• Cuando era niño había una serie ‑duraba media hora‑ denominada Mundo insólito, y se anunciaba con la animación de una especie de pez avanzando en la pantalla. Era en blanco y negro y mostraba lo exótico del planeta en una pincelada. Hoy ese mundo está al alcance de la mano, a un click del mousse. Pero ya su fascinación por lo exótico menguó y como todo buen jubilado elige pasar las horas del día fuera, donde en vivo suele distraerse, asombrarse con las peculiaridades que no dejan de entusiasmarlo, aunque por fuera parezca un viejo amargado y seriote en su silla de ruedas, que reemplaza a la silla de la mesa del comedor de pibe, cuando miraba Mundo insólito como una bendición.
     
  • Ella está detenida en la acera impar de Córdoba y Maipú. Gesticula frente a la pantalla de un celular, enviando un mensaje claro, perfecto, a alguien que inevitablemente del otro lado, habrá de ser sordomudo como ella y habrá de entender el lenguaje de señas.
     
  • La banda se llama Reynolds, en homenaje al actor Burt Reynolds, galán bizarro y pintón de los años 70. Tocan de espaldas y sin ensayo. El baterista, un pibe con síndrome de Down, aporrea los parches con una vehemencia y falta de ritmo espectaculares. Nada de ello importa: sus compañeros, experimentales, honrados y buenos tipos, lo enaltecen y lo adoran. Han dado la vuelta al mundo con su propuesta que incluye vender un disco sin el cd, solo con el envase vacío.Han hecho un recital, y en vez de gente sentada, han dejado plantas en cada platea. Como corolario de tanto desparpajo y absurdo, solían empezar los shows con el pibe sentado a la batería interpretando de los Beatles Dont let's me down. Chiste estrambótico de este micro mundo insólito donde la música es otra cosa.
     
  • El señor vive en un cuarto piso con su perrito marrón. Es un anciano de buen pasar. Se ha dejado una barbita amarilla que termina en un tocado para la testa de una gama que simula ser rubio pero no llega a serlo. Un peluquín hecho y derecho que no se resigna a abandonar. Por el contrario. Para burlarse de quienes se mofan ha optado por confeccionarle al perrito, tan añoso como él, otro bisoñé parecido. Paradojas de este mundo exótico: un perro con un gato en la cabeza.
     
  • La pantalla es gigante y la proyección, perfecta en el cine porno de la Cortada. Dos chicas sentadas en un banco practican una fellatio a media docena de inútiles. Nadie disfruta y simulan, todo termina en un carnaval húmedo y caras de señoritas a la cámara. Afuera hay pintadas "Ni una menos" y contra la esclavitud sexual. El las lee y oprime el botón cerebral de "Soy progresista" y sigue adelante con su erección disimulada y su alma boyando en un mar negro y sin playa a la vista. Solo perdurar con esta doble faz de simulación y falsa libertad de conciencia.
     
  • En la vereda, frente a las pantallas de un comercio que vende electrodomésticos, una pareja de desafortunados que viven en la calle juega con un perrito ídem y se los ve muy felices en su desgracia consumada de no tener ni techo ni hogar ni monedas. Detrás en un led gigante, Vilma Rouseff, como una pitonisa, advierte que la decisión de echarla será juzgada en el futuro como el mayor de los oprobios. Sus seguidores, abrazados, lloran a mares. Debajo, la pareja ‑él con la camiseta ocasional de Brasil‑ ríe feliz y ajena a todo el espanto que se está desarrollando a treinta centímetros, sobre sus cabezas.
     
  • La señora mayor ha muerto esta mañana y la velan por la noche. A la mañana siguiente un pariente ordena a unos jardineros que corten el pasto del jardín de entrada. Cuando se van, de atrás y en moto,la bordeadora que uno de ellos porta sobre los hombros se asemeja a una guadaña, la misma que lleva la Parca en sus visitas.
     
  • Es un gigantón de cuarenta años, pero perece un bebote panzón. Pide fundamentalmente en los colectivos de zona sur "¡Deme para tomar leche, deme para tomar leche!", reclama. Y otro, más entero y más agresivo, por Lagos cerca de Santa fe se acerca a la ventanilla y no extiende la mano con humildad sino que pide con voz imperativa al conductor: "¡Veinte pesos, veinte pesitos!" El mundo, según ellos estiman, les está debiendo algo imposible de llenar.
     
