Hace ya años, en un congreso que se llevó a cabo en Pittsburg, participé en una mesa sobre las relaciones entre las literaturas sudamericanas y las estadounidenses. Uno de los trabajos, muy convencional por cierto, fue sobre Whitman. Esa lectura provocó un debate con mucha intervención del público, debate que, para mí, fue uno de los picos de interés de la experiencia porque fue un resumen excelente del valor que tuvo la poesía de ese autor para la literatura contemporánea. En esa aula universitaria, todos lo sabíamos: para usar una metáfora muy whitmaniana, Hojas de hierba, el libro más reconocido de Whitman, fue una piedra en el agua de la literatura y sus ondas llegaron muy, muy lejos. En Buenos Aires, llegó tanto hasta Jorge Luis Borges (en la conservadora Florida) como hasta Roberto Arlt (en la progresista Boedo). Ese fue el punto del debate que promovió una profesora estadounidense especialista en literatura argentina: ¿cómo es posible que Whitman influenciara tanto a conservadores como a izquierdistas; qué cualidades de su poesía le permitieron eso? 

Walt Whitman rompió profundamente las reglas poéticas de su tiempo. Tiene sentido que, como puede leerse en un libro muy divertido llamado El ojo crítico, uno de los críticos de entonces haya escrito sobre Hojas de hierba “El señor Whitman sabe de poesía tanto como un mono de matemáticas”. La poesía de ese volumen tiene una cualidad tan de avanzada que convirtió a su autor en loco a los ojos de sus contemporáneos y en imprescindible para los siglos xx y xxi. Lo que trajo Hojas de hierba al lenguaje literario tuvo que ver tanto con la materia poética (que Whitman amplió enormemente) como con los recursos, las formas. Los recursos enamoran a ese enamorado de las formas que era Borges; y la materia poética revolucionaria a un revolucionario como Roberto Arlt. 

Es bajo la luz de esa poesía inmensa que se lee Vida y aventuras de Jack Engle en la excelente traducción de Pablo Ingberg. Y como la poesía de Whitman está en la mente de quienes leen el libro, la lectura es siempre doble: una comparación constante entre esa prosa y Hojas de hierba. En ese tipo de acercamiento, lo primero que llama la atención es la ortodoxia de la prosa. Se trata de una novela muy decimonónica, desde los títulos de los capítulos (resúmenes largos del contenido de cada uno) hasta la forma de publicación (como folletín en un diario) pasando por la relación permanente con los lectores, a quienes la primera persona narradora guía, provoca, hace preguntas y alienta a seguir adelante. 

Entre muchas otras intervenciones, esa voz ayuda a sus lectores con indicaciones sobre el tiempo: “Este capítulo es por necesidad retrospectivo del precedente”, dice por ejemplo. Ese llevar a los lectores de la mano en cuestiones que actualmente se comprenden sin tanta explicación lleva a reflexiones interesantes sobre la forma en que, durante los siglos xx y xxi, la ciencia y ciertas formas de arte contemporáneo, el cine sobre todo, cambiaron no solamente la escritura sino también la capacidad de lectura, el “horizonte de expectativas” de los lectores, como bien dice Gombrich. La pregunta sería: ¿por qué Whitman, cuyas innovaciones dejaron atrás a la mayoría de los lectores, tanto que muchos lo consideraron un “mono”, no se atrevió a hacer lo mismo en la prosa? 

Vida y aventuras tiene algo de las novelas de Dickens sobre la pobreza y el ascenso social (Ingberg lo marca con claridad en el prólogo) y también repite en parte gestos de la picaresca española: explica la buena ventura presente del narrador, que antes fuera un vagabundo harapiento si bien es cierto que, en este caso, la mayor parte del relato sucede cuando el personaje ya mejoró mucho su suerte en la sociedad. Más allá de sus rasgos autobiográficos, en los Estados Unidos esta historia de éxito económico es una versión del “sueño americano”, según el cual cualquiera puede pasar de la pobreza al poder. Por esa razón, aunque los “buenos” renieguen de él y critiquen la avaricia en el “malo”, el dinero está en el centro de gran parte de lo que pasa en el libro. Y el maniqueísmo binario (buenos versus malos; ricos versus pobres) también es típico de la literatura estadounidense de los wasp (blancos anglosajones protestantes), es decir, el grupo que tenía el poder en el xix (y que, por supuesto, lo sigue teniendo en el xx y sobre todo, en el xxi, si se piensa en el presidente actual). 

El libro es ortodoxo sí, pero no hay duda de que es de Walt Whitman. En los pasajes descriptivos (por ejemplo, cada vez que se describe el río en Nueva York), se puede rastrear el lenguaje sonoro, barroco y poderoso que reconocen todos los lectores de Hojas de hierba: oraciones largas, pasión para adjetivar, enumeraciones y esa alegría feroz que  caracteriza a “Canto sobre mí mismo”, su poema más famoso. 

Y, por otra parte, hasta el Whitman no jugado en lo formal es Whitman: sus ideas coinciden en lo político y lo social con las del hombre que, en ese mismo momento, está escribiendo poemas del vendaval que sería Hojas de hierba para el mundo. Cuando se lee Vida y aventuras de Jack Engle, publicada en seis entregas en el diario Sunday Dispatch, es imposible no imaginarse a Walt, el hijo del carpintero, en una doble tarea: mientras escribe una novela que va a darle algo de dinero, sacude el letargo de la poesía pacata y dura de su tiempo con poemas que inauguran a un universo diferente. Pero lo mismo está haciendo Melville: publica una serie de libros bastante ortodoxos y después, bruscamente, Moby Dick, que los críticos defenestraron enseguida. La democracia, centro de la alegría y la música de “Canto sobre mí mismo”, está muy presente aquí en la descripción de los chicos pobres y sus terribles necesidades insatisfechas, en las notas costumbristas relacionadas con el pueblo y en todas las reflexiones que se hacen sobre temas filosóficos como la muerte y la felicidad. 

Sí, también en prosa, Whitman es Whitman: un poeta del pueblo (aunque su pueblo no lo entendiera como poeta). En Vida y aventuras, muchos de los personajes son la contracara de las clases altas que prefieren pintar autores como Henry James. Sí, también aquí, Whitman es un poeta de la democracia, la igualdad, el abrazo a todo lo existente.