Un primer capítulo de esta historia política lo encontramos en la crítica feminista que emerge en los años setenta para denunciar las marcas masculinas de la lengua castellana. La lengua se presenta como “neutral” mientras va reuniendo sucesivas referencias hacia los varones y negando a las mujeres. Cuando las feministas señalaron “todos” para interrogarse dónde estaban las mujeres avanzaron hacia una comprensión de la lengua como una tecnología de gobierno del género. Esto permitió disputar tanto la exclusión como la subordinación moral, biológica y jurídica. Dejaron en evidencia jerarquizaciones que la lengua arrastra y actualiza al tomar como referente privilegiado a los varones. Aunque este análisis crítico ha sido ampliamente difundido, menos conocido es que fue una argentina, Delia Suardíaz, la primera en diagramar sus tramas problemáticas en 1973: ella analizó la ausencia de las mujeres en diversos usos sexistas de la lengua castellana y apostó a la necesidad de un cambio lingüístico. 

EQUIS EQUIS 

Un segundo momento, precipitado en los últimos años, es el que se desprende como crítica queer y trans a los esencialismos. Aquí ni un sexo, ni dos sexos -ni todos ni todos y todas- basta para un “lenguaje inclusivo”. Tales usos advierten que el lenguaje es finito y reduccionista en sus marcas masculinas o en su dosis de visibilidad femenina. Pero también advierten que es la propia lengua la que permite interferir en cierta certeza con la que nos manejamos, en esa suerte de “seguridad ontológica” mediante la cual tendemos a percibirnos como varones o mujeres. El cuestionamiento trata de traer a escena variaciones que son irreductibles a la comprensión hetero-centrada. El uso de la “x” y la “e” insisten en la indecibilidad del género, en la imposibilidad de reducirlo a dos categorías estables, en la multiplicidad de experiencias que habitamos. Pero a diferencia de la “x”, el uso de la  “e” también es favorable puesto que puede interferir tanto en la escritura como en la dicción, incluida la de softwares de pantallas. Más próximas a las corporalidades emanadas de los Principios de Yogyakarta que a la lejana posibilidad de ser institucionalizado en las formas cultas de la Real Academia Española, ni el todxs ni todes constituyen formas gramaticales neutras. En cada uno de los contextos de enunciación aprendemos -bajo extrañezas, sonrisas apáticas, reacciones pueriles- que la diferencia sexual está atada con alambres, que no existe por fuera de convenciones lingüísticas que la naturalizan. 

Cuando damos la bienvenida al todes tomamos distancia de una presunción del mundo dividido  en “varones” y “mujeres”. Esta apuesta política quizás ha sido la menos comprendida por quienes le critican al “todes” una nueva invisibilización de las mujeres. Pero no se trata de anteponer la visibilidad trans a la de las mujeres cis, sino más bien asumir la imposibilidad de contener a través del lenguaje las múltiples experiencias para con el género y la sexualidad. No se trata tanto de lograr una nueva versión acabada de la lengua castellana como de introducir fisuras a las convenciones lingüísticas mediante las cuales versiones recalcitrantes del género perviven y se actualizan. Antes que inclusivo este es un lenguaje incisivo. Como tal, incita a la sucesiva expansión de los límites con los que vamos a comprender la inclusión.