Abril entra en crisis con su vida y se va. Desconcierta a todos y se va. ¿A buscarse? ¿A encontrarse? La otra piel, de Inés de Oliveira Cézar, acompaña al personaje en ese camino y avanza con decisión a partir de dos fortalezas: los climas que genera su directora y la gestualidad corporal de María Figueras, quien encarna a Abril. Lo de Figueras no sólo es un enorme trabajo actoral, sino que su propia figura inspiró a la directora en el guion. Por otro lado, el relato que propone Oliveira Cézar arma pliegues con el teatro, a partir de la inclusión de fragmentos de La terquedad y de su director y dramaturgo Rafael Spregelburd, quien también participa como actor. La otra piel se pre-estrenó en Argentina en el último Bafici y llega a las salas mañana jueves.

“Con María somos amigas y la idea de La otra piel surgió a partir de ella, porque me parece una actriz fascinante, porque me encanta lo que hace en teatro e hizo poco cine hasta ahora”, asegura De Oliveira Cézar. Su amistad, explica la directora, surgió “en un momento especial para las dos” y la historia que propone la película busca retratar esa subjetividad en crisis. “El proceso empezó tempranamente y el guion fue decantando –rememora la realizadora—, podríamos decir que fuimos mudando pieles con María, a lo largo de unos tres años porque como la película se demoraba, seguíamos juntándonos”.

El derrotero sobre los escenarios de Figueras y la formación teatral de la propia Oliveira Cézar motivaron también la concepción del entorno del personaje protagonista. El esposo de Abril es un director de teatro que ensaya La terquedad. Y como para rizar el rizo, ese director que ensaya está interpretado por el propio Spregelburd. “Hay algo de él como verdadero director y dramaturgo de La terquedad y hay algo de él como actor y personaje que no tiene nada que ver con lo otro”, comenta la cineasta. “Es un plano de la película donde él atraviesa eso como personaje, donde tiene su quiebre”, señala ella. “Lo que sí es tal cual es la obra, filmada en el Teatro Cervantes, con el vestuario y con la cámara buscando mostrar todo el despliegue en el escenario, que es impresionante, y claro, cómo eso impacta en la protagonista”, explica.

–¿Cuál es tu vínculo con el teatro?

–Bueno, yo me formé en el teatro. No arranqué con el cine. Mi formación de chiquitita fue ya a los 14 o 15, estudiar como actriz. A los 17 o algo así, empecé con Lito Cruz. Era una época muy interesante de Lito, tenía una escuela muy movilizante. Mis compañeros eran Tortonesse, Urdapilleta, por ejemplo. Lito me recomendó que estudiara dirección y me mandó con Augusto Fernández. Hice algunas obras, monté en el Parakultural, algunas performances, pero me empezó a interesar el cine.

–¿Por qué querías revisitar el medio?

–Para mí la realidad tiene la estructura de una ficción. Hay una idea de lo que se llama “la realidad” que a mí hace rato me ha dejado de interesar. Para mí la realidad es algo muy subjetivo. Entonces lo que me interesaba en esta película es la intimidad y subjetividad del proceso que hace una mujer cuando se encuentra con dificultades, con ella misma, con lo que le pasa. Que está, podríamos decir, en una crisis. Y me interesaba retratar ese proceso, que es muy íntimo y que es un desafío llevar al cine porque hay muchos momentos que ella tiene de soledad o donde no habla. Entonces no tenés esa información por lo que se habla, sino de lo que le pasa por lo que vas viendo, los climas, las acciones.

–Encontró una actriz que trabaja muy bien la gestualidad corporal.

–Es que hice el guion a partir de ella. Jamás lo podría haber imaginado si no era con María. Y por otro lado, la idea del teatro, tiene que ver con que esa ficción juega en la vida de ellos, de esta pareja. Cómo juega para él, para el marido de ella. Quería meterme en todo eso y mostrar que si bien es una ficción, a la vez tampoco lo es en todo sentido. Porque tiene que ver con una subjetividad en cómo eso se construye y se vive. Me interesaba dar cuenta de las subjetividades de estas personas e independizarme de estas ideas de “la realidad” o “la ficción”. Una película siempre es una ficción. Pero también la realidad está muy ficcionada y depende cómo uno se cuenta la realidad a sí mismo, o cómo la vive. Ese es un territorio que me interesa hace muchos años y creo que por eso se fue armando así.

–Hay varios pasajes en otros idiomas. ¿Hay algo de la extrañeza asociada al lenguaje?

–Sí. No es la primera película en la que trabajo eso. En La extranjera ya había un polaco intentando comunicarse en polaco con unos cordobeses que no sabían ni escribir. Acá también hay cierta obsesión por el lenguaje. Yo no tomo La terquedad en sí, pero sí algunos pasajes. La gran obsesión de La terquedad tiene que ver con este idioma, el “katak”, un idioma universal que nos une a todos. Y es la gran obsesión del personaje que hace Rafael en la obra. Hay algo con el lenguaje, con la idea de poder crear un idioma universal que todos lo entiendan. Siempre me pareció simpática como idea. Y me interesa mucho la traducción.

–¿En qué sentido?

–Cuando doy cine siempre parto de la idea de qué significa traducir un libro del francés al español. Ok, ¿y qué pasa cuando tenés que traducir un guion a una película? Es otro tipo de traducción, quizás aún más completo que cuando sólo traducís de un idioma a otro. Cuando te metés a leer textos sobre traducción, todos dicen que de alguna manera la traducción existió desde que el hombre habla. La figura del mensajero siempre existió, en todas las culturas. Tomando el mito de la torre de Babel, ahí se arma un lío bárbaro porque se arman los distintos idiomas y tiene que empezar a haber traductores.

–Aquí se corre de las alusiones a las tragedias griegas, que incluía en otras películas suyas y aparecen Shakespeare, Chéjov...

–Claro. Ese fue el centro de mi formación, cuando estudiaba con Augusto. A mí siempre me divierte ver cómo tienen esos dos dramaturgos sensibilidades tan diferentes. En Shakespeare cuando pasa algo horrible llueve. En Chéjov todo lo contrario. Es un dolor terrible: “Dios mío, soy un infeliz y encima hay un sol precioso”. ¡Y yo no sé qué es peor! A mí me pega más Chéjov. Y además María hizo mucho Chéjov dirigida por Daniel Veronese, o sea que te podría decir que es una experta como actriz, y fui a verla en la mayoría de esas obras. Ya teníamos una empatía que tiene que ver con esto.