La mayoría de la población rechaza el stand by con el Fondo Monetario Internacional. La oposición ciudadana está basada en la memoria histórica. 

La Argentina es uno de los Estados miembros con más acuerdos firmados. La economista Noemí Brenta detalla en Argentina y el FMI: efectos económicos de los programas de ajuste de larga duración que “entre 1956 y 2006 la Argentina suscribió 21 acuerdos de condicionalidad fuerte con el FMI: 18 de Derechos de Giro, 2 de Facilidades Extendidas (1992 y 1998) y 1 de Servicio de Complementación de Reservas, en 2001. También se celebraron otros acuerdos de condicionalidad menor: 7 compensatorios por fluctuaciones de exportaciones en las décadas de 1970 y 1980 y 1 correspondiente al servicio financiero del petróleo, en 1975”. 

En todos los casos, las medidas económicas “recomendadas” por el organismo internacional empeoraron la calidad de vida de la mayoría de la población. El grado de tutelaje del Fondo, sobre la economía doméstica, creció luego del megaendeudamiento de la última dictadura cívico-militar. A partir de entonces, el FMI se erigió en representante político de los acreedores externos. 

El gobierno de Raúl Alfonsín tuvo que lidiar con esa pesada herencia. El primer ministro de Economía impulsó una estrategia para renegociar la deuda externa. En septiembre de 1984, Bernardo Grinspun declaró que “los gobiernos de la Argentina, en la mayoría de los casos, aceptaron sumisamente cualquier imposición del FMI. Ahora no. Ahora no es así. Pero eso no es ser un país díscolo: es ser un país que afirma su independencia. Con las actuales condiciones del costo financiero, con las actuales restricciones al comercio internacional, no se puede pagar. Nos tenemos que sentar a una mesa a discutir, tal como se hace cuando hay un deudor al que se le ha prestado indebidamente plata, al que se le ha prestado imprudentemente plata, al que se le ha prestado irresponsablemente plata y que, ahora, no puede pagar”. 

El 18 de febrero de 1985, Grinspun fue eyectado de su cargo. El nuevo ministro, Juan Vital Sourrouille, inauguró una etapa más complaciente con los requerimientos del poder económico local e internacional. La “ética de las convicciones” daba paso a la “ética de la responsabilidad”. “El gobierno de Alfonsín es el gobierno de lo posible”, justificaba Marcelo Stubrin. 

Un símbolo del viraje ideológico fue la visita de un grupo de dirigentes radicales a la estancia de Amalia Lacroze de Fortabat. La comitiva encabezada por Enrique Nosiglia (acompañado por Rodolfo O’ Reilly, Carlos Bastiani, Luis Stuhlman, Ricardo Mazzorin, Mario Brodersohn, Jorge Gomez, Marcelo Stubrin) se reunió con Nelson Rockefeller, el embajador norteamericano Frank Ortiz y Roberto Alemann.

La difusión pública de ese encuentro enfureció al titular de la agrupación juvenil “El radicalismo que no baja las banderas”. El joven reclamó expulsar de la Unión Cívica Radical a los que “habían hecho camaradería con los enemigos de la Nación”. Es también recordada la participación de ese dirigente “rebelde” en el Festival Mundial de la Juventud organizado por Corea del Norte en 1989. Ese dirigente juvenil era Hernán Lombardi. Hoy, él recorre otros caminos. Los 357 trabajadores despedidos de Telam pueden dar cuenta de ello

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@diegorubinzal