La cárcel retratada como desarmadero de irrecuperables, aun con todas las coartadas de la ficción, choca con la mirada de exdetenidos y liberados. “Está todo mal reflejado. El sistema, las relaciones, la forma de hablar sin variaciones, hasta el modo en que trasladan a los internos a un pabellón. Muestra ‘fenómenos’ y homogeiniza porque ‘si estás preso, seguro hablás así, pensás eso y no hacés otra cosa que cagar a tus compañeros’”, dice Liliana Cabrera, integrante de la asociación YoNoFui. “Invisibilizalos años de sometimiento a la violencia estatal, la imposibilidad de poder acceder a un espacio educativo por imposición del Servicio Penitenciario. Tampoco refleja las veces que no te sacan al Centro Médico o que en el mejor de los casos ‘la clínica del Doctor Cureta’ te da un Ibuprofeno. Sobre todo, no refleja el compañerismo de quienes viven allí”, dice Cabrera, que estuvo detenida ocho años en el Complejo IV y la Unidad 31 de Ezeiza y ahora es docente de poesía dentro y fuera de los penales.