  • Carlitos sale de su internación cada quince días merced a un pariente humanitario que lo pasea, lo lleva a tomar mate con facturas ‑una delicia‑ con su familia, y luego lo devuelve lentamente al hospicio pues sabe cuanto disfruta el paseo en combi. Cuando ve una dama linda exclama: "¡Isabel!", su esposa de antaño que perdiera cuando su cabeza entró en zona de brumas. Cuando ve unos colores grita: "¡Boca Junioooors!" Nunca se sale de su libreto. En contacto con sus sobrinos, en forma menguante, ha ido aprendiendo términos nuevos como "compu", "celu" y hasta "wi‑fi". Esa tarde de domingo mira al conductor y empieza a gritar: "¡Selfie, selfie!" El pariente detiene el motor y, entendiendo la felicidad del momento y el pedido, extrae su celular y lo acomoda frente al auto para sacarle una instantánea. Carlitos niega con la cabeza y señala la esquina, gritando  nuevamente: "¡Selfie, selfie!". Dentro de un taller están trabajando a full con la autógena.
     
  • Por calle Centeno, zona sur de Rosario, hay un pequeño reclinatorio y saloncito de ruegos a alguna entidad espiritual. El sitio se denomina "Puertas del cielo" y hay un cartel mal pintado a mano donde se logra ver unas alas, unas nubes y unos ángeles que abren sus brazos. Los pibes del barrio, han tachado con spray la Erre donde antes se leía "Puertas". Ahora se puede distinguir la palabra "Putas". Entra y sale la gente que aún no ha advertido la herejía y el chiste.
     
  • La escena la componen dos casas: una es cochería fúnebre y la otra casa de tatuajes. La primera es seria y tristona, como corresponde, con sus vidrios esfumados y sus escaleras de piedra; la otra es colorida y pequeña. Dos chicas caminan en sentido contrario. La primera tiene el pelo violeta, tachas en su camperita de jean desflecada, zapatones gigantes y unos ojos pintados al estuco, la segunda es lo más parecido a una monja en un convento, falda larga marrón, pelo renegrido, anteojos y mirada al piso. El mundo es insólito: la primera entra a la funeraria y la otra en la casa de tatoos.
     
  • El tipo es medio pavote y se desgracia en un colectivo. Como tiene que ir a casa de su novia, decide bajar y pide permiso en una gomería para cambiarse. Lo hace y se pone a lavar su ropa sin advertir que los empleados cierran imprevistamente, sin advertir su presencia ya que toda la operatoria vergonzoza la realizó a oscuras, en la parte trasera del lugar. Al otro día, los mismos empleados lo encuentran aterido de frío, envuelto en una lona sucia, con la ropa colgada de un cable esperando a que se seque. No usa celular, y además garúa. Los muchachos del taller no saben si reír o llorar. Optan por darle café y esperar a que todo pase.
     
  • Jugaba regularmente al Quini 6 los mismos números de siempre.Era domingo a la noche y oyó que salían. Lo vió en la pantalla y un escalofrío le corrió por todo el cuerpo. ¡Eran los suyos! Al fin. Llamó a su gente y empezaron los festejos. Chequeó la papeleta y ella solita ameritaba: coincidían exactamente. La guardó bajo unos libros y se dedicó al festejo con mucho alcohol, música y comida. En medio de la noche, algún advertido le preguntó cómo se había enterado. El estaba medio borracho. "Y... en el sorteo del Quini, querido... de casualidad". Su amigo extendió el diario vespertino como una sentencia de muerte. El sorteo en el que salieron tus números corresponde a los del Loto. Era verdad: la fortuna embrujada había hecho aparecer los números iguales, los elegidos, solo que en otro andarivel.
    La casualidad era remota pero real. La vida una porquería. Sus amigos, como chiste de humor negro, le enmarcaron la papeleta para que la cuelgue en su estudio. Se repuso luego de meses de depresión, calmantes y resignación.
     
  • Ella es un señora de provincia, casada hace más de cuarenta años. Un día se separa y echa al marido. Al tiempo, empieza a compartir hogar con otro señor, y más al tiempo el marido expulsado regresa y ella le concede una piecita en el fondo. Parecen convivir en paz: los sábados a la tardecita salen los tres y van para el Bingo, donde pasan ese día jugando y apostando. Aparentemente, los tres ganan en este juego.
     

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