“De aquel barrio algunas rejas quedan”, escribe María Alejandra Villanova en el texto de sala de “Mirada urbana”, la exposición de óleos, acuarelas, grabados, collages y dibujos de Rodolfo Elizalde que se inauguró a comienzos del mes pasado y que puede visitarse hasta este sábado en la planta alta del Espacio Cultural Universitario (San Martín 750). Curada junto al director del ECU, Hugo Cava, por sus familiares Martina Elizalde y Edith Busleiman, la muestra despliega no sólo obras pensadas para su exhibición sino los bocetos de las mismas que el pintor guardó en su taller, y que permiten echar un vistazo a su proceso creativo. Mirada urbana abarca el que quizás sea hasta ahora el período de su obra más revisado por la historiografía del arte reciente. Aquel comienza alrededor de 1978, cuando volvió a pintar después de la década de silencio posterior a Tucumán Arde, y se extiende por 10 años durante la década del ’80. Se caracteriza por un único tema recurrente: el del paisaje urbano sin figura alguna.

Cuenta el Colorado Elizalde ya en su último año de vida, en una de una serie de entrevistas que le hizo su nieto Santiago Beretta en 2015, que cuando llegó a Rosario a estudiar ingeniería se encontró con una ciudad gris. Algunas de aquellas fachadas estaban aún intactas cuando el ingeniero que no fue lo ayudó a recobrar al pintor que no quiso dejar de ser. Su lealtad al maestro Juan Grela se nota en las decisiones estéticas que toma respecto del color y de la composición.

Sebastián Joel Vargas
Trabajaba con la precisión de cronista.

En la técnica del color prevalece lo que en la jerga del oficio se llama una paleta entonada, donde cada pigmento empleado se mezcla con los otros para cohesionar la atmósfera pictórica. A través de esa técnica los grises de la ciudad se transmutan en grises de color, en cenizas cálidas o frías de lo que en la paleta fueron colores vivos.

En la composición se nota que Rodolfo Elizalde incorporó como una segunda naturaleza la rigurosa proporción áurea que le enseñó Grela. Tal como hicieron Grela o los maestros de la pintura rosarina anteriores a él, como Juan Berlingieri, Elizalde parece basarse en las formas de la arquitectura urbana y suburbana para recrear en alguna medida los elementos geométricos de la pintura abstracta del siglo veinte. Es una gambeta poco imaginable hoy, la de geometrizar por la vía del más craso realismo. Una mirada educada en la composición modernista salió a buscar rectángulos de Mondrian por las calles, tapiales y terrazas. El dato naturalista aparece al modo del detalle cubista: una cornisa de hojalata, una planta de patio, algún herraje fantasioso interrumpen la lisura prosaica de aquella ciudad vieja.

Previa a los ’90 y al proceso de aburguesamiento, la que pintó Elizalde no es la cosmopolita de las torres. No es la urbe planificada, sino la Rosario que se pudo hacer con lo que había. Las viejas casas de inquilinato de los inmigrantes perduraban en los ‘50 entre el progreso urbano y seguían ahí en los ‘80, cuando la dictadura cerraba fábricas. De aquellas galerías con verjas de fierro y de aquellos candados dan testimonio estas obras de Elizalde. También muestran las terrazas de centro de manzana por donde más de una vida militante se salvó del genocidio gracias al cuerpo joven que huía como el de un gato.

Lo que para el pintor fue una estética de la inmediatez, un pintar lo que él tenía al alcance, es hoy leído como registro y como documento histórico, y como gesto de un localismo militante. Hay una noble tradición de pintura urbana en Rosario, a la cual pertenecen los paisajes postimpresionistas de Salvador Zaino. Pero para poder mirar esa tradición desde el presente era indispensable el pintor Elizalde.

La hermosa selección de dibujos y bocetos permite apreciar la precisión de cronista con que trabajaba. Hay anotaciones de fechas, direcciones, horas, hasta los colores que pensaba usar. El bosquejo rápido a bolígrafo cumplía la función de una instantánea. Del dibujo a lápiz a veces pasa al grabado en chapa y otras al óleo o al collage. Un cartón corrugado le sirve para representar una chapa acanalada. Sus acuarelas parecen aún húmedas, sus temples son exactos en las formas y sus óleos de una fineza exquisita en el color. La versatilidad técnica de Elizalde es la de alguien que saca lo mejor de cada medio plástico.

Que esto decante en una arqueología o en una letra de tango es obra además del tiempo. Rodolfo Elizalde nació en Bahía Blanca en 1932. Formó parte del Grupo de Arte de Vanguardia, autodisuelto a fines de 1968. En 1975 fundó con Emilio Ghilioni el Grupo Rosario. Fue docente especializado en educación de adultos. Integró el equipo de Extensión Universitaria de la UNR. Falleció en 2015 en Rosario.