemplazo de canapés sofisticados. Es desopilante.

Financian la catástrofe de la cuenta corriente con mayor endeudamiento en dólares y Nicolás Dujovne, que tenía declarada su mansión como terreno baldío, que mantiene su plata en el exterior para dar confianza y que remitió a su vida privada la proveniencia de lo que blanqueó, anuncia con idéntica cara de piedra que la necesidad de recorte de gasto para 2019 será unos 80 mil millones de pesos mayor a lo estimado.

El ministro sólo habló de gasto y nunca de recaudación. Si lo hiciera, explicitaría que el Gobierno no tiene ni la más mínima ocurrencia de afectar el más mínimo ingreso de sus socios. Está explicado de sobra, en verdad, para cualquiera que haga el esfuerzo de entender lo obvio.

La crisis es indetenible y a falta de articulación en el espacio opositor, donde cuenta el inestimable colaboracionismo de la cúpula cegetista, se empuja sola. Si los exabruptos de la doctora Carrió deben ser tomados como de quien vienen, al punto de que sus asociados radicales ya la definieron en texto orgánico cual una mera estandapera, los signos que parten de la alianza gobernante revelan una sombra de su paso otrora cocorito.

Nada menos que Gerardo Morales, gobernador cuya provincia fue y es el laboratorio de pisoteo del derecho y de represión a escala salvaje, acaba de decir que el estadío económico no satisface ni lo que se esperaba ni lo que puede aguardar el actual equipazo oficial. Y agregó que no debe exigírseles a las provincias acelerar el ajuste. Tarde piaste, pero es un fuerte indicativo de que las críticas intestinas a Macri ya no circulan en voz baja ni siquiera desde de sus aliados más estrechos.

En estas horas y ante la llegada próxima de una misión del FMI comandada por la mismísima Lagarde, las factorías periodísticas de Casa Rosada divulgaron que el organismo presenta serias dudas sobre la gobernabilidad macrista.

Y tiene razón.

No se requiere ciencia alguna para detectar que el Fondo conoce perfectamente los efectos de sus medicinas.