Estalla el cartel y se pegotea en las paredes a lo largo de todas las cuadras: "Destruir, destruir, destruir, según propuesta del poeta Yves Bonnefoy. Certamen que premiará con un crucero a Las Bahamas las realizaciones destructivas más ingeniosas y de provecho para la sociedad. Cierre: 23 de diciembre. Acto de entrega de distinciones en el Teatro Lírico. Jurado integrado por prestigiosas figuras de la cultura nacional. Los autores deberán presentar pruebas de la supresión llevada a cabo".

Participar es un deber, subrayamos en deliberación de amigos: ¿que corresponde eliminar en beneficio del vecino? Intercambiamos veloces ideas como hacíamos antaño con bolitas o figuritas de colección, y cada uno diseña un proyecto propio, ya, ahora, sazonado con discusiones, y finalmente el acuerdo: quien gane compartirá el premio con el resto. Y damos vueltas en auto armando el cuadro de situación: barrios abrumados por cosas obsoletas, peor en los suburbios, por lo que nos espera un pesado trabajo a acometer de inmediato. Comencemos.

Y pateamos la primera pelota: reunión con la comisión directiva de la biblioteca Alberdi; Julio expone: se necesita una limpieza profunda de la entidad que comandan. Asentimiento unánime de los dirigentes, y concienzuda selección de libros que no han interesado a lector alguno en los últimos dos años, por lo tanto, textos caducos que ocupan estantes y estantes y demandan plumereo continuo de las telarañas. Basta de semejante desperdicio de tiempo y recursos, señores. Amontonamos a  Sartre, Eloy Martínez, Cortázar, Arlt, Pizarnik, Engels y decenas de tomos prescriptos, decrépitos. Y sin dilaciones, ceremonia formal de pasarlos por una máquina de triturar papeles, restos que se reciclarán siguiendo mandatos de incuestionables principios ecológicos, en tanto que el espacio liberado se destinará a Plays de juegos electrónicos para disfrute de los hijos de los socios. Bien merecido lo tienen. Manejar tecnología hoy por hoy, prioridad.

Personalmente, me obsesiona rescatar áreas y darles un fin útil. A efectuar de inmediato una limpieza sistemática de las ruinas de la sinagoga erigida por los primeros inmigrantes en el pueblo de Montefiore, 1912. Sus descendientes se dispersaron por el mundo, el edificio quedó abandonado, sufre deterioros desde hace casi un siglo, nadie paga las tasas e impuestos obligatorios, y la ley que proyectaba declararlo patrimonio histórico de la provincia duerme en la legislatura desde hace décadas.

Acometemos la demolición con la ayuda espontánea de productores de soja y el intendente del pueblucho, los que proporcionan los necesarios tractores y camiones. A atar, tirar, voltear y dejar abierto este terreno llano y limpio que se aprovechará como playa de estacionamiento para tantos vehículos de nuestros activos agricultores, los que exportan sus cosechas en beneficio del país.

Y esto recién empieza.

Destruir, destruir, destruir, indica el poeta Bonnefoy.

Ahora, de noche, talamos árboles prohibidos por ordenanza municipal, los que por sus copas y raíces agobian con desenlaces mortales, cayendo sobre autos, desnucando personas, lean los diarios. Aserramos eucaliptos, sauces, ficus, araucarias, cipreses. Sudamos. -‑¿Qué vamos a hacer con semejante ramerío? ‑inquiere Lalo ante la selva segada que tapa las veredas. "Dejarlo para leña de las chimeneas del barrio", moción que el grupo acepta sin objeciones. Así que hora de brindar con cerveza. Concretamos obras útiles, vaya que sí.

Joaquín propone liquidar perros de la calle, según precedentes sentados en Dean Funes y otras localidades cordobesas, y es él quien los ahorca llenando con maestría percheros, los que, con fines didácticos, colocamos en Plaza España. -‑¡Basta de peligro para escolares indefensos, y bravo por el aumento de ahorro en vacunas antirrábicas para los hospitales ‑ululamos con un parlante. Nuestra escolta: dos policías avalados por el comisario que custodian los percheros en esta educativa exhibición de un par de horas.

También nos acompañan los agentes al practicar clausuras de locales donde se ejercen profesiones ilegales. Como el de esta primera curandera de barrio que dispersa sus supersticiones de empacho y mal de ojo. Nos maldice mientras adherimos fajas de inhabilitación en su puerta, viéndonos obligados a dispersar a los incautos clientes, quienes no comprenden el bien que les brindamos. Seguimos buscando más establecimientos clandestinos hasta contabilizar ciento veinte clausuras, con recepción de felicitaciones públicas por parte del cura Ponce, nuestro confesor, en la parroquia de San Antonio. 

Luis, el exótico, nos conduce a echar peces aparaima gigas en el Paraná, espécimen que, por su carácter depredador espantará a los demás acuáticos, así, sin su materia prima de pacúes y sábalos, los desharrapados que viven de la pesca y chupan vino deberán emigrar de sus chozas, y cederles el espacio a clubes de yate y otros deportes náuticos. Practicar deportes es salud. Quién lo discute.

¿Y este par de indocumentados que acuestan sus harapos bajo la cornisa de aquel negocio? Ramos, el policía que se incorporó definitivamente al equipo para participar del premio del crucero, los detiene por averiguación de antecedentes. En la comisaría les toma las impresiones digitales y adentro. Y luego, vendrán cárcel o deportación.

Sin documentos ni partidas de nacimiento, ya que no fueron registrados en Registro Civil alguno, estos parias no existen. Peor, pueden venir de Bolivia, o Perú. La resaca que denuncia nuestro legislador Pichetto y requieren que se los repatrie.

Nos sentamos a gozar de un merecido descanso. Revisamos las fotos que documentan la concreción de cada uno de nuestros proyectos.Y seguidamente, el brindis por el crucero conque seguramente premiarán a alguna de nuestras gestas. -‑Con orgullo y valor. Por el bien de la patria -proclama Julio mientras alzamos las copas y el entusiasmo nos empuja a saltar. Pechos en alto, nos izamos como banderas. Y nos aplaudirnos, de pie, unos a otros.

[email protected]